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Un 19 de julio alicaído

De la pírrica demostración que hizo la dictadura de los Ortega-Murillo el pasado 19 de julio, con motivo del aniversario del derrocamiento de la dinastía somocista, solo se pueden deducir dos cosas. Primero: Que el gobierno ha fracasado en su gestión y que ha entrado en franco estado de descomposición. Está alicaído. Ha perdido casi totalmente las bases populares que lo sustentaban por los enésimos errores cometidos y en el campo internacional, está cada día más solo, únicamente contando con el lejano respaldo de Moscú y Pekín, que no podrán hacer nada cuando el inevitable naufragio del régimen termine por consumarse.

Prueba de ello es que no pudo realizar la celebración masiva que acostumbra tradicionalmente en conmemoración de la revolución fracasada y que no hubo altos dignatarios extranjeros que se prestaran a cohonestar una causa que ya todos consideran perdida. El único invitado notable que se presentó fue el señor Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y las Granadinas, que llegó a Managua para recibir la medalla que le regalaron, como premio por su leal comportamiento con la dictadura, en lo referente a la violación de los derechos humanos tanto ante la OEA como en distintos foros internacionales. El señor Gonsalves lleva ya 20 largos años consecutivos gobernando a su país, por lo que alguien comentó: “No es extraña esa camaradería, pues son zorros del mismo piñal”.

Segundo: Que están cometiendo el gravísimo error de lesa patria, al pensar que con el solo respaldo del Ejército, la Policía y los empleados públicos, van a poder seguir gobernando indefinidamente. La historia, maestra de la vida, nos demuestra indefectiblemente que estos tres sectores cuando la crisis se profundice más, y vean de qué lado se inclina la balanza, no vacilarán en abandonar a sus antiguos protectores.

Es muy conocido el consejo que le dio Talleyrand al emperador Bonaparte, cuando este le pidió su opinión sobre si podría mantenerse en el poder, contando únicamente con el respaldo del Ejército, aquel sabio estadista le respondió: “Majestad, con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa, menos sentarse sobre ellas”.

Hago estas observaciones, porque como nicaragüense me duele en lo más profundo del alma ver cómo a mi bello país, Nicaragua, lo están haciendo trizas y cada día que pasa la crisis se profundiza más, en grave perjuicio para la población, que lo único que desea es vivir en paz y en libertad como en derecho le corresponde a todo ciudadano (a) que aspira dignamente, junto con sus familias, a disfrutar de las ventajas de la civilización.

 El monstruoso fraude electoral del 7 de noviembre pasado debería haberlos convencido de que el pueblo los repudia y que lo más prudente es no esperar, antes de marcharse, que la caldera de la ira popular vuelva a explotar, como el 18 de abril del 2018, con funestas consecuencias para la colectividad nacional.

En consecuencia: tenían razón quienes decían que el 19 de julio pasado no había nada que celebrar. Al costo elevadísimo de sangre, dolor y lágrimas, habíamos logrado poner fin a una de las dinastías más oprobiosas que ha conocido la historia de América. Pero la medicina que aplicamos resultó igual o peor que la enfermedad.

No había nada que celebrar, porque hay 350 muertos cuyos familiares siguen clamando justicia y los autores intelectuales y materiales de estos crímenes, siguen gozando de absoluta y total impunidad; porque en las ergástulas orteguistas hay 190 presos políticos que injustamente están siendo torturados y sometidos a bárbaras sentencias, sin el menor pudor; porque llegamos ya a 200 mil los compatriotas que hemos tenido que exiliarnos en tierras extrañas, debido a que se nos niega en nuestra propia patria el derecho a vivir en libertad; porque somos más de 4 millones de nicaragüenses que se nos priva arbitrariamente del derecho a elegir en elecciones justas, libres y observadas, a los gobernantes que han de regir el destino de nuestro país.

Habrá suficientes motivos para celebrar cuando todo este estado de cosas que he analizado brevemente llegue a su fin. Y cuando se realice el sueño del doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, cuando exclamaba: ¡Nicaragua volverá a ser República!

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

Opinión 19 de Julio fraude electoral Ortega-Murillo archivo
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