Este 23 de abril como todos los años se celebra el Día Mundial del Idioma Español y el Día de la Lengua Inglesa, instituidos por las Naciones Unidas. La coincidencia en la celebración es porque en ese mismo día de 1616 fallecieron los representantes más emblemáticos de ambas lenguas, del español don Miguel de Cervantes Saavedra y del inglés William Shakespeare.
El lenguaje es condición indispensable de la convivencia humana y social organizada, habida cuenta de que es la facultad de las personas de expresarse y comunicarse unas con otras. Por tanto es una herramienta fundamental para impulsar el desarrollo y el progreso de cada pueblo en particular y de la humanidad en general.
Pero no siempre se aprecia el valor del lenguaje. Muchas personas en vez de cuidarlo, cultivarlo y usarlo correctamente, lo descuidan, maltratan y deforman. Cuando eso ocurre el lenguaje deja de ser herramienta de entendimiento y se convierte en instrumento de confusión, discordia, polarización y conflicto que a veces llega al extremo de la violencia irracional. En ese sentido seguramente es que en la Biblia se dice que “la muerte y la vida están en poder de la lengua…” (Proverbios 18:21).
El lenguaje desempeña una función fundamental en la política, que rige los asuntos de interés público que a todos conciernen. Por esa razón el lenguaje político debería ser manejado de manera responsable, sobre todo por las personas que por elección o designación ejercen funciones estatales y gubernamentales.
Quienes se dedican profesional o vocacionalmente a la política deben tener habilidad para el manejo lingüístico. Pero no solo para la oratoria, que es indispensable en las campañas de proselitismo político y en el ejercicio de la función parlamentaria, sino también en su relacionamiento general con la gente, sobre todo, insistimos, si desempeñan responsabilidades gubernamentales y de representación nacional e internacional.
Un buen lenguaje político, mesurado, cuidadoso y respetuoso, es propio de países que tienen democracias consolidadas y altos niveles de desarrollo económico, social y cultural. Sin perjuicio que en todas partes hay personas marginales que no cumplen las reglas de urbanidad que garantizan la convivencia humana de calidad.
Al contrario, donde el poder político es dictatorial, autoritario o totalitario, el lenguaje es deformado y se envilece la comunicación al asignar, los que detentan el poder, significados contrarios a las palabras. Por ejemplo, llaman democracia a la dictadura, libertad a la opresión, paz al miedo y sometimiento. El lenguaje se utiliza como arma de intimidación y aniquilación, se denigra a los adversarios con insultos, se les asesina moralmente cuando no se les puede matar físicamente.
Eso es el “lenguaje de odio”, que según explica la filósofa venezolana Corina Yoris “demuele la igualdad que debería persistir entre cada individuo y el grupo social al que pertenezca… Con esa demolición, ya no hay posibilidad de entablar un diálogo, una deliberación, ni tan siquiera una discusión…”
Cabe mencionar, dicho sea de paso, que el régimen venezolano se negó a inscribir a la doctora Corina Yoris como candidata presidencial sustituta de María Corina Machado. El poder brutal y sombrío de la dictadura no tolera la luz de la verdad que irradia la filosofía.
También es importante precisar que la deplorable situación creada por el lenguaje de odio, empeora hasta el grado de tornarse insuperable cuando hasta las personas que abogan por la libertad y la democracia caen en la trampa de recurrir también al lenguaje odioso que manifiesta el lado oscuro de la condición humana.
De esa manera el lenguaje pierde por completo su potencial liberador y su capacidad civilizadora.