El oscuro vaho que te suplica quedarte quieto frente a la adversidad, esconderte de los problemas y escapar del mañana. La inmensa niebla que te grita que corras, que lo olvides todo, que no te pares hasta haber dejado medio mundo atrás. El miedo es un vapor cuyo aroma eriza la piel, cuyo roce hace rehuir escalofríos por la espalda del que se lo encuentre. El miedo es un monolito erigido frente al sol, es una catedral que da campanadas al atardecer. El miedo es encender una luz cuando cae la noche, es poner la cerradura en la puerta, es no opinar lo que se quiere. El miedo es la razón de nuestras máscaras públicas, por el miedo se mata y se miente. Es un lastre que oxida cualquier armadura, que desvanece hasta el honor más grande, que derrumba hasta el mismísimo ego y obliga al intoxicado por su embrujo a abandonar su deber.
El miedo es aquello a lo que temen los valientes, es la pesadilla de los osados y el terror de los tenaces. Es un escalofrío que congela los sentidos, un temblor que arruina la porcelana de un rostro. Su peso es tan inmenso que marca hasta la más asombrosa muestra de coraje, ensucia hasta la más inmensa campaña humana; con apenas una ínfima muestra de cobardía en el accionar se sugestiona cualquier retoño de valentía, y no por el miedo a un agente externo, sino por el miedo al miedo mismo. El pavor desencadena más pavor y el cobarde se repica cual campana en su diario vivir. El miedo se enreda en el esqueleto del miedoso y manipula hasta su más exiguo manejo para que sea solo el terror lo que domine su vida.
Porque el miedo tiene la cualidad de una droga, el poder adherirse al subconsciente y crear una religión, con las piezas de una vida a medio vivir, para conseguir, de la manera más prístina y pulcra, la inmortalización de la fobia, aquella de la que millones sufren a escondidas de los que los rodean y para desconocimiento de ellos mismos, a la vida misma.
Y así perpetúa su visión, esa es la manera en la que consigue reproducirse, replicándose en el accionar del cobarde para que otros, ignorantes del inconfundible aroma del miedo, repitan los mismos errores de aquel que tiene miedo y así logren fecundar la semilla del miedo y gestar a los retoños del terror. Porque el miedo, para el que sufre de él, convive dentro de su alma día y noche, desde su nacimiento hasta su muerte. El miedo está presente en todo aquello que hace, oscureciendo la luz de una vida llena de virtud y opacando la gracia de un recuerdo que no pudo nacer. Porque el miedo es abortar todos los futuros que aún no nacen para no hacer frente a las posibilidades. Es suicidarse antes de abrirle la puerta a las maravillas de la incertidumbre.
Pero, por muy adictivo que sea el miedo, nunca es cómodo. Porque impide la paz, porque cercena el sosiego, porque marchita la tranquilidad. El miedo, por muy inmenso que haya logrado crecer dentro del interior de un individuo, no puede llegar jamás a ser algo placentero; vivir con miedo, por muchos años que se hayan sufrido con él, no puede llegar a ser ordinario ni común. Porque el espíritu humano, de naturaleza valiente, siempre resuena dentro, tratando de escapar, intentando dominar al parásito de la cobardía. Porque para alguien que vive encadenado en el fango del miedo, es ese mismo sentimiento el que fertiliza las raíces de la esperanza, de la valentía, de la osada ambición humana de superar hasta el más profano castigo. [FIRMAS PRESS]
El autor es escritor panameño.