Cerraba mi artículo anterior invitando al lector a responder a una pregunta vital para valorar a Sandino y entender la historia de Nicaragua. ¿Cuál decisión fue mejor; la de Sandino, que optó por continuar la guerra, o la de Moncada, que aceptó elecciones supervisadas por las tropas de intervención norteamericanas?
Eran las únicas alternativas: continuar la matanza entre liberales y conservadores, hasta que uno de los bandos aplastara al otro, o aceptar elecciones supervisadas por Estados Unidos para que el pueblo escogiera sus gobernantes. El problema con la segunda, y que constituyó la médula del alegato de Sandino, es que era contraria al principio de soberanía. ¿Podía plantearse entonces, como tercera alternativa, que los propios nicaragüenses organizasen y supervisasen elecciones libres? Lograrlo hubiese sido indudablemente lo ideal y más congruente con la guarda de la soberanía, ¿pero era factible?
La casi totalidad de liberales y conservadores pensaron que no. Con honestidad y realismo concluyeron que en ese momento no había posibilidad alguna de encontrar una fuerza nacional verdaderamente neutral. Nunca había existido antes y menos la habría ahora, con tantas heridas y hombres armados. Pensaron, además, que prolongar la guerra corría el riesgo de sumir partes del país en la anarquía, con bandas dedicadas al pillaje. También invitaba a perpetuar los ciclos interminables de guerras civiles advertidos por el célebre historiador Arnold J. Toynbee: “El localismo había convertido a Nicaragua en presa de las luchas entre las facciones provinciales, luchas nunca decisivas, y por tanto incesantes. …esta situación, que ya había durado un siglo, podía haber continuado indefinida si Estados Unidos no hubiera intervenido en los asuntos internos de Nicaragua”.
El mismo Sandino reconoció implícitamente la dificultad de orquestar elecciones libres sin presencia extranjera. Lo hizo cuando pidió que un militar norteamericano asumiese la jefatura interina de Nicaragua, en lugar de Adolfo Díaz (cita en el artículo anterior), y cuando en enero de 1928, propuso que la supervisión lo hicieran países latinoamericanos. Ahora bien, si la salida para Sandino eran elecciones supervigiladas por extranjeros, ¿qué razones tenía para desconfiar de la supervisión de Estados Unidos? El hecho de que las elecciones la ganarían limpiamente los liberales en 1929 demostraría que la fuerza interventora norteamericana jugaría bien su papel de árbitro imparcial.
En la opción de Sandino por la guerra yacían razones distintas a las exaltadas por la leyenda. Él odiaba, como se mencionó antes, a Adolfo Díaz, pero también a Moncada, quien durante la guerra constitucionalista le había ordenado no usar como bandera una calavera flanqueada por dos machetes en X. Pero, sobre todo, Sandino amaba la guerra y el protagonismo. El nunca fue un hombre de paz. Al comienzo de su rebelión proclamó: “Nosotros permaneceremos en armas, mientras el Gbno. sea conservador y entregaremos las armas solamente a un Gbno. liberal aun cuando no seamos partidarios de él, y después nos buscaremos en el campo de la lucha civil”. (26 agosto 1927). Pero ganaron los liberales las elecciones y Sandino siguió guerreando. Luego prometería deponer las armas si se iban los marinos. Pero se fueron y siguió guerreando, acusando a la Guardia Nacional de inconstitucional. Con el tiempo se volvería cada vez más evidente que sería muy difícil idear un arreglo político capaz de apaciguar a Sandino.
Un factor que influyó mucho en su beligerancia fue la simpatía que cosechó internacionalmente. En febrero de 1928, el reportero norteamericano Carleton Beals logró entrevistarlo. Sus publicaciones, en que lo presentaba como el David guerrillero del siglo XX, empeñado en una lucha desigual y heroica contra el Goliat imperialista, tuvieron un eco formidable. Igual de efectiva fue la propaganda que le hizo inicialmente Froylan Turcios, el influyente intelectual hondureño. Se creó, así, una de las leyendas románticas más persistente en la historiografía tercermundista. Esto alimentó también en Sandino su convicción de haber sido escogido por las fuerzas cósmicas del universo como líder de la raza Indo-hispana. En la próxima entrega veremos sus fatales consecuencias.
El autor fue ministro de educación y autor de “Buscando la Tierra Prometida”, Historia de Nicaragua 1492-2019, de venta en Amazon y librerías locales.