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Luis Guillermo Solís, expresidente de Costa Rica. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Luis Guillermo Solís, expresidente costarricense: “Sería devastador un gobierno de Rosario Murillo”

El expresidente de Costa Rica considera que la crisis en Nicaragua es peor que la de Venezuela y que Rosario Murillo sucederá a Daniel Ortega en el poder, lo cual traerá graves consecuencias para la región.

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Después de entregar la presidencia de Costa Rica en 2018, Luis Guillermo Solís permanece retirado de la política y al cuidado de sus nietos, pero dice que siempre está atento a lo que sucede en su país y en la región. Le preocupa esencialmente la crisis política en Venezuela, pero también lo que ocurre en Nicaragua.

Luis Guillermo Solís fue presidente de su país entre 2014 y 2018. Mucho antes de eso fue parte del equipo mediador del expresidente Óscar Arias para los acuerdos de Esquipulas en Nicaragua a finales de los años ochenta.

En todo su periodo presidencial tuvo disputas con Daniel Ortega por distintas razones. “Fueron relaciones frías”, recuerda. En los últimos días de su administración, Ortega rechazó la ayuda que le ofreció Solís para sofocar el incendio de la reserva Indio Maíz y que dio inicio a la actual crisis política que vive el país.

De esos episodios y otras cosas habla en esta entrevista el expresidente costarricense, quien considera que la crisis de Nicaragua es peor que la de Venezuela debido a que el régimen de Ortega ha cerrado todo espacio de disidencia, mientras que Nicolás Maduro al menos permite que los opositores se reúnan y permanezcan en su país.

¿Cómo ve la situación en Venezuela? No se ve que Nicolás Maduro esté anuente a dejar el poder.

Ese es el problema con las dictaduras, que llega un punto en que se han convertido en objetivos en sí mismo para quienes las sostienen y por lo tanto resulta prácticamente imposible encontrar resquicios que permitan una transición ordenada. En Venezuela, al igual que en Nicaragua, se están buscando todas las vías pacíficas. No hay intención de recurrir a la violencia.

Hemos visto un proceso electoral en donde la oposición tuvo un comportamiento ejemplar, en donde la ciudadanía salió a votar con confianza y optimismo. Un sistema electoral bueno, en el sentido de que técnicamente se reconoce la calidad de la maquinaria electoral de Venezuela y que dio un resultado que no se puede certificar como lo hace el régimen, sin presentar actas, pero que a todas luces parece haber favorecido a la oposición. Estamos ahora en un momento que es crucial, entendiendo la voluntad histórica del país y del pueblo venezolano que se expresó en las urnas de forma masiva, para que el régimen haga lo que tiene que hacer que es aceptar esa voluntad y avanzar. Pareciera que eso no se está logrando a pesar de la intermediación de países amigos del régimen venezolano.

Mucho se dice que organismos como la OEA, Naciones Unidas y la comunidad internacional en general no son de mucha ayuda en contra de regímenes como Venezuela, Cuba o Nicaragua.

Están funcionando dentro la lógica que tienen que funcionar. La alternativa a esos mecanismos es Ucrania (guerra), y a mí no me hace gracia. La violación de todo el derecho internacional, de todos los procesos para la mediación internacional, la necesidad de respetar el derecho internacional, es lo que garantiza que dentro de la complicación que significa la diplomacia, que sea posible encontrar salidas razonables, humanitarias y sensatas.

En el caso de Venezuela, de producirse un acontecimiento bélico, complicaría enormemente todas las relaciones interamericanas y devastaría los entendimientos regionales. Son escenarios indeseables. La guerra no se va producir además porque las condiciones de la geopolítica internacional no lo permiten. Si usted hace un balance de quienes se meterían a una guerra en Venezuela, vería que hay muy pocos países que están dispuestos a participar en una guerra de esa naturaleza y que no tendría un asidero legal en el derecho internacional lo suficientemente fuerte para justificarse en estos momentos. Por mucha crítica que se haga a Naciones Unidas y otros organismos como la OEA, esas salidas serían muchos peores si no estuvieran esos entes mediadores o esos espacios donde el diálogo se pueda llevar a cabo.

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¿Cómo debería tomar Nicolás Maduro la propuesta de la oposición y de algunos países que han hablado de amnistía y garantías para una transición?

Es mejor un mal arreglo que un buen pleito. No pueden ganar todos y no pueden ganar todos, todo, al mismo tiempo. En una circunstancia tan compleja como la de un país que tiene que experimentar una transición democrática, tienen que hacerse concesiones tanto de un lado como del otro, y ahí es donde la cosa se complica porque nadie quiere ceder en lo sustantivo, y las cesiones sustantivas son indispensables, ni siquiera necesarias, si no indispensables.

El ceder en temas de intereses económicos, financieros, en la posibilidad de que un exmandatario quede en la cárcel acusado de crímenes de lesa humanidad y cosas por el estilo, pues es de una complejidad enorme. Y se complica más porque en determinado momento, Maduro ya no es Maduro, sino que es Maduro y sus circunstancias. Hay una serie de personajes alrededor del líder del régimen que no van a dejar que este tome las decisiones de forma individual. Me parece que la experiencia indica que esos posicionamientos previos a una negociación, y la negociación misma, no se puede hacer por generalidades, tiene que ser con mucho detalle. Eso requiere de gran paciencia, gran entendimiento y una gran fuerza.

Pero también se requiere de voluntad del mismo Nicolás Maduro

Eso es lo principal.

No pareciera que Maduro tenga voluntad para negociar en este momento

Esa voluntad a veces hay que presionarla un poquito. Maduro viene sosteniendo una presión internacional importante desde hace muchos años. Ha logrado evadirla porque, por un lado, ha tenido la posibilidad de controlar a las fuerzas armadas por medio de mecanismos de cooptación de diversa naturaleza, incluyendo la designación de generales en activo en altos cargos públicos.

Por otro lado, ha contado con un apoyo internacional de pocos países, pero importantes que le han dado el aire que necesita para sobrevivir en un contexto de aislamiento. Rusia, Bielorrusia, China, Cuba, y países latinoamericanos que no han querido aplicar las presiones que otros sí han aplicado, como Brasil, Colombia. Pero, sin voluntad política no hay posibilidad de ningún acuerdo.

Llama la atención que en Venezuela se hable de amnistía y ventanas abiertas para Maduro, pero en Nicaragua hablar de esta posibilidad es fuertemente rechazada por sectores de la oposición.

Es que lo que tenemos en Nicaragua es una dictadura atroz en toda regla.

En Venezuela también.

Hay diferencias. Daniel Ortega tiene una sucesión monárquica y dinástica que él considera asegurada, domina todos los espacios públicos, reprime con violencia a toda oposición. Ahí no hay nada que discutir. No hay ningún espacio. Ha sacado todo el oxígeno que se requiere para una transición democrática y es una tragedia porque se está comportando a como se comportaron todas las dictaduras más atroces de América Latina.

En el caso de Venezuela todavía hay resquicios, no de descontrol para el régimen porque lo controlan todo, pero sí existen espacios de opinión pública, de operación de los partidos políticos, de la propia oposición. Venezuela ha hecho pequeñas concesiones, todas ellas en un marco rígido pero que lo hacen a uno diferenciar a la autocracia venezolana de la dictadura nicaragüense, o de un régimen dictatorial que lleva muchas décadas como el cubano. En Nicaragua no hay ni una mínima disposición a la disidencia, incluidas las organizaciones no gubernamentales, ni religiosas, ni siquiera de los Boys Scouts.

Para usted, ¿Nicaragua está peor que Venezuela?

Para mí sí, porque no hay transición posible. Es que en Venezuela la puerta todavía está semicerrada. Cada vez se cierra más, pero todavía no se ha cerrado. En Nicaragua sí está totalmente cerrada. Aquí lo que hay es miedo, hay represión, incautación, separación de familias, les han quitado la nacionalidad a personas que se oponen al régimen. Desafortunadamente, en Nicaragua uno no tiene una perspectiva de por dónde puede haber una apertura que garantice una transición adecuada, negociada y buscando los entendimientos que hay que buscar. En Nicaragua hay una oscuridad profunda que inició en 2018 y sigue todavía.

Usted dice que en Nicaragua habrá una sucesión dinástica ¿Cree que Rosario Murillo asumirá el poder después de Ortega?

Creo que para Nicaragua sería devastador un gobierno de Rosario Murillo, no porque no pueda gobernar. Gobernará igual que Daniel Ortega, de forma más o menos parecida. De todas maneras, ella tiene una influencia muy importante en la actualidad en Nicaragua, pero mantener esta lógica de exclusión y represión no le sirven a Centroamérica ni a la propia Nicaragua en primer lugar.

Que en Nicaragua se consolide la monarquía Ortega Murillo y que esto empiece a lucir ya como un régimen parecido al albanés de los años cincuenta, donde Enver Hoxha dominaba para siempre el espectro político, me parece muy grave. Yo hace rato dejé de hablar del régimen de Ortega como otra cosa que no sea una dictadura. Es una dictadura.

Luis Guillermo Solís se mantiene retirado de la actividad política tras dejar la presidencia de su país en 2018. LA PRENSA/Óscar Navarrete

¿Cómo fue su relación con Daniel Ortega cuando estuvo en la presidencia de Costa Rica?

La relación fue fría. Fue correcta en el sentido de que no tuvimos que suspender relaciones o retirar embajadores, pero fue una relación fría y en algunos casos confrontativa. No puedo decir absolutamente nada en relación a la actitud de Nicaragua respecto a los fallos de la Corte Internacional de Justicia porque Nicaragua respetó esos procesos. Nicaragua aceptó las tres resoluciones, inclusive la más sensible que a mi juicio era la definición que Costa Rica planteó de su mar territorial. También doña Rosario Murillo nos devolvió de forma expedita a 13 costarricenses que fallecieron en un accidente náutico en Bluefields. Y debo decir que tuvimos una relación constructiva en seguridad. Había acuerdos con Nicaragua para que criminales que cometían sus actos en Nicaragua y venían a Costa Rica, o al revés, pudieran ser capturados por las fuerzas de Policía y trasladados sin hacer demasiada complicación burocrática.

Pero desde el punto de vista político y diplomático, la relación no fue cordial. En el caso de la cumbre de la CELAC, en San José, tuve un enfrentamiento directo porque Daniel Ortega pretendía que un representante no centroamericano que él había designado como miembro de su delegación participara en un diálogo de presidentes lo cual era absolutamente inaceptable.

A usted también le tocó atender una crisis migratoria que causó Ortega a finales de 2015.

Fue una crisis muy complicada por el número de personas. La mayor parte eran personas cubanas que formaban parte de una cadena de traficantes que los llevaban desde Ecuador hasta Estados Unidos. En el año 2015 se hizo un operativo y se capturó a buena parte de la red de costarricenses que formaban parte de ese negocio, y nos encontramos con que había cerca de 1,500 personas en San José esperando a ser trasladadas a Estados Unidos. Esas personas rápidamente se movieron a la frontera norte y ahí Daniel Ortega impidió que entraran a territorio nicaragüense.

Creo que lo hizo no solo por ser cubanos. Creo que también había un cálculo de hacerle un gesto al gobierno estadounidense de que estaba parando a los migrantes. El problema es que los 1,500 rápidamente se convirtieron en 8,000 y se agravó meses después con la llegada de 23,000 haitianos. Hubo que establecer un puente aéreo en el cual nos ayudó mucho el presidente Enrique Peña Nieto de México, y Salvador Sánchez Cerén de El Salvador, que nos permitió que ese puente aéreo llegara a El Salvador y de ahí en autobuses pasar a la frontera con México sin detenerse en Guatemala. Lo pasamos muy mal. En todos los casos hubo negativa de Ortega de dejarlos pasar y hubo episodios de mucha violencia contra los migrantes que lograban irse a Nicaragua siguiendo las rutas de los coyotes.

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Usted todavía estaba en la presidencia cuando estallaron las protestas en Nicaragua en abril de 2018, ¿cómo recibió esa primera oleada de exiliados?

La transición al nuevo presidente, que era Carlos Alvarado, se dio entre abril y mayo de 2018. Estábamos en esa fase compleja de cambio de administración. Es inevitable prepararse para una ola de exiliados y refugiados cuando hay eventos en Nicaragua de esa magnitud. Eran como 85,000 personas las que se decían que habían salido de Nicaragua en ese momento y fue muy duro para el nuevo gobierno porque uno nunca se prepara para esas proporciones y no está eso en el presupuesto nacional, entonces hay que buscar recursos.

Al principio nos sentimos aliviados por la fraternidad con que la comunidad nicaragüense recibió a sus hermanos que venían desplazados y que permitió que pudieran ubicarse sin traumatismos, pero muy pronto el número superó las posibilidades de la comunidad nicaragüense en Costa Rica, comenzaron a aglomerarse en parques, iglesias y requerían de apoyos logísticos y eso hizo que la situación se tornara muy compleja.

Para abril de 2018 Daniel Ortega rechazó su ayuda para sofocar el incendio en la reserva Indio Maíz. ¿Cómo sucedió eso?

A mí me informaron, amigos ambientalistas desde Nicaragua, que había una situación terrible en la reserva Indio Maíz y querían que Costa Rica ayudara porque estaban tratando de que se dieran acciones de parte de los bomberos de Nicaragua que no se estaban moviendo. Los que tenían un poco más de fisga política decían que estaba ocurriendo porque Ortega y Murillo querían el incendio porque podían entonces habilitar propiedades en la zona que no podían ser utilizadas por ser parte de la reserva y si se devastaba aquello se podía redefinir como tierra agrícola.

Yo me comuniqué con el jefe del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Costa Rica. Le consulté si podían ellos estar en disposición para apoyar en el incendio porque además era un incendio al que se podía fácilmente llegar a territorio costarricense. En cosa de pocas horas él ya tenía 40 bomberos, todos equipados y disponibles para ir a Nicaragua con su equipamiento más nuevo, incluso drones para ubicar los focos de incendio porque es una zona muy complicada. Yo cursé la información a través de una nota. El jefe de bomberos de Costa Rica habló con el jefe de bomberos de Nicaragua. La nota mía nunca fue contestada formalmente y lo que hubo fue una declaración de que no se necesitaba la ayuda de Costa Rica para el tratamiento del incendio y el fuego siguió su curso causando grave daño en la reserva.

Luis Guillermo Solís considera que Nicaragua está peor que Venezuela. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Ahora que está fuera del gobierno, ¿cómo ve el papel de Costa Rica frente la crisis nicaragüense?

Costa Rica podría actuar de forma más activa. No deberíamos tener hacia Nicaragua una política de pragmatismo escalofriante como la que tiene la administración de Rodrigo Chaves. Costa Rica siempre ha tenido una actitud respetuosa en cuanto a los procesos internos en Nicaragua, de buscar aperturas en donde había dictaduras o donde se cerraban los espacios para la discusión democrática. Lo que veo en el periodo de Rodrigo Chaves es una actitud semicrítica en algunos puntos, pero que no busca confrontar, enojar o ubicar una presión que el régimen de Ortega y Murillo consideren inapropiada.

Nosotros tenemos en nuestro país a centenares de miles de nicaragüenses que viven aquí, muchos de los cuales viven en condición de refugio o en condición irregular, y por tanto son una población vulnerable. No podemos tampoco ignorar que requieren atención por parte del gobierno, y hemos visto en algunos casos cómo se han producido actos de violencia en contra de esa población. Costa Rica debe mirar hacia dentro esa operación de los esbirros del régimen aquí. La voz de Costa Rica se echa de menos en la presión hacia el régimen y se muestra a veces cómplice con el régimen en las instancias regionales. Las jugarretas que Costa Rica ha hecho dentro del SICA y que han requerido del apoyo de Nicaragua o de concederle a Nicaragua ciertos apoyos, a mí me da un poquito de vergüenza.

Rodrigo Chaves ha dicho que consulta de vez en cuando con Daniel Ortega.

Yo espero que eso sea una metáfora más que otra cosa porque consultarle a Daniel Ortega es recibir un mal consejo. No creo que haya oportunidad de conseguir de Daniel Ortega, y menos un presidente costarricense, lecciones de nada, excepto de cómo reprimir a su propio pueblo que espero eso nunca suceda aquí.

Además de Rodrigo Chaves, ninguno de los otros presidentes de Centroamérica tiene una posición beligerante contra Ortega.

Los jefes de Estado de Centroamérica son todos políticos que tienen una carrera como funcionarios públicos o que han vivido en el ámbito internacional, como es el caso de Chaves que no tiene muchos años como político. Me parece que eso les permite hablar con esa franqueza y no creo que haya miedo en esas posiciones. Lo que pasa es que todos están ocupados con sus propios líos como para ponerse a discutir con Daniel Ortega porque es una discusión que no lleva a nada. Me parece que las interacciones cambian de intensidad cuando las prioridades son otras. Hoy la prioridad la tienen los procesos internos en cada país y me da la impresión que los presidentes no quieren meterse a pleitos innecesarios.

Luis Guillermo Solís fue presidente de Costa Rica entre 2014 y 2018. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Plano Personal

Luis Guillermo Solís fue presidente de Costa Rica entre 2014 y 2018. Tiene formación como historiador graduado de la Universidad de Costa Rica (UCR), en la cual también fue docente. Hizo estudios de posgrado en Estados Unidos y fue docente de la Universidad de Florida.

Se mantiene retirado de la actividad política y dedicado al cuidado de sus nietos. Le gusta la poesía de Rubén Darío y Ernesto Cardenal. Este último le dedicó un poema durante una actividad oficial cuando Solís aún era presidente de Costa Rica.

También colabora con el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en el festival Centroamérica Cuenta.

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