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¿Seguir igual o trabajar por el cambio?

A como se leen de crudo, peor se oyen y de muy mal gusto, expresiones de uso grotesco o chabacán en nuestro diario vivir. 

¡No jodás hijuep… sos una m… no me avisaste nada! … Es el saludo de un nica a su amigo, donde hay implícito un reclamo por no haberle invitado a una reunión social reciente; proferido a voz en cuello en un restaurante a vista y oído de conocidos y desconocidos.

En la acera del colegio, una muchacha adolescente corre tras un niño de primaria, gritándole: “Ahora la agarraste chavalo jodido, quien te cachimbea soy yo, ya que no lo hace la vieja de tu madre”.

El conductor que pita descontroladamente al vehículo que va adelante que ha cedido el paso al peatón adulto mayor, mientras vocifera: “Una eternidad… apurate viejo pendejo”.

En las oficinas estatales, el ciudadano que llega precisando una respuesta a su problema y solicita una entrevista con el gerente… la recepcionista que comunica al funcionario la solicitud… y este que le ordena contestar al usuario del servicio: “Que no está y que tampoco va estar el resto del día, ya que tiene la agenda llena de reuniones”… 

En la casa, la madre que mientras conversa con su marido manda a su hija a contestar a la señora que la busca: “Decile que no estoy”.

En el bar o la cantina, el oficinista, obrero o profesional que apresurado se despide del grupo aduciendo… “quiero que esté tranquila la doña”… es sorprendido por un compañero de mesa que lo increpa en voz alta: “¿Tu mujer sigue con sus ´tabaqueras´?… ya le hubieras puesto la ´sucursal´ en la esquina y va a dejar de joderte!”

La manifestación proselitista que corea ufana, ¡somos turba y qué!…

El policía que acepta o sugiere “mordida”, para dejar pasar la infracción…

La leche “bautizada”, la pesa “arreglada”, la factura “diseñada” por la venta de repuestos, estación de gasolina o cualquier otro servicio, para beneficiar al amigo o al propio emisor, a despecho del daño a terceros y lo más insólito… la conclusión por parte de muchos, de que se trata de una picardía, una “viveza” y el sello final… “que no hay nada que hacer, que así somos nosotros”. ¿Sello, o lápida de desposeídos de vergüenza?

Todo el contenido de los predicados anteriores, ha sido redactado de situaciones vividas a diario y repetidas veces, dentro de nuestro país y ejecutadas en el seno de nuestra sociedad, en cualquiera de sus estratos.

Me pregunto: ¿lo que vemos y oímos representa en la actualidad nuestro ethos individual y social y ante el cual todos nos sentimos felices, a tal punto de proclamar entre nosotros y al mundo en camisetas folclóricas, “los nicaragüenses somos 

Deacachimba?” ¿O con pensamiento crítico preguntarnos si toda esta manera de ser no vulnera más bien la convivencia con propios y extraños, al proyectarnos como impredecibles, emocionales, no confiables y en fin como de alto riesgo para asumir relaciones perdurables, no solo personales sino también sociales o como país?

Carlos Mántica, en su libro Escudriñando el Güegüence escribe de su personaje principal que “encarna al indio como descendiente o familiar de caciques, creativo, inteligente, excepcionalmente perceptivo o suspicaz para conocer la intención de los demás, sea el Gobernador, Alguacil Mayor o cualquiera de los señores principales… Todos estos atributos sugieren rasgos, habilidades o aptitudes naturales ligadas al genoma de cada quien; en cambio la mentira y el engaño son trastornos de la conducta y el comportamiento que se adquieren en la sociedad y en la familia, a través del ejemplo y enseñanza, por lo general de nuestros mayores.

Si exoneramos al Güegüence como el culpable de nuestro comportamiento dual, inevitablemente tenemos que voltear la mirada hacia ciencias y disciplinas que regulan el comportamiento y la conducta entre los seres humanos, como la moral y la sociología. Los antecedentes de guerras, promesas incumplidas, atropellos a la humanidad de las personas, dictaduras, revoluciones, los “pretendidos cambios a la fuerza” o el “kupia kumi” de los caudillos, el irrespeto a las creencias religiosas, han hecho que como sociedad minimicemos o eliminemos por completo el comportamiento ético, con la consecuente omisión del sentido común en todo nuestro actuar.

La ética deriva del griego ethos, que significa predisposición para hacer el bien. De allí que el comportamiento ético se relaciona al sentido común, que como común sentido de la vida encuentra bienestar haciendo el bien. Al contrario, el comportamiento antiético es antibienestar, en consecuencia contra sentido común.

Si a todo esto le agregamos desconfianza, como revela un estudio reciente que nos coloca en último lugar en Centroamérica en la confianza con nuestros compatriotas, claramente indica que no se trata de ningún estigma, sino una noxa social a erradicar, que al invadir el campo de las costumbres, el carácter y los hábitos, lesiona la ética y moralidad, urbanidad y la psicología social.

Es un reto grande que tiene un buen pronóstico, pero cuya primera condición es ver y aceptar que tenemos la enfermedad, la determinación firme que saldremos de ella y sobre todo la convicción que para lograrlo hay que trabajar juntos sin descanso, maestros, sociólogos, moralistas, religiosos, psicólogos y prioritariamente los progenitores, en el seno de la familia.

No hay contradicción entre la moral y la alegría, a como no la hay entre el sentido común y la felicidad. ¡La educación es el eslabón que enlaza estos valores!

¡Tenemos que lograr a ser un pueblo moralmente alegre y sensatamente feliz!

El autor es médico.

Opinión educación Nicaragua archivo
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