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Cuál es nuestro peor déficit y cómo superarlo

Nuestro peor déficit no es económico, alimenticio, o algo parecido, sino la falta de ciudadanos buenos e influyentes. En esto se resumen los tres artículos que publiqué recientemente sobre las causas más profundas de nuestras recurrentes desgracias políticas: “¿Por qué nos pasa lo que nos pasa?” (16, ene.) “¿Por qué estamos como estamos?” (23, ene.) “¿Familismo amoral?” (30, ene.)

En ellos abordaba aspectos de nuestra cultura, que contribuyen a crear un caldo de cultivo apto para las dictaduras y la poca sostenibilidad de nuestras transiciones democráticas. Dejé al lado aspectos positivos —que los hay y muy buenos— por ser mi interés explorar las posibles causas de nuestra enfermedad; algunos gérmenes o bacterias culturales que conspiran contra nuestra salud colectiva. Como el extremismo, la emotividad, la cultura de la impunidad, la corrupción, el familismo amoral y la desintegración familiar.

Podría haber incluido otras, como el individualismo, la propensión a la mentira, etc. Pero todas desembocarían en la misma conclusión: que tenemos un superávit de aspectos negativos y que es profundamente cierto, como dijo Chale Mántica, que “estamos como estamos porque somos como somos”.

Ese es el corazón de nuestros problemas: Tenemos demasiados ciudadanos con importantes fallas caracterológicas y morales, y un agudo déficit de ciudadanos con virtudes y sólidos fundamentos morales. Cosa que se agrava por cuanto este no solo afecta a los sectores de menor influencia en el país, sino también a las élites políticas, sociales, profesionales y económicas. Su capacidad de incidencia se desperdicia o vuelve dañina, cuando se corrompen o carecen de buenos líderes.

Decía san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que las crisis actuales son crisis de santos. Es decir, de déficits de santos. Mas él no se refería a la escasez de santos con sotana, sino de santos laicos; de hombres y mujeres en medio de la sociedad, empeñados en vivir a fondo las virtudes y servir abnegadamente a los demás en sus profesiones, trabajos, empresas, etc.

 ¿Cómo combatir este déficit? Esta es una pregunta que debemos tratar de responder todos los nicaragüenses si queremos romper con la maldición de Sísifo. Porque muchos elaboran hermosos proyectos para mejorar nuestra gobernabilidad y restaurar la democracia. Pero todos serán como gigantes con cabeza de oro, pecho de bronce, y pies de barro; planes que se pueden derrumbar en cualquier momento, mientras carezcamos de una base sólida de ciudadanos buenos y morales.

Es aquí donde entramos en la fase más difícil e importante de estas digresiones y en la cual se necesita el concurso de muchos pensadores, puntos de vista y sugerencias. Pues no hay recetas fáciles ni de corto plazo. Cambiar las culturas toma tiempo e incontables esfuerzos, más aún cuando hay que nadar contracorriente, como ocurre hoy día por la marejada de antivalores que vienen de todas partes. Pero hay que hacerlo. Porque es indispensable y porque se puede.

Las mejores lecciones sobre cambios culturales positivos las proporciona, evidentemente, esa gran enseñadora que es la historia. Sociedades que hoy vemos como ejemplo de respeto a la ley y civismo no lo eran antes. Ni Suiza ni Inglaterra fueron los oasis de paz que son ahora. Todo lo contrario. Pero cambiaron. Cabe advertir, sin embargo, que ninguno de los grandes cambios culturales ha sido inmaculado o completamente exitoso. Eso solo ocurre en los cuentos de hadas. En todo lo que hace el hombre siempre hay sombras y manchas.

Tampoco se pueden extrapolar sin más experiencias de otras sociedades. Pero sí pueden resumirse algunos rasgos comunes a todos ellos. El primero y más importante es que todos implican un gran esfuerzo educativo. Los valores, la moral, en resumen, el buen comportamiento, es aprendido. El niño, al igual que la sociedad, debe ser civilizado. Alguien le debe enseñar, guiar, corregir, respetar al prójimo, ayudarle a diferenciar el bien del mal, etc.

Aun cuando todos tenemos una conciencia natural, esta necesita ser educada, es decir, orientada y despertada, pues es susceptible de oscurecerse o pervertirse. Ángeles y demonios luchan por conquistarla, desde el comienzo hasta el final de la historia. Allí comienza la batalla. Seguiremos explorando remedios.

El autor fue ministro de educación y es sociólogo e historiador aficionado. Publicó el libro Buscando la Tierra Prometida; historia de Nicaragua 1492-2019, disponible en librerías locales y en Amazon.

COMENTARIOS

  1. Hace 1 año

    Un déficit es mantener la vista hacia abajo buscando causas a los problemas, cuando las posibles causas y probables alternativas se puedan observar viendo en otra dirección.

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