Entender bien cuál debe ser el papel, propósito o función del Estado, es muy importante. Los Estados, entendidos como las instituciones que monopolizan la fuerza y concentran la autoridad en una nación o sociedad, tienen un gran poder para afectar la vida de los pueblos. Es por eso vital entender para qué existen; cuáles son sus funciones legítimas y cuáles no, cuándo se usan bien y cuándo se usan mal. Mi amigo, el profesor Andrés Pérez Baltodano, abordó este tema el jueves pasado. Me sumo a la discusión con un resumen de algunas visiones contrapuestas.
En uno de los polos está la adoptada por los regímenes totalitarios; la del Estado narcisista, una especie de mesías iluminado, que sabe mejor que nadie el camino a seguir y que demanda, por tanto, ser obedecidos e investido del mayor poder posible. Él dicta todas las reglas del juego: cómo la gente debe actuar, pensar y existir. Quienes resisten su pretensión son necesariamente ofuscados que se niegan a reconocer su sabiduría o traidores que merecen castigo.
Otras versiones del Estado menos extremas son aquellas que dejan un mayor margen de libertad a sus súbditos, pero que lo ven como papas benévolos del pueblo; un poco el ogro filantrópico de Octavio Paz: el Estado con una burocracia enorme que dice velar por la felicidad social, que da y quita derechos, so pretexto de implantar la justicia social y crear sociedades igualitarias.
Luego, en la acera opuesta, está el concepto del Estado liberal. Su función primordial es proteger los derechos del ciudadano. Tres en particular: el derecho a la vida, a la libertad —incluyendo la económica— y a la propiedad. Cuando el Estado incumple estas funciones pierde su razón de ser y la ciudadanía tiene derecho a remplazarlo. Como parte de su responsabilidad el Estado liberal debe velar por la seguridad ciudadana, incluyendo la defensa externa, la administración de justicia, y aquellas regulaciones y obras de infraestructura que son indispensables para el funcionamiento de la sociedad. Como esto requiere de recursos el Estado tiene derecho a establecer impuestos que, para su legitimidad, deben ser aprobados por la ciudadanía.
El ideal liberal es el de un Estado pequeño, con autoridad estrictamente limitada a los fines antes mencionados. No es el de un Estado benefactor ni campeón de la justicia social. Para quienes lo defienden un amplio marco de libertad es el que mejor fomenta la iniciativa individual y empresarial, considerada como el mejor medio para aumentar el progreso y reducir la pobreza. Se oponen por tanto al intervencionismo estatal en sus múltiples formas; como subsidios, imposición de precios, o impuestos para redistribuir la riqueza.
La social democracia, y, en menor medida, la doctrina social de la Iglesia, introducen matizaciones a la concepción liberal favorecidas por Andrés. Algunas, como el concepto de la subsidiaridad del Estado, acuñada por el papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum, son muy afines al liberalismo: postula que la presencia o actuación del Estado debe limitarse a las áreas o tareas que, por su magnitud, no pueden asumir o satisfacer plenamente los particulares. Así, por ejemplo, si las escuelas privadas son insuficientes para educar a toda la población, allí el Estado debe entrar para llenar el vacío. Pero no debe, de ninguna manera, tratar de sustituirlas. De nuevo, aquí el Estado es visto como una institución al servicio de las iniciativas individuales y como un mero auxiliar o complemento de estas.
Hay otras matizaciones, sin embargo, que respetando en sus líneas generales la visión liberal, se alejan de esta al añadir, dentro de los fines del Estado, la promoción de la justicia social, combatir la desigualdad, o asegurar el bien común. Son propuestas bien sonantes pero difíciles de definir y ambiguas. ¿Es injusto, por ejemplo, que existan ricos y pobres; que unos tengan más y otros menos? ¿Tiene derecho el Estado a quitarle parte de sus riquezas a quienes las han producido honestamente a fin de favorecer a otros? ¿Incurre en robo si lo hace? Son propuestas, además, que corren el peligro —si no se les afina— de hacerle guiños al ogro filantrópico. Espero las discutamos próximamente con el profesor Pérez Baltodano.
El autor es sociólogo, ex ministro de Educación y autor del libro de historia “Buscando la Tierra Prometida” (Nicaragua 1492-2019).