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¿Por qué dictaduras?

¿Por qué los nicaragüenses caemos tan fácil y recurrentemente en dictaduras? ¿Por qué no hemos logrado cimentar democracias durables? No es mala suerte ni maldición del destino. El recordado doctor Emilio Álvarez Montalván en su libro, Cultura Política nicaragüense señalaba que son factores de orden cultural —los valores, creencias y costumbres del pueblo— los que mejor explican nuestras desgracias. Entre ellos destacaba el personalismo y el caudillismo, la vieja tendencia de buscar y depender del “hombre fuerte”. 

No hay duda que gran parte de nuestros problemas tienen su raíz en vicios o costumbres que datan de la colonia, como el centralismo extremo que inhibió la participación ciudadana en los asuntos públicos. Pero hay uno que importa destacar por su nefasta influencia y perseverancia: la debilidad ética o moral de la población. 

La democracia es un sistema que está basado en el respeto a la ley y en el civismo. Podemos diseñar para un pueblo la mejor de las constituciones y las más sabias leyes, pero si sus pobladores no están acostumbrados a respetarlas o ser honestos, los más “vivos” y poderosos se las ingeniarán para burlarlas. Y lo harán impunemente, pues no tropezarán con la indignación moral que suelen experimentar ante el delito las personas éticas o rectas.  

En Nicaragua tenemos ejemplos elocuentes de este problema en los dos líderes de las principales fuerzas políticas. Ortega, líder máximo del sandinismo, fue acusado por su hija adoptiva, Zoilamérica, de haberla abusado sexualmente desde sus doce años. En todo país con cierta institucionalidad democrática, tal denuncia habría arruinado la carrera política de cualquier líder y lo hubiera llevado a la cárcel, pues se trata de un delito gravísimo. Aquí, por el contrario, apenas le hizo daño; sus bases permanecieron fieles y nadie, en su círculo de poder, expresó reserva alguna.

El otro caso fue Alemán, entonces líder máximo del liberalismo. Ante denuncias fundamentadas de que había malversado millones del erario, el grueso de sus partidarios permaneció indiferente. Es cierto que después se eclipsó su estrella entre los liberales, pero esto se debió, fundamentalmente, a que se entregó en los brazos de Ortega. De nuevo, en otros países él también estaría tras las rejas. 

A estos casos podrían sumarse el de muchos corruptos que no han sido perseguidos por la justicia, y que lejos de ser repudiados circulan felizmente entre abrazos y sonrisas. El problema es de vieja data. Realmente interesante es lo que escribió al respecto el notable investigador francés, Pablo Levy, en 1871, tras su visita a Nicaragua: “Lo que hace que ciertas faltas contra el honor comercial…se cometan demasiado frecuentemente, es la indulgencia inmensa e increíble que se tiene para esas mismas faltas. La opinión pública habla un momento y aún critica; pero olvida pronto, y por cierto no estigmatiza. Se ve en Nicaragua circular en todas las calles, y ser recibidos en todas las familias, individuos en cuyo pasado hay manchas indelebles, y que, en cualquier otro país, se hubieran visto obligados a desaparecer”. 

Es increíble cómo 150 años más tarde de la venida de Levy, la indulgencia al delito que él señaló continúe. Y más increíble aún, que hoy sea peor. Un amigo me comentaba como una denuncia de malversación de fondos que hizo LA PRENSA en 1978, contra el ministro de la vivienda Fausto Zelaya, causó que este, abochornado, decidiera, abandonar el país. ¿Pasaría hoy eso?

Tenemos pues un grave problema de moralidad que no es privativo de unos cuantos, sino que se encuentra fuertemente arraigado en amplios sectores de la población y que es uno de los obstáculos más grandes para construir una cultura verdaderamente democrática y cívica. El gran reto, obviamente, es cómo superarlo; cómo moralizar la población. Reto que demanda una reflexión detenida y análisis comparativos. Como un adelanto: a veces nos preguntamos por qué en Estados Unidos arraigó la democracia. Son varios factores que trataré de analizar. Pero entre ellos hay uno curioso: lo primero que tenía todo villorrio en la colonia era una iglesia y una escuela. Y el libro que tenía todo hogar era la biblia.  

El autor fue ministro de educación y es autor del libro “Buscando La Tierra Prometida” (historia de Nicaragua 1492-2019), disponible en las principales librerías y en Amazon. 

Opinión Daniel Ortega dictaduras archivo
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