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Nostalgia cubana

El común denominador de exiliados y emigrantes es el haber dejado atrás la tierra en la que nacieron, además, muy probablemente, compartir las añoranzas del pasado, que tanto para unos y otros, pueden ser arrolladoras, aunque diferentes. Vale decir, que esto lo aprendí hace muy poco tiempo.

La nostalgia es uno de los sentimientos más personales y complejos. Experimenté esa sensación hace un año, en un restaurante donde cenaba con mi esposa y los matrimonios de los hermanos Morera y Xiomara, Kemel y Cristina.

Lo asimilé con dificultad. Recién había muerto un cantautor castrista, lo califico así porque sus canciones, como escribió José A. Albertini, ayudaron a callar las descargas de fusilería en los paredones de fusilamiento. La música de este sujeto, sin dudas, un notable artista, es admirada por muchos compatriotas, y uno de esos fanáticos, propuso a los animadores que interpretaran una canción en su memoria. De más está decir que me molesté mucho, aunque entendí la situación cuando todos me dijeron, “esos son los recuerdos de ese señor, debes entenderlo, lo que tu recuerdas con ternura puede ser amargo para otro”. Una verdad irreductible porque a veces se recuerda con encanto hasta los momentos de peligro.

El arte en general, así como el deporte, han sido utilizados por el totalitarismo insular para manipular a la población y extender una cortina de humo sobre las ocurrencias en Cuba, además, las manifestaciones artísticas han sido usadas para reprimir a los autores, como le ocurrió, entre otros, a Meme Solís. Los intérpretes que más recuerdo son Los Cinco Latinos, The Platter y Luis Aguilé, un argentino muy cubano.

El terror nos devoró. La situación política era tan demoniaca que una canción titulada Adiós felicidad de Ela O’Farril, fue considerada contrarrevolucionaria. La autora fue arrestada y vejada, denunciada por un profesor comunista, amigo de la familia, de haber compuesto una balada contrarrevolucionaria, acusación que determinó su exilio.

Las navidades, a partir de la década del 60, empezaron a transcurrir muy discretamente. Las personas dejaron de felicitarse, o lo hacían con mucha discreción. Al mismo tiempo, había muy poco que regalar, los comestibles brillaban por su ausencia o los decoraban precios prohibitivos. Sin embargo, lo peor, fue, que las celebraciones del 24 y 25 de diciembre eran políticamente incorrectas, no así el 31, víspera del advenimiento del nuevo señor.

El 6 de enero, Día de Reyes, también fue para la cárcel o el exilio. Los juguetes, según la propaganda gubernamental, fueron regulados para que todos los niños tuvieran.

El régimen sustituía costumbres, tradiciones. Lo transformaba todo para que Fidel Castro se adueñara del imaginario colectivo. Más que un gobierno, un nuevo credo se imponía en Cuba.

Admito, que, en las navidades, la morriña es más severa. Es un periodo que, sin ser religioso, me aprisiona y sube a una máquina del tiempo que conduce a compartir de nuevo con los que ya no están, a lugar y tiempo, que jamás volverán.

Mi última Navidad en Cuba fue en 1980. En la Isla estaban prácticamente prohibidas. Alguna que otra Iglesia decoraba discretamente a tenor de las fechas. Recuerdo, un templo, que lo hacía a puertas abiertas, estaba situado en la calle Trista en la inolvidable Santa Clara.

El castrismo dispuso que los feriados por Navidad fueran celebraciones sin connotación devota para el pueblo, algo que se está difundiendo mucho en la actualidad. Los festejos se efectuarían los días 25, 26 y 27 de julio, como parte de su política de destruir las raíces nacionales y transmutar la fecha del asalto al cuartel Moncada en el punto focal de la nueva religión que estaba catequizando a los cubanos.

Las navidades que más recuerdo son las de 1958, desde un año antes estaba en ejercicio la estrategia de las Tres C, “cero cines, cero compras, cero cabarets” en la que el M26 de Julio de Fidel Castro, al ritmo de bombas y atentados personales, impuso el terror, situación que se agravaría drásticamente meses después.

El país estaba virtualmente en guerra. Todos estábamos asustados por la violencia extrema de las partes en pugna, no obstante, nadie podía imaginar la magnitud del desastre que se avecinaba. La República, la nación en pleno, se aproximaban a la extinción. Obra, de los hermanos Castro.

El autor es periodista cubano.

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COMENTARIOS

  1. Hace 4 meses

    Lo peor que le puede ocurrir a una nacion es que la extrema o la moderada izquierda se apoderen del poder politico. La denominada izquierda moderada es un lobo disfrazado de cordero. Una vez que se apoderan de un país no lo sueltan. Lo peor que realizan es que tratan por todos los medios de erradicar la cultura tradicional de los pueblos y quieren ‘a huevo’ instaurar la de ellos. No podes erradicar 400 años de cultura tradicional.

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