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Luis Sánchez Sancho

Las Prétides

En la antigua Grecia algunas personas cometían la desmesura de compararse con los dioses. Inclusive había quienes hasta pretendían ser superiores a las divinidades.

Entre las mujeres, por ejemplo, había quienes se jactaban de ser tan bellas como las diosas, o más que éstas. Y sobre todo algunas mortales se creían más hermosas que Hera, Atenea y Afrodita, las tres diosas que eran consideradas las más bellas y competían por ser la mejor.

Precisamente de la disputa por el cetro de la máxima belleza divina entre Hera, Atenea y Afrodita, se derivó la Guerra de Troya. Es que por designio de Zeus, Paris fue llamado a decidir cuál de las tres diosas era la más bella. Paris decidió que la más hermosa era Afrodita, y ésta, como recompensa le prometió conseguirle la mujer mortal más bonita del mundo.

Pero la mortal más bella de la tierra era Helena, quien ya estaba casada con Menelao, el rey de Esparta. A pesar de eso, cuando Paris llegó de visita oficial a Esparta, Afrodita hizo que se enamorara de la bella Helena, la que a su vez se prendó del apuesto príncipe troyano.

Paris y Helena huyeron hacia Troya, pero Menelao, al frente del ejército de Esparta y respaldado por todos los reyes de Grecia, fue a Troya para rescatar a su mujer. De esa manera se desencadenó la guerra de diez años contra Troya, que entonces era la ciudad helénica más próspera del Asia Menor, es decir, de lo que ahora es Turquía, donde todavía es posible ver las ruinas troyanas.

Pero es otra la historia que quiero contar acerca de las mujeres que pretendían ser tan bellas o más hermosas que las diosas. Y en particular me quiero referir a las Prétides, como llamaban a las tres hijas de Preto, un rey de Argos que había sido destronado por su hermano Acrisio pero luego recuperó el cetro de la ciudad.

Los nombres de las Prétides eran Lisipe, Ifinoe e Ifianasa. Las tres eran extraordinariamente bellas pero al mismo tiempo excesivamente vanidosas. Tanta era su vanidad, que decían ser más hermosas que Hera, la esposa de Zeus.

Pero los dioses castigaban duramente el exceso de arrogancia y vanidad de los mortales, sobre todo de aquellos que decían ser iguales o superiores a los seres divinos. Y así, para castigarlas Hera enloqueció a las Prétides, haciéndoles creer que eran vacas. Por eso las Prétides vagaban por los campos quejándose de su desgracia y expresando su arrepentimiento con lastimeros mugidos, alimentándose con pasto y huyendo de los toros que querían aparearse con ellas.

Entretanto, Preto había logrado recuperar el trono de Argos y un día se apareció en la ciudad un adivino llamado Melampo, quien curaba prodigiosamente cualquier clase de males y enfermedades. Melampo ofreció a Preto devolver su forma normal a las muchachas que habían sido encantadas por Hera, a cambio de que le permitiera casarse con una de ellas y que le diera un tercio de su reino.

Preto rechazó la propuesta, pero al ver que sus hijas sufrían cada vez más, rondando en Argos y lamentándose con sus mugidos, llamó a Melampo y le que aceptaba el trato. Pero entonces Melampo pidió dos tercios del reino, uno para él mismo y el otro para su hermano, Biante.

A Preto no le quedó más remedio que aceptar la condición de Melampo, quien en efecto devolvió a las princesas la belleza de sus formas humanas. Después Melampo escogió a Ifianasa como esposa y de más está decir que, desde entonces, las Prétides fueron muy piadosas y le rendían un culto especial a la diosa Hera.

Columna del día Opinión
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