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Guatemala o la semilla del fraude electoral

Lo mejor que podría ocurrir en Guatemala es que se den por canceladas las últimas elecciones, se nombre por parte del Congreso a un nuevo presidente de la República y se convoque a otras que contengan un proceso limpio por parte de todos los actores en contienda y el país trate de alcanzar una estabilidad al menos elemental.

Pero no será así y esta visión puede ser vista como un cuento de hadas o una carta a Santa Claus, primero por el espíritu comunista que inunda al subversivo partido Semilla, si es que a ese mamarracho de incendiarios puede considerarse de esa manera; segundo  por la flagrante corrupción del Tribunal Supremo Electoral, tercero, por el aliciente alterno del castrochavismo que muy solapadamente han querido ocultar, y cuarto, porque al Departamento de Estado de Estados Unidos le da la rechingada gana que así sea.

Si bien es cierto que ese hermoso país centroamericano, al que me ata un enorme agradecimiento y amor por haberme acogido en mis años adolescentes tras desertar del monstruoso servicio militar obligatorio sandinista en mi primer exilio en los 80, y donde tengo grandes amigos de toda la vida, no ha tenido gobiernos comunistas en la presidencia de la República, si están infectadas muchas instituciones del resorte público de agentes de dicho sistema.

País de muchas grietas. De lacerantes contradicciones históricas en las que, si bien es cierto el indígena ha pagado más que otros dichos desaciertos, también debe señalarse que sus encuadres sociológicos y su literatura política ha sido dominada por sus intelectuales y escritores de izquierda, comunistas en todo caso y su plebe de seguidores que van “donde va Vicente”, es decir, donde la masa, la fanaticada y la turba, vacunada para vociferar contra los empresarios, los militares y sobre todo, pero sobre todo, contra el “imperialismo norteamericano”, se lanzan despotricando contra estos sectores, sin ninguna retrospective, pero amamantados por la doctrina del resentimiento social, la envidia, la manipulación mediática, la mentira, la malversación de la historia y la lucha de clases definida por Carlos Marx.

La revolución de 1944, que dio al traste con el  gobierno de Jorge Ubico y que interpuso algunos giros de transición semifeudal a cierta modernidad laboral y redistributiva de las tierras, algunas modificaciones arrastradas desde la época de la colonia y en medio de los efluvios de la Guerra Fría más la imposición estadounidense, llevó a cabo políticas demasiado modernas para un país bastante conservador hasta entonces.

Estados Unidos,  a la par de su desbordante solidaridad continental ha cometido garrafales errores políticos en Latinoamérica.  Antes ayudando a derrocar al gobierno de Jacobo Árbenz (1951-1954)  y que ahora,  abiertamente impone a Bernardo Arévalo para que asuma este próximo mes de enero de 2024, como así será a pesar del sonado fraude electoral que se ha generado, comete un grave error en el marco de su política exterior, como sucedió con la Administración Carter en Nicaragua en 1979 y como ha sucedido en muchos otros países con gobiernos demócratas liberales, considerados como de izquierda en Estados Unidos.

Los exmandatarios Juan José Arévalo (padre del actual candidato del partido Semilla) y Jacobo Árbenz, iconos de esa revolución guatemalteca, cambiaron para siempre la historia de ese país, pues su interrupción dio paso a la formación de la insurgencia armada, esa misma que ahora bajo otros conductos se sostiene para imponer siempre su desfasado modelo zurdo y que con este nuevo gobierno tendrá evidentemente mayor espacio.

José Carlos Pomes, presidente de la Asociación Liga Pro Patria de Guatemala, me comentaba recientemente que junto a otras organizaciones anticomunistas están pidiendo al Congreso realizar una sesión extraordinaria para nombrar a dos magistrados faltantes del Tribunal Electoral, tarea difícil cuando la presidenta de ese ente, Blanca Alfaro, con todo y la crisis severa que vive el país mandó de vacaciones al personal, todo ello para que Arévalo gane tiempo y asuma la Presidencia ya en menos de 15 días. 

Sin embargo tanto Pomes como tantos guatemaltecos decentes y preocupados por su país, tienen fe en que las leyes se apliquen con honestidad. 

“Hay gente sana que trata de que la ley sea apegada a derecho, como la presidente del Ministerio Público, Consuelo Porras, y algunos miembros del sistema judicial como el fiscal Rafael Curruchiche, y  jueces como Freddy Orellana o Cyntia Monterroso, quienes han hecho una extraordinaria labor presentando pruebas y recibiendo denuncias del fraude”, me decía.

También Sergio Ramírez y Gioconda Belli, máximos divos literarios del esperpento sandinista, autores impugnados por la historia están preocupados por lo que acontece en Guatemala, pero no por su democracia o falta de institucionalidad, sino porque Arévalo no llegue a asumir la presidencia.  Pero a ambos en sus declaraciones o escritos en ningún momento referencian las violaciones, alteraciones, listados de muertos en el padrón del partido Semilla y otras sendas barbaridades e irrespetuosas hechos contrarios a la Ley cometidos ante la vista y paciencia de ese bello y sufrido país. Como que eso no importara ni fuera de primer orden en una democracia.

A ellos la amnesia que padecen de la revolución sandinista y sus múltiples atropellos, ahora que se llenan la boca hablando de libertad, Estado de derecho o justicia, también los arrastran los panfletos subversivos del partido Semilla y la mudez ética de su máximo representante, Bernardo Arévalo. No obstante Guatemala también ¡volverá a ser república!

El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional.

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