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Shalom: El sueño de Dana

Dana es el nombre de una de mis mejores alumnas en la universidad donde enseñé durante más de treinta años. En una ocasión, ella me mostró una foto, de cuando era una niña, cargada en brazos de su madre, ambas con las caras cubiertas con máscaras, para protegerse del gas que se temía podían contener los misiles que Saddam Hussein lanzó contra Israel, durante la Guerra del Golfo en 1990-1991. Quizás fue esa experiencia lo que más tarde motivó a Dana a estudiar las raíces del conflicto árabe-israelí y, en especial, el cruento antagonismo entre palestinos e israelíes que degeneró en la barbárica violencia desatada por Hamás contra hombres, mujeres y niños israelíes la semana pasada.

El conflicto palestino-israelí tiene múltiples y complejas dimensiones históricas y está marcado por errores y horrores que salpican a las dos partes, convirtiendo a israelíes y palestinos en víctimas y victimarios a la vez, como expresó el historiador israelí, Yuval Noah Harari, en una entrevista reciente en la BBC; o en “víctimas de víctimas”, como lo explica el intelectual palestino Edward Said en uno de sus escritos. Sin ignorar esa complejidad, Dana ha concentrado su atención en una dimensión específica del problema palestino-israelí: las representaciones mentales que cada uno de estos grupos hace del otro y, particularmente, la formación y el endurecimiento de estas representaciones mentales mediante el consumo sistemático de visiones e interpretaciones parciales y tendenciosas del conflicto difundidas a través de los textos escolares que se utilizan en las escuelas israelíes y palestinas.

Hablar de “representaciones mentales” es hablar de los códigos y símbolos que se inscriben en las redes neuronales del cerebro y que los humanos usamos para interpretar y hacer sentido del mundo y de nosotros mismos. Apoyados en el trabajo de Susan Carey, es posible decir que estas representaciones son producto de tres tipos de experiencia: la de nuestra evolución como especie a lo largo de millones de años; las socio-históricas que nos condicionan como miembros de una cultura y una comunidad; y, nuestras experiencias individuales.

Las representaciones mentales que estudia Dana corresponden, grosso modo, a la categoría de representaciones formadas como producto de la experiencia socio-histórica de israelíes y palestinos y, más concretamente, de los métodos de educación formal que se utilizan para socializar a los miembros de estas dos comunidades. De acuerdo a múltiples estudios, los textos escolares con los que los niños y niñas israelíes y palestinas se educan han contribuido al endurecimiento de las representaciones y percepciones negativas que los palestinos y los israelíes tienen del “otro”, así como a la formación de interpretaciones sesgadas de la historia de las relaciones entre ambas naciones. Por ejemplo, se estima que solamente un 4 por ciento de los textos escolares palestinos muestran mapas de la región en los que aparece Israel. Por otra parte, un 76 por ciento de los textos israelíes muestran mapas en los que el territorio palestino de Cisjordania aparece formando parte de Israel (Wexler, Adwan, Bar-Tal, 2016). El mes pasado, el ultraderechista primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, mostró, durante su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas un mapa de su visión territorial del futuro del Medio Oriente, en el que no figuraba Palestina.

Bruce Wexler, uno de los neurocientíficos que han inspirado el trabajo de Dana, explica en un artículo escrito con Sami Adwan y Daniel Bar-Tal que, en situaciones de conflicto —piénsese, por ejemplo, en el sandinismo-antisandinismo en Nicaragua—, “las partes involucradas construyen narrativas colectivas unilaterales del mismo para racionalizar y justificar [sus acciones]”. Estas narrativas se basan en acontecimientos reales, pero la selección de estos acontecimientos es tendenciosa y sectaria. Ellas están diseñadas para deslegitimar al “otro” y para autoglorificarse. Así, esas narrativas resaltan “la violencia y las atrocidades del adversario, mientras que los que las difunden, omiten sus propias fechorías”.

Basada en lo anterior, Dana argumenta lo siguiente: “Si las fuentes educativas que se utilizan para socializar a los niños y las niñas palestinas e israelíes son un medio a través del cual ellas desarrollan representaciones mentales de su realidad, entonces podemos suponer que existe la posibilidad de alterar estas representaciones cambiando la manera en que esas niñas y niños se educan”. Y aclara: “Esta tarea es más fácil de decir que de hacer. La creación y el uso de libros de texto que promuevan la causa de la paz no resolverán de inmediato la animosidad profundamente arraigada entre dos grupos que han sufrido años de agonía inimaginable. De todos modos, la posibilidad de alterar sus representaciones mentales nos permite pensar más positivamente sobre maneras de contribuir a la solución del conflicto”. ¿Cómo lograrlo? Ese el reto que Dana, y otras mujeres y hombres como Dana, han decidido enfrentar para aportar su grano de arena a un eventual proceso de paz en el Oriente Medio.

Pensar positivamente en medio del infierno

Viendo las escenas de destrucción y dolor en Gaza e Israel, pensé en Dana y en la difícil posición de quienes, como ella, participan en lo que Hobsbawm llamó, la “dramática danza dialéctica” de los moderados que buscan soluciones políticas razonadas en medio de los extremos que claman por “el todo o nada”. Recordé, además, cómo mis conversaciones con Dana me hacían pensar en mi Nicaragua, donde todos los días jugamos con fuego, endureciendo nuestros registros mentales del otro —“ellos los malos, nosotros los buenos”—, en un juego macabro que hoy hemos extendido al Oriente Medio, aprovechando la tragedia de israelíes y palestinos para ensanchar nuestra imagen política. Así, el gobierno nicaragüense “saca pecho” ofreciendo su “revolucionaria solidaridad” a un abstracto pueblo palestino, sin condenar el terrorismo de Hamás, condena indispensable para proteger el frágil concepto de civilización que nos separa de la barbarie.

Por otra parte, en la llamada “oposición”, o ignoran el dolor de millones de hombres, mujeres y niños inocentes que hoy sufren un asedio medieval en Gaza —como Chamorro y Maradiaga—, o hacen tímidas referencias a ese dolor, como en la carta suscrita por varias organizaciones en el exilio hace dos días. Y para colmo, en medio del llanto de palestinos e israelíes, hay quienes encuentran el tiempo para participar en un obsceno y absurdo debate sobre la “nacionalidad” de Jesús, a quien reclaman como “israelita” no “palestino” (“Monseñor Báez desmiente a Maduro”, 100% Noticias, 12/10/23).

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Western Canadá.

COMENTARIOS

  1. Hace 7 meses

    Parece un caso de animadversion contra tres personas.

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