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El tiempo, Daniel Ortega, el tiempo

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Tiempo

El Daniel Ortega que gobierna hoy está en peores condiciones que el Ortega de hace un mes. El Ortega de hace un mes ya estaba en peores condiciones que el de hace un año, y este a su vez peor que el de antes de 2018. Lo que quiero decir con este juego de palabras es que desde hace al menos cuatro años Daniel Ortega viene de rodada guido abajo. Cada día amanece peor que el anterior, tanto en términos políticos como físicos. Nada parece indicar que esta tendencia vaya a variar, porque ni puede volver a ser joven, ni se volverá popular y, mucho menos, demócrata. Es el tiempo, que no supo reconocer, pasando su factura.

Cartera llena

Ortega regresó al poder en 2007, gracias a la cortesía de los liberales que, por un lado, le pusieron a su alcance mediante un pacto el mínimo electoral necesario y, por el otro, participaron divididos. De tal forma que con solo el 38 por ciento de los votos pudo hacerse de la Presidencia. Seguramente en ese momento ya pensaba no irse nunca. Pero la mayor suerte que tuvo fue disponer de una cartera gorda. Sucede que poco antes Hugo Chávez se había hecho del poder en Venezuela, y andaba con una bolsa de petrodólares buscando socios en América Latina. Ortega dispuso de dinero para hacer sus negociados, comprar lealtades y conseguirse socios.

Retiro

Si Ortega hubiese jugado bien sus tiempos, debió retirarse en 2017. No es que hasta ese momento hiciera un buen gobierno. No, no. Para ese tiempo ya había se había reelegido a contra pelo de la Constitución, había cometido al menos cuatro fraudes electorales, abusaba de las leyes y reprimía con sus fuerzas de choque, policía y ejército cualquier descontento contra su gestión. A su favor, sin embargo, tenía todavía en la bolsa al gran capital, presumía, aunque sea discutible, de no tener presos políticos, y muchos no se atrevían todavía a llamarle dictador. “Gobierno autoritario” era lo más fuerte que solían decirle. Pero, el sentido común indicaba que la principal razón para que no se presentara personalmente a las elecciones de 2016, es que la chequera gorda que había manejado durante nueve años, ya estaba quedando vacía.

Tío indeseable

Ortega fue durante esos años como el tío indeseable que de pronto se sacó la lotería. ¡Eran más o menos cinco mil millones de dólares al año los que manejaba! Era ese tío que nadie toma en serio pero que con el dinero que de repente le cayó en las manos ya s ele ve diferente. Hace francachelas, reparte regalitos a unos y otros, fanfarronea, y aunque todo mundo sabe que va para ningún lado, pocos le critican. Si ese tío se va de la cuadra antes de que vuelva a ser el tío indeseable que siempre fue, pues dejaba al menos un regular sabor de boca. Eso es lo que no entendió Ortega.

Vacas flacas

Si Ortega se ha retirado cuando se le terminaron las vacas gordas, hubiese dejado que otros, ya sea de la oposición o de su mismo partido, administrasen las vacas flacas, con todo lo que eso implica en manejo de imagen. Pero pudo más la vanidad, o las alianzas mafiosas que tenía, o el temor de que, fuera del poder, le tocara responder por sus fechorías como ha ocurrido a otros presidentes de la región.

2018

Entonces vino abril 2018. Y tampoco supo reconocer que otra vez el tiempo le estaba diciendo que era hora de irse. En vez de buscar una solución a la crisis que había provocado, la agravó mostrando las pezuñas, cola y colmillo de su naturaleza dictatorial. La historia ya es conocida, pero hay que decirla una y otra vez para que no se olvide: más de 300 muertos, más de mil presos políticos y unos 100 mil exiliados, entre otras desgracias.

Fin

A estas alturas, Daniel Ortega solo puede hacer daño. Para mantenerse en el poder, así como está, con una rala base social, aislado, sancionado y física y mentalmente disminuido, necesita hacer daño, incluso a los suyos, para sobrevivir. Probablemente sea muy tarde para él, pero, insisto, no debería serlo para todos los suyos. El tiempo no perdona. Hoy Ortega está muy mal. Eso es innegable. Pero mañana estará peor. El asunto es que su descomposición no puede ser la descomposición del Estado, porque eso nos afecta a todos. Tuvo su tiempo y no reconoció cuando se le terminó. Mal haríamos nosotros dejando también de reconocerlo.

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