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Los desastres educan

El terremoto de El Salvador, cuyo saldo trágico es hasta ahora de unos 700 muertos, decenas de miles de heridos y damnificados, dos mil desaparecidos y más de mil millones de dólares en pérdidas materiales, ha demostrado una vez más cómo las tragedias provocadas por desastres naturales reavivan la solidaridad humana y sacan a la superficie lo bueno que hay en el fondo de las personas a pesar de la pérdida de valores y el imperio del egoísmo que caracteriza a la vida contemporánea.

Pero hay que preguntarse si también somos capaces de aprender de las lecciones que se derivan de los desastres naturales destructivos y trágicos, como el terremoto de El Salvador y las diversas calamidades naturales que ha sufrido la población de Nicaragua.

Según algunos historiadores, a partir del gran terremoto de Lisboa, Portugal, a mediados del siglo 18, la gente comenzó a dejar de atribuir a una voluntad sagrada el origen de los desastres naturales. Es desde entonces que se ha investigado y conocido las verdaderas causas -materiales- de los cataclismos de la naturaleza y a tomar medidas de prevención para que las consecuencias de los desastres sean menos devastadoras.

En realidad, los desastres naturales no sólo provocan daños humanos y materiales. También educan, pues enseñan a la gente a mejorar su interacción con la naturaleza y a construir sus viviendas en lugares más seguros, a respetar las normas de calidad y seguridad en la construcción, etc.

Se dice, con razón, que la mayor o menor destrucción humana y material de los terremotos y otros desastres naturales depende de dónde se producen. Es decir, que los cataclismos son más destructivos en los países pobres que en los ricos. Pero, precisamente por eso es que la gente de las naciones pobres y por lo tanto más vulnerables a los cataclismos naturales, debería esforzarse más en aprender las lecciones que se derivan de los desastres naturales.

Esta semana, con motivo del “enjambre sísmico de Apoyeque” que dejó como secuela el terremoto de El Salvador, el secretario ejecutivo del Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención de Desastres, Arturo Harding, y el presidente de la Cámara Nicaragüense de la Construcción, Francisco Reyes, advirtieron que “muchos de los materiales de construcción se están elaborando sin llenar los requisitos exigidos por el Código de Construcción”, y aconsejaron que “se debe hacer una campaña para que la gente se preocupe por reforzar las casas viejas antes de que ocurra una desgracia”.

Harding señaló que “incluso Managua, que es una ciudad relativamente moderna, es totalmente mal construida”. Pero esto no es sólo porque el país es pobre sino porque hay demasiada irresponsabilidad. Estamos claros de que la mayor parte de la gente no tiene recursos para construir viviendas de buena calidad estructural y por lo tanto muy costosas. Pero el Estado podría y debería apoyar a las personas y familias que construyen, por lo menos poniendo a su disposición “diseños típicos de construcción segura”, como lo recomienda a las alcaldías, en la citada información de LA PRENSA, el presidente de la Cámara de la Construcción. Y ante todo se debe impedir que se sigan construyendo edificios nuevos y barriadas enteras sobre fallas sísmicas y sin respetar las normas de seguridad del Código de Construcción.

Después del huracán Mitch (octubre de 1998) y del terremoto de Masaya (julio del 2000), hemos avanzado en la aprobación de una ley para enfrentar las emergencias causadas por los desastres y la creación del Comité Nacional de Prevención, Mitigación y Atención de Desastres. Pero, ¿qué se ha hecho para superar los desequilibrios ambientales, planificar adecuadamente el desarrollo, impedir que la gente se asiente en lugares inseguros y eliminar las malas condiciones sociales, que incrementan el potencial de consecuencias dañinas de los desastres naturales?

Aprovechar la pedagogía de los desastres naturales no es sólo mejorar “el arte” de pedir ayuda humanitaria internacional, ni perfeccionar las técnicas de rescate de víctimas. Eso es importante, pero fundamentalmente hay que aprender a construir buenas casas, a no habitar en lugares de alto riesgo y a no seguir erosionando las tierras ni arrasando los bosques.  

Editorial
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