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Derrocamiento de la tiranía de Siria confirma enseñanzas de la historia

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El derrocamiento de la tiranía dinástica de Siria ha causado en el mundo democrático un doble sentimiento. Por un lado de júbilo, por el fin de una de las dictaduras más sanguinarias y duraderas del planeta en la actualidad. Y por otro la incertidumbre de lo que pueda pasar ahora en Siria, pues no siempre a la dictadura o tiranía que cae le sigue un régimen de libertad y democracia. Y menos en una región como la de los países árabes, donde la cultura política democrática es muy débil, por decir lo menos.

La tiranía de Bashar Al Assad fue derrocada por la lucha armada después de 13 años de una guerra civil que ha dejado más de 600 mil personas muertas, alrededor de dos millones heridas y centenares de miles de desaparecidos y millones de desterrados y exiliados.

La dinastía tiránica de Siria duró más de 60 años, 24 de ellos bajo el mando de Bashar Al Assad. Y ha terminado dejando un país destruido y una nación desolada, con una perspectiva incierta por la diversidad de grupos armados, la fragmentación social étnica, religiosa, ideológica y política, y la nefasta injerencia extranjera en particular de Rusia e Irán. De manera que nadie sabe ni se atreve a prever lo que podrá pasar en ese país a partir de ahora.

Lo único claro es que el derrocamiento de la tiranía siria confirma dos grandes enseñanzas políticas de la historia. La primera, que ninguna tiranía es para siempre, sea o no dinástica. Que las dictaduras, aunque a veces se prolonguen y causen graves daños, inexorablemente llegan a su fin.

La tiranía de Siria ha durado un poco más de 60 años y la somocista del siglo pasado en Nicaragua duró más de 40, pero cayeron las dos. La dictadura de Corea del Norte tiene 76 años, la de China 75 y la de Cuba 65. Son muy longevas, evidentemente, pero inevitablemente tendrán que terminar algún día, de cualquier manera.

La segunda gran lección histórica que deja la caída de la tiranía de Siria es que, como lo enseña la doctrina política, ninguna dictadura se derrumba por muy debilitada o en crisis que esté. Hay que hacerla caer. Y esto no necesariamente por medio de una guerra civil, insurrección armada o intervención militar extranjera. Pero sí por medio de la fuerza social y política organizada y consciente de la población, que a veces puede ser una resistencia pacífica total y sostenida, una huelga general consistente e impactante, una protesta popular callejera suficientemente masiva, fuerte y sostenida. Que a veces, en algunos países, son apoyadas al final por las fuerzas armadas o una parte determinante de ellas que decide dejar de sostener a la dictadura.

La verdad es que no hay una regla general, cada país donde cae una dictadura aporta sus particulares experiencias. Las que no son posibles de copiar, pero sí aprender de ellas creativamente.

Editorial
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