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Bosques de Miramar

Sobre una cima de Miramar en la Sierra Tramontana, de cielo límpido, pinos verdes y naturaleza exuberante, desde donde se apreciaba el azur profundo y cambiante del mediterráneo, Rubén Darío en 1906, llegó buscando el camino que lo conduciría a la capilla blanca de forma cilíndrica que guardaba la estatua del beato Raimundo Lulio (1232-1316). Oratorio que fue levantado por el archiduque Luis Salvador en honor del futuro santo mallorquín. 

Rubén ante el maravilloso espectáculo, se complacía, recordando al pensador y poeta Ramón Llull, creador del Blanquerna; el que hacía dialogar al Del Amigo y al Del Amado, llamado por él mismo, “varón de amor”.

Con el auspicio del rey de Mallorca, Jaime II, Llull fundó en (1276) el Monasterio de Miramar. Situado entre grutas de broncas piedras, que si tuviesen vida, le hubiesen guardado en sus memorias, pues su espíritu en ese paraje aún pareciera prevalecer.

El archiduque de Austria Luis Salvador de Habsburgo, (1847-1915) se apasionó por honrar al religioso. Pertenecía a una familia de atridas a quienes la fatalidad les había perseguido dándoles en vida golpes fatídicos.  Se había refugiado en esa isla como queriendo huir de tantos males, y buscó un paraje solitario en Miramar, escogiendo a Lulio para venerarlo.

En el Monasterio de Miramar, el gran Llull a finales del S. XIII, había fundado un colegio de lenguas orientales con la misión de convertir musulmanes al cristianismo. Mismo sitio donde se había introducido la primera imprenta de Mallorca y donde habitaron y predicaron los cistercienses, los cartujos, los jerónimos, y los dominicos.

Cuando el monasterio estaba a punto de desaparecer de entre la maleza, vino el austríaco a remozarlo y darle vida. Había un oratorio, una mansión de casa-museo y otra de empleados. Todo era allí antiguo y señorial. Sorprendía además, un Ángel de Carrara que semejante al del juicio final, parecía despertar a un joven a sus pies, dedicado por Luis Salvador a su secretario, Wratislao Vyborni (Kuttember 1853 Palma 1877). En su base se leía el epitafio: “Orad por él”.

El oratorio había sido tallado y construido sobre la primera piedra traída por el archiduque desde Bugía en Argelia “la primera que él colocase para el monumento dedicado al beato de oración y gloria” traído del lugar donde fuera lapidado el futuro santo, al igual que “San Esteban el protomártir”. (Isla de oro, Rubén Darío, 1907).

Había entre otras memorias, una Virgen de mármol dentro de la Capilla de la Trinidad, regalo de la prima del archiduque en 1892,  “la inadaptada emperatriz de Austria Elizabeth”, quien sería más tarde asesinada, y que vivió por un año a bordo de su yate Miramar, del mismo nombre del palacio de Hamburgo en Trieste y de la finca mallorquina adquirida por Luis Salvador. Al visitar a su primo, la emperatriz, contemplaba las puestas de sol junto a Catalina Homar, la joven payesa amante del archiduque. 

Al morir ambas mujeres, Luis Salvador las recordaría en una prosa lírica: “El sol bajaba en el horizonte, el mar brillaba como el oro y envolvía a las dos figuras femeninas en una aureola de gloria”. (Carme Riera: Sobre un lugar parecido a la felicidad). 

El archiduque vivió en Miramar largo tiempo. Vestía sencillamente y conversaba con la gente humilde de la ciudad, mientras filosofaba, escribía libros y poemas.

Homero creó con La Odisea un mar de islas para que Ulises regresara a Ítaca. Horacio en el epodo XVI describe a las islas como lugares míticos, conminando a los romanos a buscar la felicidad en ellas. En el Jardín de las Hespérides las arboledas daban manzanas doradas que propinaban inmortalidad.  Así igualmente la llamada primeramente “isla dorada o de la calma” que luego con el apelativo dado por Darío de Isla de Oro, Mallorca se convertiría en un paraíso de paz para muchos que buscaron la felicidad.

A la visita de Darío, Luis Salvador ya se había mudado a una isla del archipiélago griego.

Rubén en sus dos estancias en Mallorca se inspiró en los recuerdos de los predicadores y religiosos cristianos que al igual que Lulio, habitaron en estos parajes, imitando en un paralelismo los pasos del archiduque Luis Salvador, quien también buscó en ese sitio la consolación y el reposo. 

Así como el beato Ramón Llull decía en su Libro: Del Amigo y Del Amado, “El amor es vida / Y el desamor es muerte”  a continuación un pequeño poema de mi autoría:

Es mejor por siempre, amar.

En el Amor hay que perseverar,

ya que amar es:

tener Paciencia, Caridad y Humildad.

Si tenemos el Todo que es el Amor,

abundarán las Gracias

que nos darán vida

y goce verdadero.

Es mejor padecer por Amor,

que sufrir por gozar,

siendo el goce la lujuria,

de la que tendremos

más tarde, que lamentar.

Si su fruto produjera dolor,

ese fruto al caer

sobre la tierra, germinaría,

y de su podredumbre,

ya alimentada

nacería,

una Nueva Vida.

La inflorescencia de la palma 

durante la crucifixión,

es como la resurrección

de donde brota la vida.

Cuando mueras y quede

tu verdadera esencia,

esa Esencia, será la del Amor

y ese Amor puro y cristalino,

ese, ya nunca morirá.

Quien abra su corazón al Amor,

abrirá sus ventanas,

al infinito y a la eternidad.

Pues, nunca deberéis de olvidar:

¡Que: No hay Amor sin dolor

Ni penas sin Esperanzas!

La autora es Máster en literatura española.

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