La desigualdad de género también se combate desde nuestra alimentación  

Lo vemos en el día a día. Ves a una pareja en un restaurante y usualmente la mujer pide una ensalada con la cual seguramente se quedará con hambre y el hombre una hamburguesa. En el hogar, a pesar de que la mayor parte de las comidas que se comen en casas de todo el mundo es preparada por mujeres y niñas, a quienes usualmente se prioriza a la hora de la comida es al hombre y la mujer queda en último plano.

El marketing dirigido a los alimentos “para mujeres” suele tener el mensaje de que son bajos en calorías y gracias a ellos bajarán de peso. Los alimentos “para hombres” van más enfocados en ganar masa muscular y verse fuertes.  

¿Por qué se da esto? Pongamos las cartas sobre la mesa: los hombres, en efecto, suelen tener mayor masa muscular por lo que pueden llegar a necesitar más calorías que las mujeres en ciertos períodos, pero no justifica esta conducta. Estas grandes diferencias nutricionales que hay entre el hombre y la mujer no responden exclusivamente a algo biológico ni genético sino también (y principalmente) a algo cultural.

Los papeles relativos al género, de hombres y mujeres, socialmente construidos, interactúan con sus papeles biológicos para afectar el estado nutricional de la familia entera y el de cada género. En otras palabras, el hambre tiene cara de mujer.  

El tema no es novedad, de hecho, ambos, tanto el “Hambre Cero” como “Igualdad de Género” forman parte de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. La igualdad de género y un mundo con hambre cero, para que todas las mujeres, hombres, niñas y niños puedan ejercer sus derechos humanos, incluyendo el de una alimentación adecuada tienen que ir de la mano.  

¿Qué puedo hacer yo al respecto? Cuestionarte. Educarte sobre el tema. Romper patrones. Dando el ejemplo. ¿Alguna vez te habías puesto a pensar en esto? 

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