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Un diálogo nacional de esperanza y frustración

Este miércoles 18 de mayo se cumplen cuatro años del comienzo del diálogo nacional de 2018 realizado en el Seminario de Fátima. Aquel diálogo fue organizado por la Conferencia Episcopal de Nicaragua, con la esperanza de los obispos católicos de encontrar una solución pacífica a la violenta crisis sociopolítica que había estallado el 18 de abril anterior.

El 22 abril Daniel Ortega pidió a los obispos que organizaran el diálogo, y ellos le respondieron por escrito el 11 de mayo, aceptando la petición, pero pidiéndole cumplir cuatro condiciones previas que les parecían indispensables:

Primero, permitir el ingreso al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); segundo, disolver los cuerpos paramilitares que estaban reprimiendo con extrema violencia a la gente alzada cívicamente contra el régimen; tercero, poner fin a la represión en general y garantizar la seguridad de las personas de la sociedad civil que participarían en el diálogo; y cuarto, declarar su voluntad de diálogo para resolver la crisis.

A pesar de que Ortega no desarmó ni desmovilizó a los paramilitares, ni cesó la represión, el diálogo se instaló y comenzó a media mañana del viernes 18 de mayo. Cinco sesiones plenarias hubo entre el 18 de mayo y el 16 de junio, así como varias reuniones de las mesas de trabajo establecidas para discutir los temas: electoral, verificación y seguimiento, y judicial.

Ortega solo participó en la instalación y primera sesión del diálogo. Su llegada al Seminario con un desproporcionado e intimidante respaldo de fuerza armada, debió verse como señal de que no iba al diálogo dispuesto a ceder. En realidad fue como un diálogo entre sordos, porque la representación de la sociedad civil que para coordinarse adoptó el nombre de Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, tampoco estuvo dispuesta a ceder en sus posiciones que representaban las demandas de la calle.

Se ha dicho que el diálogo del Seminario de Fátima fracasó por el discurso impolítico del líder estudiantil Lesther Alemán, quien prácticamente asaltó el micrófono para espetarle a Ortega que el diálogo solo era para tratar sobre su renuncia y entrega del poder.

Pero, a nuestro entender, no fue así. Es cierto que el discurso de Lesther Alemán no estuvo dentro de la corrección política, pero la verdadera causa del fracaso de aquel diálogo fue que Ortega no quiso entrar en razón. Los obispos presentaron una agenda de reformas para la democratización, con un metódico cronograma de cumplimiento, cuyo eje era adelantar las elecciones del año 2021 para el 2019, previa reforma constitucional. Se trataba de una propuesta viable, pero el régimen la rechazó calificándola aviesamente como “intento de golpe de Estado”.

Se perdió así la oportunidad histórica de que se pudiera comenzar a recomponer al país sobre bases democráticas. El mismo Ortega pudo haber seguido como presidente de Nicaragua, en el caso de que ganara las elecciones anticipadas, libres, limpias y observadas por los organismos internacionales. Pero es obvio que temía perderlas, como las perdió ante doña Violeta Barrios de Chamorro en febrero de 1990.

También se perdió la oportunidad de resolver la crisis sociopolítica en el segundo diálogo nacional, realizado en febrero-marzo de 2019 en el Incae, con la mediación de representantes del Vaticano y de la OEA. Y entonces la pérdida fue peor, porque en el Incae las partes sí firmaron acuerdos fundamentales para la democratización de Nicaragua, pero el régimen no los quiso cumplir.

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