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Ruta ética para salir de la crisis

En su ensayo La política como vocación, basado en su celebrada conferencia del mismo nombre, pronunciada en 1918, el sociólogo alemán Max Weber ofreció algunas pautas normativas para pensar políticamente en situaciones marcadas por tensiones y contradicciones, como las que enfrentaba Alemania en su tiempo o como las que enfrenta Nicaragua en la actualidad. En esa disertación, Weber distingue dos tipos de ética política: la ética de la convicción, que se traduce en la promoción y defensa de principios y valores políticos o religiosos que no admiten análisis o discusión; y la ética de la responsabilidad, que busca armonizar las tensiones y contradicciones que surgen de los múltiples intereses, derechos y aspiraciones que coexisten dentro de un determinado contexto social.

Claramente, la ética de la responsabilidad es la que corresponde a la lucha democrática por el poder y al ejercicio democrático del mismo. Weber aclaraba que convicción y responsabilidad “no son términos absolutamente opuestos, sino elementos complementarios que han de concurrir para formar al político auténtico”. De esto podemos deducir que la autenticidad política se sostiene en convicciones, entendidas como valores y posiciones razonadas; y que la política democrática demanda la flexibilidad para que estas convicciones puedan ser debatidas y conjuntadas.

Una oposición sin convicciones

Hay quienes piensan que lo que ha empujado a los grupos de la oposición a morderse la cola durante cinco años, ha sido la rigidez con la que cada uno de ellos defiende sus convicciones. Sin embargo, si nos atenemos al discurso de los líderes opositores, esas convicciones no aparecen por ningún lado. Más concretamente, ese discurso no revela lo que desde la perspectiva de los representantes de la oposición son las raíces de nuestra crisis, ni los valores que a juicio de estos representantes deben guiar la reconstrucción de nuestra sociedad. Hablar de echar a Ortega no es suficiente. Tampoco es suficiente decir que queremos “la democracia” sin especificar el modelo de relaciones entre Estado, economía y sociedad que queremos para Nicaragua.

Utilicemos los más recientes escritos de Félix Maradiaga, el más vehemente representante de la oposición nicaragüense, para ilustrar la ausencia de convicciones —valores y posiciones razonadas— en el discurso opositor. Refiriéndose a la ilícita expropiación de bienes decretada por el gobierno OrMu en contra de las víctimas de la también ilícita expatriación de 222 nicaragüenses, Maradiaga —uno de los afectados por estas medidas— dice: “De esta (…) confiscación salgo más fortalecido en todas y cada una de mis convicciones” (100% Noticias, 10/06/23). ¿Cuáles son estas convicciones? En un artículo reciente, Maradiaga emplea un discurso que, por su vaguedad, echa un velo sobre sus convicciones: “Confío en que, juntos, podemos abrir un camino hacia un futuro donde se respeten los derechos y libertades básicas de las personas, donde se celebren las voces disidentes en lugar de silenciarlas y donde la oscuridad de la injusticia sea reemplazada por el resplandor de la esperanza” (Confidencial, 19/05/23).

A estas alturas, los nicaragüenses podemos y debemos demandar de alguien como Maradiaga una definición de cuáles son los “derechos básicos” a los que se refiere en su discurso y, sobre todo, una explicación de la manera en que él piensa balancear las tensiones y contradicciones que marcan la coexistencia de diferentes tipos de derecho en un país polarizado, pobre y desigual como Nicaragua. Y en cuanto a la celebración de la disidencia: ¿Cómo propone Maradiaga “celebrar” la oposición sandinista contra la que tendría que enfrentarse en el supuesto caso de que la Divina Providencia, la suerte o los Estados Unidos lo colocaran en el taburete presidencial de nuestro país? Finalmente, ¿qué significa decir que quiere un país en donde “la oscuridad de la injusticia sea reemplazada por el resplandor de la esperanza”? La esperanza de los millonarios nicaragüenses es seguir obteniendo exenciones fiscales para sus negocios; la de los desempleados, es tener un ingreso para alimentar a sus familias, la de las niñas embarazadas, es que no las obliguen a parir después de ser violadas, y la de las víctimas de los abusos sexuales cometidos por religiosos, es que los nicaragüenses dejemos de hacernos “los chanchos” frente a estos crímenes.

¿Cuáles son las convicciones con las que Maradiaga enfrentaría estas múltiples y hasta contradictorias demandas? Una clave para entender el lenguaje indefinido y escurridizo de Maradiaga es su posible deseo de quedar bien con Dios y con el Diablo, señal inconfundible del político “inauténtico”, de acuerdo a Weber. Dice Maradiaga en uno de los artículos antes citados: “No tendríamos que hacer diferencia entre los opositores más allá de aquellos que estamos del lado de los derechos humanos, de la libertad y la justicia y los que se han colocado a lado de la dictadura” (100%Noticias, 10/06/23). ¿No? ¿Acaso no hay diferencias entre los que privilegian el valor de la “libertad económica” y los que defienden el principio de la “justicia social” en quienes nos oponemos a la dictadura OrMu? ¿No hay diferencias reales entre las necesidades vitales de las mujeres que se oponen a la prohibición del aborto terapéutico en nuestro país y las posiciones de quienes apoyan esa prohibición porque “así lo quiere Dios”? Hacer política responsable es asumir el reto de armonizar estas diferencias, no meterlas debajo de la alfombra y negarlas. Y todavía hace falta…

La ética de la responsabilidad es la única que puede ayudar a la oposición a construir puentes entre los grupos que la integran. Pero los puentes no se sostienen en el aire. Necesitan de bases político-ideológicas; es decir, de convicciones razonadas que nos ayuden a vislumbrar una salida para nuestra interminable crisis. Pero eso no es todo lo que la oposición nicaragüense debe hacer para empujar a nuestro país hacia un futuro mejor. Una oposición responsable tendría que ampliar su visión y practicar la ética de la responsabilidad con quienes, como los sandinistas, no piensan como ellos/as.

Dejemos ese tema para otra ocasión.

El autor es profesor retirado de Ciencias Políticas de la Universidad Western Canadá.

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