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Imposible soportar otro gobierno pactista

  • El pacto ha definido la frontera entre la corrupción y los que la adversan. Oposición y anticorrupción se confunden en un solo objetivo: salvar a Nicaragua de la acción aniquilante del pacto libero-sandinista

Mario Alfaro Alvarado

Es evidente la estrategia electoral de Alemán y sus liberales. Se proponen repetir el esquema de 1996 por el cual al pueblo se le puso a escoger entre dos males: la vuelta al sandinismo que descuartizó al país y todavía no se han vuelto a juntar los pedazos, o la vuelta al liberalismo que después de 62 años en el poder (1928-1979) sigue demostrando que sólo puede ofrecerle a los nicaragüenses más de lo mismo.

La quiebra de los bancos, los repetidos escándalos por corrupción y el ofrecimiento de la HIPC como un caramelo de menta para quitar el dolor que producen las amibas, definen un cuadro claro de la incapacidad del gobierno liberal para resolver el desempleo y demás problemas nacionales. Deben ponerse a pensar los que adversan el pacto y la corrupción, que cinco años más de gobierno liberal o la vuelta al sandinismo como resultado de las próximas elecciones, no los soportaría la sociedad nicaragüense. El pueblo ha tenido bastante paciencia y confía en los votos para obtener un cambio que salve al país de la crisis económica y moral y tener la oportunidad de elegir un gobierno que sea a favor y no en contra de los intereses del pueblo.

Vuelve a sonar la cantinela de una alianza entre liberales y conservadores… pero para que los liberales sigan en el poder. Continúa vigente la pretensión somocista de que son los únicos que pueden y tienen derecho (¿divino?) de ejercer el poder; ¿y qué sucede con los demás nicaragüenses, los organizados en partidos y los que votan a granel, impugnadores del continuismo liberal y del totalitarismo sandinista? ¿Es que con ellos no se puede formar una alianza democrática para derrotar a este oneroso pacto e instalar en Nicaragua un régimen de probidad y de derecho?

Las elecciones del 5 de noviembre cambiaron muy poco el panorama electoral de Nicaragua. Siguen campeando los dos partidos grandes apoyados mutuamente en un pacto político que la opinión nacional rechaza. El Consejo Supremo Electoral cumplió bien el encargo de inhibir, limitar y excluir, para hacerle camino a los pactistas. Los resultados están a la vista. La insatisfacción se transformó en abstencionismo y se manifestó con un alto índice de decepción, incredulidad y desconfianza.

En las actuales circunstancias, si no se hace un esfuerzo por aglutinar las fuerzas políticas alrededor de un programa nacional, ningún partido por sí solo podrá levantar una bandera redentora. El voto castigo se volvió abstención y podría convertirse en voto venganza. Los mecanismos emocionales de una población desesperada pueden orientarla hacia un esfuerzo generoso para obtener espacios de participación ciudadana, si se le ofrece una opción; como también, si no hay una opción que satisfaga sus aspiraciones, puede volverle la espalda al proceso electoral. La decepción induce a la rebeldía y por esta pendiente se llega a la dictadura. Un pueblo castigado y sin esperanzas, se venga con su indiferencia de los que considera lo han abandonado.

El Partido Conservador ha tenido un significativo repunte. De sus filas han salido nuevas figuras políticas y nuevas posibilidades de cambio. La campaña electoral de William Báez demostró que el partido verde está en condiciones de tomar la iniciativa para formar una gran alianza nacional. La experiencia que dejó esa jornada será un buen estímulo para esa iniciativa.

El pacto ha definido la frontera entre la corrupción y los que la adversan. Oposición y anticorrupción se confunden en un solo objetivo: salvar a Nicaragua de la acción aniquilante del pacto libero-sandinista. Otro banco ha quebrado ¿cuántos más han de quebrar para que el país se hunda sin remedio?

La opción salvadora tiene naturaleza de cruzada nacional, en un esfuerzo que es para todos y no para iluminados. Una alianza nacional será bandera de triunfo si los dirigentes políticos terminan por entenderlo así.

* El autor es periodista.  

Editorial
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