Hay olores que te transportan, como el de la tierra mojada (aunque dicen que es síntoma de anemia), el olor a un libro nuevo, pero uno que no olvidaré es el de los periódicos viejos cuando hacíamos trabajos en la universidad o debía revisar qué se escribió sobre determinado tema para hacer una nota o buscar inspiración.
Recientemente me pregunté dónde podría hacer ese viaje en el tiempo y dónde encontraría esas máquinas del tiempo llamadas hemerotecas, que, como el DeLorean de la película Volver al futuro, nos transportaban a días, meses y años atrás.
Las que yo usaba no creo sean de fácil acceso o si aún existen. La de la Universidad Centroamericana que fue testigo de horas y horas de revisión de El Nuevo Diario para hacer mi monografía, y la de LA PRENSA, donde recorría años para ver qué se escribía sobre universidades y educación en general. La de LA PRENSA se fue con la imprenta comercial y las instalaciones donde me bauticé como periodista, lo digo así porque siempre me dio la idea de tener otro apellido al presentarme: Arlen Pérez de LA PRENSA.
La segunda no sé en qué estado estará y si la abrirán al público con la Universidad Casimiro Sotelo, que reemplazó una marca que vi crecer como estudiante y como pasante de la Oficina de Relaciones Públicas.
Más allá de la nostalgia y con un concepto que suena mucho recientemente, como es el de “memoria histórica”, mi preocupación sobre esta añoranza de periódicos viejos ha crecido.
¿Qué es la memoria histórica? A lo Wikipedia: viene a designar el esfuerzo consciente de los grupos humanos por encontrar su pasado, sea este real o imaginado, valorándolo y tratándolo con especial respeto. Además, define la memoria colectiva, como la memoria de acontecimientos no vividos directamente, sino transmitidos por otros medios, un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematizaciones de la disciplina histórica.
En ese caso mis preocupaciones crecen y crecen porque en Nicaragua no quedan muchos medios de comunicación. Y antes de que me apedreen por practicar el deporte de alto riesgo de dar mi opinión, demos una revisada a lo que algunos llaman “medios de comunicación”.
Registrar momentos históricos no puede ser únicamente los de propaganda política, partidaria o familiar. Los medios de comunicación, al menos como yo los conocía, reportaban fenómenos culturales, sociales, de índole nacional, regional e internacional en los que se ven involucrados los pueblos.
Ufff… qué bonito fue reportar el conflicto limítrofe entre Nicaragua y Colombia y explicar a los nicaragüenses cómo, aunque “se perdieron” las islas, se ganó salida al mar, entre muchas otras informaciones que daban gusto escribir.
Recuerdo haber intentado recuperar artículos en línea como el de Aldo, El niño universitario, primer trabajo que escribí para LA PRENSA y que me habría encantado revisar en una hemeroteca casi 20 años después.
El periodismo tiene un rol fundamental en la construcción de esa memoria histórica como la tienen los artistas, el intento de dos muralistas de inmortalizar en una pared la imagen de la primera Miss Nicaragua que logró coronarse como la más bella del universo es parte de este esfuerzo de mantener vivos los recuerdos.
El reto está claro, es difícil y la advertencia es que no debe pasarnos como la película de 50 primeras citas, en la que la chica olvida el día anterior cada vez que duerme y la vuelven a “enamorar”. Lo siento, pero esta película en particular lejos de parecerme cursi me parece un poco cruel.
Una de las razones por las que me aventuré a regresar a las páginas de opinión es justamente por interiorizar los roles, retos y tareas de los comunicadores y periodistas. Son una especie de anotaciones para mis colegas, para la sociedad y para mí misma. Para no olvidar que me enamoré del periodismo y que día a día me enamoro más de la comunicación y yo no olvido ni me enamoran con flores y lucecitas y videos bonitos cada mañana, me enamora el compromiso de contribuir con la memoria histórica de los y las nicaragüenses.
La autora es licenciada en Comunicación Social.