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No hay que aprender de Milei

Había decidido no entrar en discusiones con mis compañeros articulistas de LA PRENSA. Por eso no comenté el escrito de Ariel Montoya del 23/08/23 titulado “En búsqueda de un Milei para Nicaragua”. Pero al encontrarme la semana pasada con el artículo de Humberto Belli (“Hay que aprender de Milei”, 23/10/23), descubro que la “bola pica y se extiende”, algo preocupante porque en un ambiente político tan reseco como el nuestro, cualquier chispa puede hacerse incendio.

Solo voy a referirme al artículo de Humberto porque es el que mejor ofrece la oportunidad de discutir el tema de la libertad en sociedades como la Argentina de Milei y nuestra Nicaragua, ambas marcadas por grandes desigualdades sociales, la polarización política, y otras contradicciones —no sintetizadas— que brotan de sus historias. El Milei que Belli nos ofrece como un ejemplo a seguir, no reconoce esta complejidad, sino que piensa la sociedad como una hoja en blanco en la que se pueden dibujar nubes verdes y vacas que vuelan sobre pastos color chicha, el color favorito de Rosario, otra fantaseadora. Desafortunadamente, para Milei, y para quienes piensan como él, la realidad es terca y nos corrige, casi siempre a golpes.

Porque una cosa es gritar al viento “¡Viva la libertad, carajo!”, como lo hace Milei mostrando su motosierra y, otra, traducir ese grito en políticas viables en una sociedad como la Argentina, dotada de una institucionalidad que, aunque viciada, mantiene su capacidad para limitar el poder del ejecutivo. ¿O acaso creemos que el peronismo y los sindicatos argentinos van a tragarse la medicina que ofrece Milei, sin antes incendiar el país? De igual forma, una cosa es decir a los nicaragüenses “aprendamos de Milei” y otra, que la sociedad nicaragüense, particularmente la sandinista, quiera aprender de él.

Problematicemos

Además de ofrecernos un modelo de dudosísima aplicabilidad, Humberto comete un error factual cuando señala que los países más prósperos del planeta son aquellos que han seguido la receta ultra-libertaria de Milei, en la que la libertad aparece como enemiga de la justicia social y del Estado. Nada más alejado de la realidad.

El orden social y la prosperidad en Europa Occidental, los países escandinavos, y los más exitosos de América Latina, han dependido de la capacidad de estas sociedades para balancear la justicia social y la libertad, incluyendo la del mercado. El Estado, que Milei quiere cortar de raíz, ha sido el mecanismo armonizador de estos dos valores

En Europa, por ejemplo, el balance entre la justicia y la libertad —siempre dinámico y conflictivo— se ha logrado a través de un largo proceso que empieza a cristalizarse en el siglo 18 con la consolidación de los derechos cívicos; avanza en el 19 con la consolidación de los derechos políticos; y alcanza su mejor expresión en el 20, con la institucionalización de los derechos sociales que, en el siglo 21, sufren la embestida de visiones retrógradas, como las de Milei, al mismo tiempo que una nueva generación de derechos —género, sexualidad, ambientales y otros— se agregan a la mezcla del “contrato social”.

Es a través de este complejo proceso, marcado por avances y retrocesos, que la idea de la libertad promovida por el liberalismo individualista del siglo 17 —donde parece estancado Milei— fue modificada y enriquecida para dar cuenta del desarrollo de la condición humana de los europeos. Para explicar este desarrollo, recurramos al filósofo inglés, Isaiah Berlin, y su discusión sobre las libertades “negativas” y “positivas”.

El concepto de “libertad negativa” representa, fundamentalmente, la no-interferencia del Estado y de la sociedad en las acciones y decisiones del individuo. Por otra parte, el concepto de “libertad positiva” defiende la libertad individual, pero toma en cuenta las diferentes posibilidades de “autorrealización” que tienen los miembros de una sociedad. Así, contempla que, para ser verdaderamente libre, el individuo no solamente debe gozar de autonomía frente al Estado y la sociedad, sino que también debe contar con las condiciones para lograrlo. De lo contrario, todos podemos ser nominalmente libres, pero no todos vamos a tener los medios para traducir esa libertad en una vivienda digna, tres comidas al día, y una buena educación. En términos más sencillos: El niño que crece en los Altos de Santo Domingo, y el que nace y vive su niñez en un hogar pobre en los Bajos de Acahualinca, no tienen las mismas posibilidades para ser efectivamente libres. La chavalita de los Altos nace en tercera base con zapatillas “Nike Air”, mientras que la de Acahualinca nace en primera y descalza. Obviamente, ellas no cuentan con las mismas posibilidades para ser libres y llegar a home.

Y para evitar enredos: No se trata de bloquear la capacidad del niño rico para desarrollar su potencial. Se trata de construir Estados que intervengan en la economía y la sociedad para reducir los obstáculos del niño pobre para desarrollar sus capacidades y, junto con el chavalito rico, contribuir al “bien común” cuando ambos cuenten con la edad para hacerlo. El catecismo católico define el “bien común” como “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social, con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (Catecismo Iglesia Católica). No es comunismo, pues, sino cristianismo (pero del serio).

Octavio Paz

No puedo terminar este artículo sin reivindicar al maestro Octavio Paz, maltratado por Humberto cuando sugiere que el libro El ogro filantrópico, del intelectual mexicano, coincide con Milei en su apreciación de las funciones del Estado. Aclaremos: Ese libro no es una crítica a la idea del Estado como una institución que debe intervenir en la economía y la sociedad para proteger el bien común, sino una crítica a ciertas manifestaciones patológicas de esa idea, como el Estado totalitario de la Unión Soviética de su tiempo, y el Estado de la “dictadura perfecta del PRI”.

Paz fue un pensador complejo que reconocía las tensiones y contradicciones de la vida en sociedad, así como la necesidad de reconciliarlas. Por eso fue enemigo de los absolutismos de Estado o de mercado (ver La espiral: fin y comienzo). En su discurso de aceptación del Premio Cervantes, por ejemplo, señaló que “apenas la libertad se convierte en un absoluto, deja de ser libertad: su verdadero nombre es despotismo”.

Muy diferente a Paz, Milei es un pensador chato que no reconoce matices, ni en la realidad ni en las ideas.  De él, amigo Humberto, no debemos imitar ni su peinado.

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Western Canadá.

COMENTARIOS

  1. Hace 6 meses

    Lo que les queda a los argentinos es decidir entre malo conocido o malo por conocer. Difícil decisión.

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