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Pablo Cuevas confiesa que el exilio lo ha golpeado muy fuerte emocionalmente. “La vida aquí es muy dura”, repite mientras recuerda sus giras de campo hacia el norte de Nicaragua, o hacia la Costa Caribe u occidente. Donde fuera, siempre en su misión de defensa de los derechos humanos.
No está seguro de su edad verdadera, porque su mamá dice una fecha, y su partida de nacimiento dice otra, una consecuencia del desorden que había en el precario Registro Civil de finales de los años sesenta. En todo caso, “yo le creo a mi mamá”, comenta, así que podemos decir que tiene 55 años.
Por varios años, Cuevas trabajó para la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH), confiscada por la dictadura. Durante las protestas de 2018, Cuevas fue de los defensores más visibles y destacados que denunció las arbitrariedades del régimen y eso le trajo consecuencias. Desde marzo de 2021 salió de Nicaragua junto con su familia para evitar ser encarcelado.
También fue despojado de su nacionalidad en febrero de 2023 junto con otros 93 nicaragüenses considerados como enemigos por el régimen, entre los que se encuentran opositores, periodistas, activistas, sacerdotes y defensores de derechos humanos, como Pablo Cuevas. Recientemente, su casa en Managua fue confiscada por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
En esta entrevista, Cuevas nos habla sobre su exilio y sobre sus inicios como defensor de derechos humanos. También nos cuenta cómo hizo para desertar del Servicio Militar de los años ochenta, durante la primera dictadura sandinista.
Percibo que a usted le ha golpeado bastante el exilio.
Todos los días extraño mi país. Me gustaba ir a Siuna, La Cruz de Río Grande. Me gustaba ir a Río San Juan y a cualquier otro lado más que estar en la oficina con aire acondicionado. A mí me gustaba relacionarme con la gente. Yo tengo una característica y es que rápidamente siento empatía con la gente. Recuerdo una vez que fui a ver un caso donde el Ejército y la Policía andaban una campaña de represión increíble en contra de campesinos de un lugar que se llama Santa Elena del Guineo, y entonces recuerdo que los campesinos bajaron de las montañas a caballos, con botas, hasta donde yo estaba en una iglesia de madera. Ellos me decían que qué alegre que yo hubiera llegado tan lejos porque a ellos nadie los visitaba, mucho menos alguien de derechos humanos, y ahí había muchos abusos.
Entonces a mí me reconfortaba eso. Mi estilo de vida era ir al campo, al lugar de los hechos a trabajar. Creo que mi país es el más lindo del mundo. En Estados Unidos yo he tenido la oportunidad de viajar a muchos estados aquí, trabajando, y es un país lindo, el primer mundo, pero yo creo que no existe ningún país como Nicaragua.
¿Ha podido acomodarse al estilo de vida en Estados Unidos?
Yo tengo familia aquí. Tengo una hermana que tiene 36 años de vivir aquí. Se vino perseguida por la primera dictadura sandinista. También un hermano que tiene 25 años de vivir aquí y también por consecuencia del sandinismo. Siempre hemos sido defensores de derechos humanos. Toda mi familia. Mi otro hermano tiene 13 años de estar acá. Mis dos hermanos eran sindicalistas y defendían derechos laborales y eran adversarios al sandinismo.
Todos ellos me decían que me viniera a Estados Unidos y yo siempre estuve claro de que la situación de exilio es muy dura y que si te ves en crisis allá en Nicaragua no es lo mismo que verse en crisis acá en los Estados Unidos. Allá si tenés problemas recurrís a amigos, pero aquí todo mundo vive en una situación prácticamente de sobrevivencia. Aquí sigo haciendo mucho de lo que hacía allá y escucho a las víctimas de abuso. Es un país muy lindo, pero no es como mi país. A mí me gustaría poder morir en mi país.
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Usted y su familia, ¿de dónde son originarios?
Somos originarios de León. Yo nací en León, pero desde los 8 años llegué a Managua y desde entonces crecí en Managua, estudié y todo en Managua y tengo dos fechas de nacimiento.
¿Cómo es eso que tiene dos fechas de nacimiento?
Una es la que dice mi mamá, que nací el 11 de noviembre de 1969, y la que dice mi partida de nacimiento que nací el 2 de marzo de 1968. Mi fe de bautismo dice que nací el 11 de noviembre de 1969 entonces yo le creo a mi mamá, pero para efectos legales siempre utilizo la fecha que dice 2 de marzo de 1968. En esos tiempos había serios problemas en el Registro Civil que era un desastre en esos tiempos, e incluso mi apellido lo escribieron mal y tuve que corregirlo, pero la fecha que siempre celebro mi cumpleaños es el 11 de noviembre.
Entonces cumple años el mismo día que cumple Daniel Ortega.
El mismo día que el dictador.
¿Cómo recuerda su infancia en los setenta, en la Nicaragua de Somoza?
Gracias a Dios yo fui criado en valores. Mi papá era profesor y recuerdo que de niño mi papá oía la Radio Reloj de Costa Rica y entonces yo siempre andaba muy de cerca con mi papá y lo escuchaba que era admirador del sistema democrático en Costa Rica. Nunca se me olvida una vez que escuchó que estaban describiendo que el presidente de ese momento en Costa Rica que se llamaba Rodrigo Carazo Odio estaba haciendo fila con su escolta en una sala de cine para comprar un boleto. “Qué bonita es la democracia de ese país”, decía mi papá, mientras que aquí Somoza andaba con una caravana de guardias armados hasta los dientes y no se relacionaba con nadie.
Entonces yo crecí escuchando eso. Mi papá recuerdo que admiraba mucho la labor de don José Esteban González, el fundador de CPDH y de don Lino Hernández, director ejecutivo, un hombre que hacía un trabajo increíble.
¿Podría decir que esa sensibilidad a los abusos la heredó de su padre?
Yo creo que sí. Tanto en los años setenta como en los años ochenta, mi papá siempre estaba pendiente de los abusos. Mi papá cuestionaba el poder cuando era abusador, entonces todo eso creo que influyó en nosotros los hijos porque todos nos hemos metido de una u otra manera a defender derechos.
Fui miembro de la Juventud Social Demócrata y en 1984 me uní al Partido Social Demócrata. Tenía mucho miedo porque la Seguridad del Estado en ese momento era terrible, te perseguían y te mataban. Recuerdo que supe del asesinato de una persona que se llamaba Amado Rojas, que como en 1985 o 1986 fue secuestrado y de ahí este apareció en el cementerio. Él venía de la Guinea para su casa y de repente apareció muerto. Luego El Nuevo Diario, que en ese entonces era de tendencia sandinista, salió diciendo que había sido asesinado porque andaba en una banda y que había muerto en un enfrentamiento con la Policía, o sea una total mentira. Él era cercano a mi hermano y entonces eso me hizo a mí darme cuenta que estaba del lado correcto y que estos tipos eran criminales.
Entiendo que usted desertó del Servicio Militar, ¿cómo fue eso?
Yo estudiaba y trabajaba. Anduve evadiendo el Servicio Militar, y estuve así un buen tiempo sin prestar el servicio. Un día yo venía saliendo como a las nueve y media de la noche de clase y de repente un jeep de Prevención y me cayeron cuatro guardias, me pidieron mi carné del Servicio Militar y les dije que no tenía, entonces me montaron a empujones. Me tiraron como cerdo en el jeep hasta que me llevaron a la oficina de Prevención. Ahí me tiraron a una celda donde había un lodazal y días después me llevaron a Mulukukú. Me pelonearon, me dejaron toda la cabeza mordida, mal cortada, me entrenaron y me mandaron a la guerra. Mi mamá anduvo como dos meses buscándome por todo el país, hasta que dio con Mulukukú.
¿Cómo logró zafarse del Servicio Militar?
Como en junio de 1989 yo visitaba la casita de unos campesinos en mis días de pase. Ellos ya sabían que yo no era sandinista y ellos tenían hijos en la Contra. Entonces yo llegaba a quedarme donde ellos y un día escuché una radio clandestina que decía que se había formado la UNO. Entonces yo les digo (a los campesinos) que me la tenía que jugar el todo por el todo y que iba a desertar. Yo andaba con mi fusil AK y siempre andaba 300 tiros, y entonces me dieron ropa de campesino, enterraron el uniforme y desarmé la AK. Me dieron un quintal de mazorcas de maíz y ahí guardé el AK y así me fui a Managua. De todos modos, aquí me van a matar decía yo.
¿No lo descubrieron?
Llegué a Managua sin problemas. No me pararon y venía en un camión que traía un montón de cerdos. En Managua me fui a vivir a la casa de un tío donde no me conocía nadie y me integré a la UNO como en julio de 1989. Estuve como un año y dos meses solo en el Servicio Militar.
¿Qué hacía en la UNO?
Anduve promoviendo el voto y eso me trajo amenazas. Los sandinistas me dijeron que el 25 de febrero (de 1990) ganaban y que el 26 me ahorcaban. Me amenazaban de esa manera. Y así fue, de amenaza en amenaza, hasta que terminó el proceso y los vi llorar amargamente cuando les ganamos.
¿Qué hizo después del triunfo electoral de 1990?
Entré a la universidad a estudiar Contabilidad y trabajaba en Plásticos Modernos y en una tienda con mi tío. Después me gradué y daba clases de Contabilidad. Después estudié Derecho y me contrataron en CPDH y así comencé mi vida como defensor de derechos humanos. Me daba mucho gusto poder ayudar a la gente. Encontré mi lugar en la vida y yo siempre digo que le doy gracias a Dios por estar del lado correcto de la historia.
¿Antes de 2018 lo perseguían por ser defensor de derechos humanos?
Sí, por supuesto. Amenazas, vigilancia, y ya después del 18 de abril todo se volvió más riesgoso. Yo salía de mi casa y estaba claro de que podía regresar en un ataúd. Estaba más que claro eso porque era lo que veía yo, que a veces se convertían los lugares donde estábamos en campos de batalla.
¿En qué momento tuvo que salir al exilio?
En el 2021. Ese fue un año horrible para mí. A inicios de 2021 fui secuestrado en Pájaro Negro. Iba a una reunión con unos promotores voluntarios. Ya eran las 6:00 de la tarde y me iba a quedar a dormir en San Carlos. En el Pájaro Negro fui interceptado por un grupo de la DOEP y me dijeron que no podía seguir, que tenía prohibido entrar al departamento. Entonces les dije que por qué no podía pasar porque yo tenía derecho a la libre movilización, y me dijeron que eran órdenes superiores, pero es que eso no es una justificación y así comencé a discutir con ellos. De repente le ordenaron al conductor que diera la vuelta y pusieron varias patrullas adelante y atrás.
Nos llevaron hasta Managua desde las 6:00 o 7:00 de la noche hasta como a las 2:00 de la mañana llegué a mi casa. No nos decían nada ni dónde nos llevaban ni nada, solo que el conductor siguiera una patrulla. En marzo igual me iba a reunir con una cantidad de promotores y me detuvieron nuevamente en El Coral. Me dijeron que no podía seguir, que diera la vuelta. Lo mismo me pasó en Chinandega después, y había mucha vigilancia, amenazas y hostigamiento.
¿Temió que lo detuvieran?
Era casi seguro que me iban a meter preso. Ya miraba que cada vez era más difícil, entonces tuvimos una reunión familiar y ahí decidimos toda la familia que nos teníamos que ir del país, incluso mis nietos y mi nuera embarazada. Pero yo recuerdo que un día me cae un mensaje de un oficial de Policía que hace como 10 años yo había ayudado porque era víctima de abusos por parte de su superior. Fui a asuntos internos y hablé con un oficial y el de asuntos internos gestionó para que lo movieran. Te estoy hablando de tal vez 2013, 2014 que todavía incidíamos. Entonces en el mensaje me decía que me moviera de la casa, que me iban a echar preso.
¿Usted qué hizo?
Ahí decidí entonces que compráramos los boletos para irnos. Hablé con un finquero en la frontera con Honduras que yo hacía unos 10 años había ayudado en un caso que le invadían su propiedad y pude pasar por ahí. Mi familia salió por la frontera, pero la Policía tenía retenido el bus y no los querían dejar salir. Yo estaba muy asustado, pero después de dos horas hubo una negociación con los dueños del bus que incluyó dinero y los dejaron salir. Me imagino que vieron que yo no venía. Entonces, ese 8 de marzo de 2021 me encontré con mi familia del otro lado.
Para venir aquí (a Estados Unidos) cruzamos el río Bravo. Todo bien gracias a Dios, sin mayores consecuencias. Estuvimos en México soportando todas las extorsiones de las que son víctimas los migrantes. Extorsionados por Migración, por la Policía de México, pero te puedo decir que mucha de la gente que yo ayudé en el pasado, me ayudó. Incluso un joven que yo le había ayudado, excarcelado político, me grabó un video por donde me podía cruzar el río Bravo y en efecto fue un lugar bien adecuado.
¿Cómo ha sido para usted el exilio?
Al igual que todos estuve bajo el síndrome del desarraigo, que es como agarrar una plantita de donde está sembrada y trasplantarla a otro terreno donde la plantita se marchita y permanece así un buen tiempo hasta que comienza a revitalizarse y entonces se fortalece.
¿De qué sobrevive en el exilio?
Sigo dedicado a la defensa de derechos humanos y también hacemos trámites migratorios y de eso nos sostenemos con una oficina para la legalización de los compatriotas de cierta manera subsidia lo que estamos haciendo de levantar denuncia y documentando e informando a entidades.
Yo siempre tuve claro que el exilio es duro, o sea, nunca he creído que venía aquí a cosechar dinero. Siempre tuve claro y por eso no me quería exiliar. Aquí la gente sufre mucho, lo que pasa es que a veces pues la gente no lo cuenta, pero la vida del exilio es sumamente dura. Yo hablo todos los días con nicaragüenses y viven con el estrés de todos los días extrañando su familia, extrañando su país. Hay gente que está sola aquí. Me dio mucho pesar el suicidio de una jovencita ahora en abril que vino huyendo porque estuvo bien de lleno en las protestas. La depresión es muy común aquí.