14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Fiel en la luz y en la oscuridad

Durante la Semana Santa, vamos a compartir con más intensidad nuestra fe: son días especiales en los que la figura de Cristo, fiel al amor hasta el extremo de la cruz, es para nosotros todo un símbolo de lo que debe ser nuestra vida: fidelidad permanente y hasta el extremo a nuestro Dios, a nosotros mismos y a los demás.

Son días especiales en los que la figura de Cristo se nos presenta compartiendo con nosotros no solo la vida, sino también la muerte. No solo los momentos agradables, sino también los amargos. No solo el triunfo, como su entrada en Jerusalén con palmas y olivos, sino también el fracaso, como fue la cruz.

Es por eso que la Semana Santa no es solo un tiempo propicio para la oración, para la asistencia a los ritos sagrados o procesiones, sino que es un tiempo sagrado para que la fe en Jesús nos lleve a una mayor fidelidad a Dios y a los hermanos.

La Semana Santa no la podemos reducir a un solo recuerdo del ayer, de lo que ocurrió hace más de dos mil años con Jesús.  La Semana Santa nos invita a vivir en permanente fidelidad al estilo de Jesús, en los momentos fáciles de la vida (el Domingo de Ramos), en los momentos de amor, entrega y fidelidad (el Jueves Santo) y en los momentos en los que nos jugamos la misma vida (el Viernes Santo). 

El Domingo de Ramos, palpamos lo que fue la realidad de la vida de Jesús: que no solo fue la alegría de ver a un pueblo que sale a recibirle con palmas y olivos gritando: “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”(Mt.21,8-9). Sino que también fue la realidad de un pueblo que al poco tiempo le gritará a Pilato: “Crucifícale, crucifícale” (Mt.27,22-23). 

No solo fue la alegría de ver a los suyos que le acompañaban en su entrada a Jerusalén (Mt.21,8); sino también la tristeza de verse solo y abandonado hasta del mismo Dios (Mt.26,56; 27,47).

La grandeza de Jesús fue sin lugar a dudas su gran fidelidad en los momentos llenos de luz y en los ratos interminables de la oscuridad.

Así es nuestra vida, con Domingos de Ramos como en la vida de Jesús. En nuestra vida no todo es color de rosa y, aunque sea así, no podemos olvidar que toda rosa lleva sus espinas.  

Esto es algo evidente y no se necesita de mucha explicación: El dolor y la salud, los fracasos y la victoria, el llanto y la risa, son experiencias que vivimos todos los seres humanos. Es por eso que ¡ojalá! afrontemos en nuestra vida, nuestro Domingo de Ramos y todos los otros, en permanente fidelidad como lo hizo Jesús.

El autor es sacerdote católico.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí