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El mito del Paladión y el profeta Abaris

Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), la palabra paladión designa un “objeto en que estriba o se cree que consiste la defensa y seguridad de algo”. Y agrega que dicha palabra viene del griego “Palládion, estatua de (la diosa) Palas, en alusión a su función como protectora de Troya”.

En efecto, los troyanos creían que una pequeña estatua de Palas  (sobrenombre de la diosa Atenea), fue arrojada por Zeus desde el cielo y cayó en el lugar donde se estaba construyendo la ciudad de Ilo, que después se llamaría Troya. 

De allí nació la creencia de que el Paladión, como llamaron a la pequeña estatua, era la imagen protectora de Troya y mientras permaneciera en la ciudad esta sería invencible. Pero por si acaso, los troyanos rodearon su ciudad con enormes y gruesas murallas de piedra que ningún ejército, por muy poderoso que fuese, las podría derribar.

Por eso fue que los griegos, cuando fueron a hacer la guerra contra Troya la sitiaron durante diez años y no pudieron derribar las murallas. Sabiendo los griegos de la protección divina del Paladión a Troya, enviaron a Odiseo y Diomedes a que se infiltraran en la ciudad y robaran la estatua. Y en efecto la robaron, pero no era la estatua verdadera. Los troyanos habían hecho una copia que colocaron en un lugar público, mientras que la original estaba en un sitio secreto del palacio de Príamo. 

Otra versión sobre el origen del Paladión refiere que un sacerdote de Apolo llamado Abaris, cantó de una manera tan elocuente el viaje de este dios por el país de los hiperbóreos, que mereció su especial agradecimiento. 

Cabe aclarar que los hiperbóreos eran los habitantes de un lugar no definido en el extremo septentrional del mundo. Allí vivían muy felices, entre banquetes, música, danzas y poesía. Píndaro (el egregio poeta griego de la antigüedad acerca de quien se publica en esta misma edición de LA PRENSA un excelente artículo de Josefina Haydée Argüello), escribió sobre la vida de los hiperbóreos:

“No está ausente la Musa de sus costumbres. Y por todos lados coros de vírgenes y gritos de liras y estruendos de flautas suenan. Ciñendo sus cabellos con laurel dorado celebran banquetes felizmente. Ni enfermedades ni funesta vejez afectan a su sagrado linaje…”

Fieles a Apolo, los hiperbóreos nunca dejaban de llevarle las ofrendas hasta su santuario situado en la muy lejana isla de Delo.

Pero volviendo a  Abaris, el caso es que por su fidelidad y devoción Apolo le dio el don de la profecía y otros poderes sobrenaturales. Abaris profetizaba los terremotos, desterraba las pestes y calmaba las tempestades. 

Cuando murió Pélope, el héroe que conquistó toda la península del Peloponeso y le dio su nombre, Abaris hizo con uno de sus huesos una pequeña figura de Palas Atenea. Fue a Troya y la vendió a los troyanos, diciéndoles que había caído del cielo a sus pies, que tenía poder divino y protegería su ciudad de cualquier acechanza y ataque enemigo. 

Pero la ciudad cayó ante los griegos por la famosa estratagema del caballo de Troya, urdida por Odiseo. Y el Paladión se lo llevó Eneas a Italia. Allí la sagrada estatua de Palas Atenea fue venerada por los latinos, los etruscos y los sabinos, y después por los romanos, como lo habían hecho antes los troyanos.

Opinión mito del Paladión Mitología profeta Abaris archivo
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