Violeta Granera se declara “una rebelde nata”. Nació en León el 5 de noviembre de 1951. Su primaria y secundaria las estudió en el Colegio de La Asunción, un colegio de monjas católicas y asegura ser ciento por ciento “Asuncionista”.
Su niñez fue feliz, en una familia estable y amorosa. Con un ambiente en León “insuperable”. “Jugábamos en la calle, en el parque de La Merced, y montábamos bicicleta por toda la ciudad”, recuerda.
Considera que su adolescencia también fue buena y como siempre dice “bendecida con la amistad”. Se enamoró joven de su esposo y padre de sus cinco hijos, “cinco tesoros”.
“En mi adolescencia inicio mi atención por las causas sociales. Mi formación es resultado de los Documentos de Medellín y del Concilio Vaticano II, que abrió paso a una renovación en la Doctrina Social de la Iglesia católica. Cuando me bachilleré opté por un programa de mi colegio, Auxiliares Misioneras de la Asunción (AMA) que consistía en un año de misionera seglar. Me tocó ir a Cabrican, un pueblito indígena en el altiplano de Guatemala. Si no cuento el nacimiento de mis hijos, diría que fue el año más feliz de mi vida. Tres de las cuatro compañeras nos mantenemos conectadas. Una ya falleció”, relata.
Este 8 de marzo, Granera hace una retrospectiva de los momentos en que sintió desventaja por ser mujer y señala que al ser la única hija mujer y la mayor sintió que debía ganar la atención de su papá. “Creo que sentí que mi papá hubiera querido un hijo”, comenta entre risas.
Eso la llevó a leer mucho, aprender a conversar, debatir y desarrollar el humor. “Algunas formas que encontré de llegar a su espíritu. Tuvimos una increíble relación. Y nos amamos mucho. Pero en mi vida social nunca me sentí en desventaja. Quizá justamente por esa relación de amor, respeto y tolerancia que tuvo mi papá conmigo”, dice.
¿Dónde estudió la universidad y en qué momento empieza a involucrarse en labores sociales?
Empecé estudiando Medicina. Me encantaba. Pero con mis primeros dos hijos decidí darme un sabático prolongado del que no me arrepiento. Y retomé mis estudios en Francia para sacar Sociología. Creo que todo tiene “su para qué”. Me siento más cómoda con esta decisión. No sé si hubiera sido una buena doctora. Y sí sé que lo que he hecho con mi vida pública es para lo que vine a este mundo. La sociología, como base, me ha servido mucho… yo amo a la gente. En realidad creo que ese es el requisito para ambas profesiones.
¿Cuándo Violeta Granera se hace mamá y cómo recibe ese momento?
Mi primer hijo nació en 1971, por él dejé todo. No me arrepiento. Fue tan grande ese amor, que cuando me embaracé tres años después, no entendía cómo yo iba a querer a otro hijo… no sé si otras mujeres han sentido así. Pero claro que con mi hija, que es la segunda, experimenté lo grande que es un corazón de madre. Mi tercer hijo nació en Francia. El cuarto nació en Guatemala, recién saliendo al exilio de los 80 y el último, 14 años después, en Nicaragua. O sea que en temas de maternidad, soy una internacionalista.
¿Cómo combinó su trabajo con la maternidad. Considera que las mujeres nicaragüenses deben hacer un esfuerzo extra en este sentido?
Con esta pregunta tocan una fibra sensible en mí. No fui muy eficiente en esa combinación. Siento que no guardé el equilibrio debido. Y me arrepiento. Mis hijos me dicen, “mamá, pero si fuiste excelente”. Pero no es verdad. El exilio fue muy duro. Y yo me involucré mucho con los exiliados porque soy una apasionada por Nicaragua y nuestra gente, especialmente los que sufren. Tiene su lado claro este carácter mío, pero también su lado oscuro. Fácilmente puedo perder el norte.
Mi consejo para la mujer nicaragüense que es madre, especialmente cuando son jefas de hogar, que es un altísimo porcentaje, es: guardemos el equilibrio. La formación en la niñez determina la calidad futura de la ciudadanía. Es una responsabilidad de ambos, papá y mamá. Pero ya sabemos el impacto de la cultura machista, por lo que la madre debe siempre hacer un doble esfuerzo. No es justo. Hay que cambiarlo.
¿Cuándo se involucra de lleno en la política y qué la motivó?
Bueno, yo entré a la política, en su sentido amplio, por la vía social. Me involucré desde muy joven. En el colegio. No me gustaba tanta inequidad en mi país. Jamás pensé que a mis 70 años iba a ver un país más pobre y con mayores problemas que en el que nací. Pero el asesinato político de mi padre, Ramiro Granera Padilla, por la guerrilla del FSLN en el 78 marcó mi vida y mi rumbo.
En esta nueva etapa me impulsó el convencimiento de que la mejor forma de honrar su memoria era luchando para que ningún nicaragüense volviera a sufrir violencia por razones políticas o de cualquier índole. Como sufrimos nosotros y cientos de miles de un lado y otro, en ese tiempo. Y en eso he estado durante las últimas décadas. Lamentablemente no se ha podido evitar, pero al menos me da satisfacción que la mayoría del pueblo se ha mostrado comprometido con la lucha cívica.
Creo que nuestra mayor vulnerabilidad es la dificultad para escucharnos, comunicarnos, aceptar nuestras diferencias, asumir la dignidad de todo ser humano… venimos de una historia de confrontación y debemos construir un futuro de paz e igualdad. “¡No es chiche, pero es posible!” Esa era una frase constante de las mujeres en el Chipote…
¿Cómo fue su detención?
Yo solo fui secuestrada una vez. El 8 de junio de 2021. Pero me prepararon para el secuestro porque por varios meses fui acosada por la Policía. Llegaban a mi casa a cualquier hora y permanecían el tiempo que querían. Me llegué a acostumbrar. Los veía como loquitos perdiendo su tiempo…aunque a ratos me provocaba indignación tanto descaro.
Recuerdo que justamente el 8 de marzo del año de mi detención, no me dejaron ir a una reunión social de amigas. Me llegó a traer Gioconda Belli con otra amiga. Yo me puse tacones para que vieran que no iba a ningún plantón, pero nada. Hicieron una llamada y la respuesta fue negativa.
Pero mi detención fue violenta. El mes de mayo de 2021 decidí ir a Estados Unidos para visitar a mi familia allá. Y sin decirles nada, a despedirme. Sabía que mi futuro era incierto. Mi secuestro, como el de la mayoría de mis amigos y amigas, fue muy violento. Llegaron a mi casa en horas de la noche, con un contingente de cerca de cien efectivos de la Policía y los de negro en griterías. Yo salí rápidamente a entregarme para evitar violencia dentro de mi casa. Me esposaron con las manos atrás y me abofetearon repetidamente en la cara, mientras otros me jaloneaban el pelo con gritos y ofensas.
Al mismo tiempo me pusieron en el oído el audio de un Facebook Live que había grabado días antes en un acto de protesta por la detención de Cristiana Chamorro. Luego llegó el comisionado Valdivia pidiendo que detuvieran la golpiza y dando orden de esposarme e introducirme en la casa. Allanaron mi morada sin presentarme ninguna orden de detención y el comisionado me dijo que iba a quedar en arresto domiciliar. Eso fue ratificado en una audiencia ante el juez adonde fui llevada en una patrulla con la cabeza baja. Y así fue por tres días, durante los cuales tuve policías mujeres dentro de la casa que me seguían a todos lados. Inclusive a mi recámara mientras dormía. Solo la noche de mi secuestro y una vez más pude recibir la visita de un hijo.

¿Recuerda cómo fue su traslado al Chipote y qué pensó en ese momento?
Me llevaron al Chipote tres días después, sin ninguna nueva audiencia judicial. Ya no hubo violencia física. Me pidieron alistar una valija pequeña con cosas personales… ahora me río pensando en cosas que, por supuesto, nunca tuve en mi celda. Entré ahí el 11 de junio ya de noche. Pasé por todo el proceso de registro con el levantamiento de huellas… creo que fui la primera mujer de esta nueva redada en ingresar a ese lugar. Al día siguiente empezaron a llevar a mis amigas. Yo sabía que ese momento iba a llegar.
En esos momentos del traslado, no hay tiempo de pensar. No tuve miedo. Pero estaba aturdida. Todo sucedió muy rápido. Y yo me dije, recuerdo, “bueno, a enfrentar esto”.
¿Cómo fueron esos días en el Chipote?
Más o menos 600 días (18 meses) en el Chipote. No fue fácil, pero les prometí a mis hijos que iba a sobrevivir y lo logré con la ayuda de Dios. Estuve sola únicamente el primer mes y medio. Me acompañé de una arañita que apareció ahí y con quien platicaba. Yo soy del habla y nunca pude ni quise respetar esa restricción abusiva. Pero luego llegó María Oviedo y eso cambió. Podíamos hablar dentro de la celda, pero bajito. Sin embargo, encontramos la forma de hablar por señas con las vecinas. La María era una experta. Yo no. Entonces hablaba y me ganaba los regaños de la Policía.
En realidad yo soy una rebelde nata. Ese es mi espíritu. Ni ellos, ni yo lo podía controlar. Dejé una fama pésima, pero no merecida. Nunca fui grosera con nadie, pero siempre fui muy clara en poner mis límites. Mi exigencia era “respeto de doble vía”. Y yo creo que finalmente la mayoría de ellos lo llegó a entender. María y yo fuimos un dúo perfecto todo el resto del tiempo. Hice un curso intensivo de derecho con la doctora, como le dicen. De forma que el circo de mi juicio me lo volé lo más tranquila del mundo. Ella me explicó todo lo que iba a pasar. Y eso fue poderoso en mi ánimo. Nunca había tenido una conversación con María, pero la he llegado a querer muchísimo. Es una gran mujer. Y muy ordenada y meticulosa, de forma que la celda, que yo le llamo cuarto, siempre estaba nítida y ordenada.
Estuvimos en tres tipos de celda. La primera, con el frente de barrotes, tres camarotes y baño. La segunda, sellada. No muy pequeña, pero solo tenía una ventanita en la puerta por donde nos pasaban la comida y las medicinas. Es donde había estado Tamara Dávila por un año y completamente sola. ¡Qué crueldad! Y la tercera fue a partir de noviembre del año pasado, en una galería donde nos colocaron a la mujeres, menos a la Dora. Esta celda fue la más pequeña y oscura. Con dos camarotes y el inodoro y ducha en tal vez 2×2 metros ambas cosas. Pero tuvimos la ventaja de que las condiciones empezaban a cambiar y ya eran más tolerantes con la comunicación interceldas. A partir de ahí recuperamos el tiempo perdido. Algunas policías nos regañaban, pero ya el dique se había roto…

¿Recuerda el día de la liberación, cómo fue el traslado, esperaba esa noticia. Qué pensó al estar en Estados Unidos?
Esa noche no la voy a olvidar en el resto de mi vida. Llegaron a decirnos que nos pusiéramos nuestra ropa de civil. Pero como siempre, jamás te decían para qué. Y luego nos dejaron a las ocho mujeres en una de las celdas. No paramos de especular entre nosotras durante como una hora de espera. Jamás imaginamos el desenlace. Lo que creíamos es que por fin nos iban a llevar a La Esperanza, solicitud que hicimos siempre para poder ver a nuestros hijos con regularidad y a los menores.
Decidimos tener paciencia y esperar. Cuando subimos al bus, con las ventanas cubiertas de sábanas, y al ver a las mujeres en arresto domiciliario, el escenario se nos descuadró un poco. Pero cuando dobló a la fuerza aérea a mí se me cruzó la idea de que nos fueran a fusilar. Pero Dora María Téllez recuerdo que me hacía “alitas” con las manos. Yo no entendía, pero fueron segundos porque enseguida se montó una comisionada con los papeles para que cada quien firmara su salida voluntaria a los Estados Unidos. Fue un shock para mí. Por lo inesperado. Por la forma tan abrupta de dejar mi país y a gente querida que tengo ahí. Pero también por lo que significaba como gesto de solidaridad y humanitarismo del Gobierno y pueblo americanos… fueron muchas emociones y algunas contradictorias. Se me congeló la pluma en la mano, pero supe que debía hacerlo. Y aquí estoy. Admirada todavía de la enorme logística que ese rescate pacífico demandó. Y de la enorme solidaridad de los EE.UU. y de los nicaragüenses de la diáspora.
¿Cómo recibió la noticia del despojo de su nacionalidad?
El despojo de mi nacionalidad es una simple incomodidad que me provoca estupor e indignación por lo absurdo. Ni hablemos de lo ilegal. Pero no logro tomarlo en serio. ¿Quién puede decir que yo ya no soy nicaragüense? Es una locura. Y sé que voy a regresar a mi patria, por la que he luchado toda mi vida y a la que tanto amo. Agradezco mucho a los países que nos han ofrecido nacionalidad. A España. A Chile, que en realidad es mi segunda patria, porque mi mamá es chilena de nacimiento. Y los demás. Es un gesto muy hermoso. Y estoy segura que ellos saben que somos y seguiremos siendo siempre nicas.
¿Qué sigue para Violeta Granera?
Bueno, pues yo voy a seguir, hasta que Dios quiera, contribuyendo con todos los que están luchando por la democracia, la justicia, la paz y el respeto a los DD.HH. en mi país. Eso es lo que hago y hasta puedo decir que es bastante de lo que soy. En la última conversación (no me gustaba llamarle interrogatorio) con una Olivia a la que no había visto antes y que estaba muy molesta conmigo, me dijo: “Usted no ha cambiado en nada su forma de pensar…”. Sí. En absolutamente nada. Sí creo que puedo contribuir mejor con metas tan necesarias y tan queridas para la mayoría de nicaragüenses, pero en lo esencial sigo firme con mi misión de vida. Estoy dando pocas entrevistas por el momento. Esta es una excepción para mi querida LA PRENSA, medio al que tanto admiro y agradezco. Pero estoy en un periodo de recuperación que creo necesario para ser más eficiente en el futuro.