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Matar e ir a la vela

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Compungido

En su último discurso, oímos a un Daniel Ortega hablar en tono lastimero de las muertes de 2018. Dijo, por primera vez, que fueron más de 300. Si se acuerdan, su gobierno fijó en 198 los muertos. Parecía un hombre dolido. Hablaba pausado y con la voz quebrada. Pedía justicia y castigo contra los asesinos. “Ni condenados a pena perpetua pueden saldar el daño que le produjeron a Nicaragua”, dijo compungido. Y quien no lo conoce podría creer que se trata de un buen y compasivo hombre, al que no le es ajeno el dolor ajeno. Solo quien no lo conoce.

Serguéi Kírov

Déjenme contarles rápidamente la historia de Serguéi Kírov, un alto dirigente comunista de la Unión Soviética asesinado en 1934 de un disparo en la nuca y que, en represalia, Iósif Stalin inició una violenta purga que no terminaría sino hasta el día de su muerte en 1953. Al final verán la relación con nosotros, Nicaragua, y el discurso lastimero de Ortega.

Herty Lewittes

Desde años antes del 34, Stalin venía limpiando el camino para quedarse solo al frente del poderoso partico comunista soviético. Muchos otros líderes le disputaban el liderazgo. Kirov no era uno de ellos, pero gozaba de mucha simpatía porque era más tolerante y pertenecía al bloque moderado. Era, digamos, una especie de Herty Lewites en el Frente Sandinista. Cuando le propusieron que fuese él el Secretario General y no Stalin, Kirov no solo rechazó la idea sino que le contó a Stalin la propuesta sin imaginar que con ello estaba sellando su suerte y la de todos los que mencionó, que sistemáticamente terminaron arrestados, torturados y, en muchos casos, ejecutados.

Reprobado

Para enero de 1934 se celebró XVII Congreso del Partido Comunista, donde se escogería el Comité Central. Kirov resultó el mejor puntuado, pues solo recibió tres votos en contra, mientras que Stalin tuvo las peores calificaciones al reunir 294 desaprobaciones. Como era su costumbre, Stalin tomó nota de quienes habían votado en su contra, y en los próximos tres años casi todos estarían muertos o arrestados. En diciembre de ese 1934, un miembro del Partido Comunista, Leonid Nikoláev, expulsado meses antes, le pegó un balazo en la nuca a Kirov, en Leningrado.

Luto y rabia

Stalin lloró amargamente la muerte de Kirov. Organizó funerales de Estado en su honor. Levantó estatuas, y muchas ciudades y fábricas fueron bautizadas con su nombre. El mismo día que supo de la muerte, Stalin viajó a Leningrado y desde el tren dictó una serie de decretos draconianos para castigar lo que él llamó “terrorismo”. Los acusados no tenían derecho a un abogado, y sus sentencias de muerte no admitían discusión y debían ser ejecutadas en las 24 horas siguientes. El parecido no es casualidad. El hombre parecía dolido, para quienes no lo conocían. Solo para quienes no lo conocían.

Purgas

A pesar que el sentido común y los hechos indicaba que Stalin mandó a matar a Kirov, resulta que fueron acusados de su muerte todos los adversarios y enemigos de Stalin. Ejecutó a un centenar de guardias blancos (contrarrevolucionarios) que estaban en prisión y no tenían nada que ver con el hecho. Llevó a las mazmorras y fosas de ejecución a quienes lo adversaban en el partido comunista, entre ellos al menos dos tercios de aquellos que votaron en su contra en el congreso de enero. Todo el que estaba en contra de Stalin era, por extensión, responsable de la muerte de Kirov, y por lo tanto, perseguible, arrestable y ejecutable. Aquí, como en muchas otras cosas, las coincidencias no son causalidades.

Culpas

Cómo no recordar a Stalin cuando Ortega llora las muertes que él ordenó en 2018. Daniel Ortega y Rosario Murillo culparon de las muertes del 2018 a todos aquellos que se le oponían, de tal forma que, por extensión, pretenden hacer creer que estar en contra de Ortega es ser asesino. Así lo repiten cada día en sus discursos y relatos. Intentan con ello borrar sus propias culpas y, como en el caso de Stalin, sacar otras ganancias. Matan, lloran, van a la vela y echan la culpa a otros. Así son los sicópatas.

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