Ha sido ampliamente divulgada la noticia de que un estudiante habría amenazado en las redes sociales con llegar armado a un colegio capitalino de primaria y secundaria para disparar contra los alumnos, y después suicidarse. En un ambiente social impactado por las informaciones sobre matanzas en centros escolares de Estados Unidos (EE. UU.) esa noticia causó mucha preocupación.
Según informó la Policía, “el estudiante (deprimido por bajo rendimiento escolar) amenazaba con provocar desorden y perturbar con acciones violentas la normalidad en las aulas, incluyendo el riesgo de atentar contra la vida de los alumnos”. No ocurrió nada, pero la Policía vinculó la información con “los ataques, tiroteos y masacres que se registran casi cotidianamente, sobre todo en Estados Unidos con su consecuente reflejo en espacios noticiosos internacionales…” Y anunció que próximamente se pondrá en práctica una estrategia de “uso responsable” de las redes sociales en todos los centros de estudio.
Ciertamente, Nicaragua está dentro del espacio de influencia geopolítica, económica y cultural de EE. UU. Por lo tanto, de alguna manera se refleja aquí lo bueno y lo malo que ocurre en ese país, en particular lo que es de gran impacto internacional; como es el caso de las matanzas escolares y demás tiroteos que resultan de la irrestricta tenencia de armas de fuego, inclusive de guerra, por parte de las personas civiles a partir de los 18 años.
Según los expertos, esas influencias externas impactan particularmente en los adolescentes, que por su condición son más propensos a imitar lo que se hace en otras partes y les resulta atractivo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la adolescencia como “el período de vida comprendido entre los 10 y 19 años. Durante esta etapa el adolescente se transforma en un individuo maduro en sus dimensiones física, sexual, psicológica y social y establece su propia identidad”.
Es una etapa de grandes aspiraciones y oportunidades, pero al mismo tiempo de muchos peligros. La misma OMS señala que la adolescencia “exige el compromiso de la familia para superar los peligros y vulnerabilidades propios de esta etapa”, a fin de ayudar a los adolescentes a lograr con éxito las tareas apropiadas de este período crucial de sus vidas.
Educadores y sociólogos explican que los estilos de crianza de los padres tienen un efecto positivo o negativo en la formación de los adolescentes, en la incidencia de conductas de riesgo. Y que donde los chavalos tienen más apoyo emocional de sus padres y familias, y estos ejercen control de sus hábitos y conductas, hay ausencia o menos consumo de drogas, de violencia juvenil, depresión e impulsos suicidas.
Pero no solo los padres y la familia tienen esta responsabilidad. También la sociedad y el Estado por medio de una educación de calidad deben contribuir a la buena formación de los adolescentes. Y sin duda que estos solo pueden ser orientados debidamente en un ambiente de convivencia social pacífica, de seguridad jurídica y pública, de tolerancia de las ideas y respeto de los derechos de las personas, que son diversas por su propia condición humana.
