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Libertad y universidad

La esencia de la universidad es la libertad: libertad de cátedra, libertad para pensar y debatir sin temor al poder de las Iglesias, del Estado o de los que controlan el mercado; libertad para hablar la verdad que no pudieron hablar las autoridades de la llamada Universidad Nacional Casimiro Sotelo Montenegro, el día que la inauguraron; el día que izaron la bandera del FSLN a la par de la bandera nacional, como si ambas tuvieran el mismo significado y como si se pudiera crear una verdadera universidad pintando el pensamiento de colores partidarios.

Bajo los colores de un partido se puede crear una escuela de consignas o un matadero de ideas, pero jamás una universidad; porque la educación universitaria se alimenta del debate y la diversidad, que son la savia que nutre el pensamiento crítico, el pensamiento que necesitamos en Nicaragua para elucidar y resolver las tensiones y contradicciones que nos han mantenido en una guerra permanente —silenciosa o abierta— durante dos siglos; el pensamiento que está ausente hoy en las embotadas visiones del Gobierno y de la oposición; el pensamiento que nunca podrá surgir de la mediocridad intelectual en la que inevitablemente desemboca el control político de las ideas.

Sin libertad, sin diversidad, sin el debate franco y responsable de las ideas, no puede existir una universidad. No puede existir una universidad flanqueada por policías y vigilada por “orejas”. No puede existir una universidad con aulas anegadas de miedo en donde quien “no sigue las consignas del Partido/ni asiste a sus mítines/ni se sienta en la mesa con los gánsteres/
ni con los Generales en el Consejo de Guerra”, se arriesga a ser sometido a la inquisición de los que mandan.

Lo siento, compañero Casimiro Sotelo: te insultaron. El campus que lleva tu nombre no es una universidad. Lo siento, jóvenes nicaragüenses: los estafaron. La nueva universidad del gobierno no es una universidad y ustedes merecen una en donde puedan desarrollar sus ideas y, con ellas, corregir el rumbo de un país que marcha al despeñadero. Lo siento, Compañía de Jesús, por la violencia a la que han sido sometidos en un país que ustedes han enriquecido bajo la mirada de Ignacio. Gracias por su labor, que no caerá en terreno infértil. Y gracias por los años en que me abrieron los archivos y las aulas de la UCA. Ustedes regresarán. Ojalá yo tenga vida para acompañarlos.

El autor es profesor retirado de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Western Canadá.

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