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La historia los condena

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Fidel Castro

Cuando Fidel Castro supuestamente pronunció la famosa frase “la historia me absolverá”, en su alegato de autodefensa, en octubre de 1953, el mundo miraba con ojos de admiración al grupo de muchachos barbudos que buscaban, a través de las armas, cambiar la historia de Cuba. Y digo “supuestamente” porque en el acta del juicio no aparece la frase, ni los testigos recuerdan haberla escuchado. La frase final registrada en el acta fue “la historia, definitivamente, lo dirá todo”, que semánticamente sería lo mismo, pero simbólicamente resulta menos teatral o poética.

Condena

El caso es que Castro cultivó una legión de admiradores y todo parecía indicar que la historia lo pondría en un pedestal. Ya en el poder, Castro se volvió un ícono revolucionario y referente mundial para la izquierda en el siglo XX, por encima de Vladimir Lenin, Leon Trosky y Iósif Stalin, de Rusia; o de Ho Chi Minh, de Vietnam; o Mao Zedong, de China, por mencionar a algunos. Pero la historia está siendo implacable con Castro. A medida que pasa el tiempo y se conoce más de Cuba, su figura se empequeñece. Por los crímenes que ejecutó y los enormes errores que cometió, que en su tiempo se le celebraban como genialidades. Pero, sobre todo, por la Cuba que dejó. Probablemente tenga muchos admiradores aún, pero la historia lo está condenando.

Dictadores

Si se revisa la historia, se verá cómo casi todos los dictadores fueron admirados en sus tiempos. Desde Hitler o Mussolini hasta Somoza o Pinochet. Casi es como el ciclo natural de cada dictador: audacia, admiración, populismo, crueldad, caída. Y con la caída, el descrédito. Fidel Castro podrá pasar a la historia como un hombre que desafió a Estados Unidos, pero nunca será el hombre que liberó a Cuba como quería ser recordado. Sencillamente porque ahora Cuba es menos libre que nunca.

Stalin

A estas alturas, muy pocas personas se pondrían una camiseta con el rostro de Iósif Stalin en el pecho. Pero no siempre fue así. Stalin fue admirado por muchos, a tal punto que algunos hasta les pusieron ese nombre a sus hijos. Busque en el Padrón Electoral de Nicaragua y verá cuántos Stalin hay, a pesar que Stalin no era su nombre, sino un apodo que él mismo se puso. De hecho, Stalin tuvo buena prensa en su época a pesar de su crueldad. Sus admiradores, como suele suceder, negaban que los horrores que de Stalin se decían fuesen ciertos, y los atribuían a “campañas” para desacreditar a la revolución rusa.

Holodomor

El periodista británico Gareth Jones, en 1932 se infiltró en Ucrania y registró cómo los ucranianos estaban muriendo de hambre en lo que se conoce como el holodomor (hambruna) de Ucrania. El periodista de The New York Times en Moscú, Walter Duranty, ganador del premio Pulitzer, sin estar en el terreno, negó los hechos por pura convicción. “Cualquier informe de hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna. No hay hambre o muertes por inanición”, dijo Duranty. Tras la caída de la Unión Soviética se supo que unos ocho millones de ucranianos murieron de hambre entre 1932 y 1933, por una hambruna ignorada y atizada por Stalin.

Autobombo

Hay otros regímenes, como el de Corea del Norte y el de Nicaragua, que aún con el poder y ocultando tanto como pueden sus crímenes y las realidades de sus países, solo gozan de la admiración que ellos mismos se prodigan y exigen. Autobombo. Es muy difícil encontrar personas que defiendan como proyectos revolucionarios o liberadores lo que sucede en Corea del Norte, Nicaragua, Cuba o Venezuela. O sea, la historia no ha tenido que esperar mucho para hacer lo suyo.

Nicaragua

Hoy, en Nicaragua, muchos inocentes están en las cárceles, y muchos delincuentes en el poder. Todo está al revés. Los delincuentes, con ropajes de policía, de juez o de fiscales, persiguen y encarcelan a los ciudadanos que disfrazan de traidores, terroristas o corruptos para justificar su saña. Es el burro hablando de orejas. Imagínense a qué punto hemos llegado que Daniel Ortega juzga a monseñor Rolando Álvarez. La historia, como hemos visto, se encarga de poner a cada quien en su lugar. Daniel Ortega ya tiene reservado el suyo. Y les aseguro que no es de patriota, ni libertador y ni siquiera de revolucionario.

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