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¿Y después de la Cumbre Democrática, qué?

En los días 9 y 10 de diciembre se realizó la Cumbre Mundial por la Democracia, a la cual invitó el presidente de Estados Unidos (EE.UU.), Joe Biden y participaron los gobernantes de más de cien países.

La Conferencia se realizó en línea debido a la pandemia y a ella solo fueron invitados gobernantes auténticamente democráticos. Todos tuvieron la oportunidad de exponer sus apreciaciones sobre los desafíos que enfrenta la democracia en la actualidad, y presentar sus ideas sobre las acciones para resolverlos.

Se ha criticado que la Cumbre por la Democracia terminó sin resultados concretos, solo con el compromiso de repetirla en 2022. Pero es que los organizadores no tenían previsto que se  aprobaran acuerdos específicos. Seguramente esto será hasta en la  segunda Cumbre, que se espera podría realizarse de manera presencial, en el caso de que la pandemia lo permitiera.  

El presidente Biden de EE.UU., que fue el anfitrión de la Cumbre por la Democracia y por eso intervino en la apertura y la clausura, mencionó la necesidad de una colaboración multilateral para fortalecer la democracia y defender lo que llamó “sagrado derecho a votar libremente”. Mientras que el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, señaló la necesidad de actuar conjuntamente para condenar y derrotar “todas las formas de populismos, nativismos y extremismos”. No mencionó directamente al soberanismo autoritario, pero es obvio que también hay que rechazar este recurso de los regímenes dictatoriales para justificar sus violaciones a las libertades ciudadanas y los derechos humanos de sus pueblos.

Pero la defensa, promoción y fortalecimiento de la democracia no es responsabilidad solo de los gobiernos. Los partidos políticos tienen que hacerlo también, renovándose para ser ejemplos de democracia interna. E igualmente los ciudadanos –al menos los que tienen conciencia cívica y democrática–, deben fortalecer su participación civil y política en el control de las instituciones públicas y la presión por la buena gobernanza y la rendición de cuentas.

La democracia no es un sistema político perfecto, porque ninguna obra humana alcanza la perfección. Pero como dijo Winston Churchill –o le atribuyen haberlo dicho–, no es “que la democracia sea perfecta o absolutamente sabia… De hecho es la peor forma de Gobierno… excepto todas las demás que han sido intentadas”. 

Esto sigue siendo cierto. Aún en las democracias más defectuosas hay prensa libre, libertad de opinión, de organización, de circulación  y manifestación. Hay elecciones pluralistas y alternabilidad en el poder, justicia independiente y respeto a los derechos humanos. 

Nada de eso, infortunadamente, hay en los sistemas políticos alternativos a la democracia, en los países que no son parte del mundo libre e impera allí la opresión y la servidumbre del siglo 21.

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