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Alegrones de burro y decepciones de nuestra historia

Si algo demuestra la historia es la facilidad con la que el ser humano se deja arrastrar feliz por ilusiones para luego terminar llorando. En Europa un caso clásico fue el entusiasmo con que sus pobladores aplaudieron a los jóvenes que iban al frente al estallar la primera guerra mundial. No sospechaban que la mayoría volvería en féretros, víctimas de un conflicto absurdo. En Centroamérica y, en particular, en Nicaragua, tenemos varios casos. Por razones de espacio destacaré dos.

El primero lo acabamos de celebrar: la independencia del 15 de septiembre de 1821. Todo fue unión y gozo, dijo el conservador Montúfar; el júbilo más puro, exclamó el liberal Marure. Ahora serían ellos, los centroamericanos, los dueños de su propio destino, libres para crear patrias nuevas sin injerencia extranjera. El acta con la feliz proclama fue llevada a las provincias por jinetes, inconscientes de que en lugar de una joya llevaban una bomba de tiempo.

Explotó. Privados del factor unificador que proporcionaba la corona española, el localismo y los caudillos hicieron estallar una anarquía en que parecían cabalgar desbocados los jinetes del apocalipsis. Entre 1821 y 1857 Nicaragua sufrió seis guerras civiles. Buscando librarse del yugo español los pueblos cayeron, como lo profetizó Bolívar, bajo el de “una multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos, casi imperceptibles de todos los colores y razas”. Realidad retratada poéticamente por Rubén: “Desdeñando a los reyes nos dimos leyes al son de los cañones y los clarines, y hoy al favor siniestro de negros reyes fraternizan los Judas con los Caínes”. La cosecha fue destrucción y muerte. Dos veces la ciudad de León, a quien Gage describió como una de las ciudades más hermosas de América, junto con Granada y otras, quedaron en escombros.

Un segundo caso fue la caída de Somoza en julio de 1979. El 20 el liderazgo guerrillero entró en la plaza de la República entre el batir de campanas y ráfagas al aire. Euforia. Discursos. En otros sitios multitudes presenciaban extasiadas el derribamiento de la estatua ecuestre del general Anastasio Somoza García. Los huesos de Carlos Fonseca —decía un poeta— están sonriendo.

Sonreía, en realidad, el grueso de la población. El sector empresarial, los partidos, y la comunidad internacional, incluyendo Estados Unidos, felicitaron al nuevo gobierno, mientras los obispos ofrecían una misa de acción de gracias. Pocas veces, desde la Independencia, habían sido mayores las posibilidades de forjar un amplio consenso nacional que permitiera dejar definitivamente atrás la plaga de las dictaduras. El precio en sangre para llegar a este umbral había sido muy alto.

Otro alegrón de burro. Otra decepción. El por qué lo intuyó Pablo Antonio Cuadra en un poema memorable; “Así el pueblo saltó a las calles jubiloso agitando banderas, creyendo que un hombre solo resumía su daño, danzando al sol mientras en la grieta oscura de uno o dos corazones calladamente anidaba la nueva tiranía…”

Efectivamente, pocos sospechaban, en su entusiasmo, que en los corazones y mentes de los líderes guerrilleros anidaba, callada o disimulada, la funesta ideología marxista. Y de nuevo vinieron los frutos conocidos: división, persecución, confrontación y una nueva y aún más sangrienta guerra civil en que el campesinado, armado por Estados Unidos, se alzó contra los cuadros urbanos del FSLN, armados por los países comunistas. Millares de jóvenes muertos. Mayor miseria que antes.

¿Por qué las decepciones? Un factor es la propensión del hombre a sacrificar la reflexión cuando pasiones o ideas equivocadas lo dominan. Los padres del 15 de septiembre estaban encandilados por la idea romántica de la independencia y del atractivo de ser próceres. Ofuscados no acertaron a ver que Centroamérica no estaba lista: no tenía ninguna experiencia republicana y carecía de una identidad nacional superior a las lealtades parroquiales. Los dirigentes del FSLN se dejaron encandilar por el romance utópico del marxismo y por el atractivo de ser los salvadores revolucionarios. En ambos casos multitudes, ignorantes de lo que se cocinaba, les siguieron como rebaño al matadero.

En resumen, faltó sabiduría; es decir, sensatez, discernimiento, buen juicio, amor por la verdad; la virtud que pidió Salomón y que la Biblia describe como más valiosa que el oro, junto con la advertencia de que cuando el hombre se aleja de ella “es arrastrado por su furor y se hace malo hasta matar a su hermano” (Sab. 10.3).

El autor es sociólogo es historiador. Autor del libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

COMENTARIOS

  1. Hace 12 meses

    Y al inicio de tu escrito, ex Ministro de Educacion, porque “te saltaste” al ejemplo mas contundente de la Historia ? : HITLER., que logro arrastrar a la casi totalidad del pueblo Aleman a la aventura mas criminal y genocida de la Historia de la Humanidad ? Los demas dictadorzuelos que mencionas han sido y son hormigas a la par de Hitler. Asi ha sido, asi es y asi sera, los “escritores” siempre tratan de manipular la Historia de acuerdo a sus ideas, ideologias e intereses personales. Estara eso de acuerdo a tu reconocido fanatismo religioso ?

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