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El liderazgo y la formación de competencias en la educación superior

En un artículo anterior nos referimos a la necesaria transformación que deben emprender las universidades a fin de responder a los cambios que están ocurriendo en los campos del conocimiento y las tecnologías de la información y las comunicaciones. Esta vez, vamos a referirnos al tipo de liderazgo que las universidades necesitan para impulsar con éxito esa transformación.

El gran ensayista norteamericano Ralph Waldo Emerson escribió en uno de sus lúcidos trabajos: “Una institución no es otra cosa que la alargada sombra de un gran hombre”. Nos parece más justa la afirmación de Keith Briscoe: “Ciertamente una Universidad no es la sombra alargada de un gran hombre o mujer, sino la luz colectiva de muchas personas comprometidas con el bienestar del conjunto”.

Sin desdeñar ni disminuir la influencia que puede tener el liderazgo personal de un rector, sabemos que su éxito dependerá, en gran parte, de su capacidad de generar un liderazgo colectivo. Rectores dinámicos, inspiradores, creativos, innovadores, dotados de la capacidad de trabajar en equipo crean un clima favorable al surgimiento de esos liderazgos colectivos, a todos los niveles de la institución.

José Leñero, conocido consultor internacional en liderazgo y gestión estratégica, sostiene que el líder del siglo XXI debe tener las virtudes siguientes: “1. Visión de futuro; 2. Capacidad para relacionarse con organismos del entorno; 3. Capacidad para seleccionar y educar a su personal; 4. Habilidad para que hagan suyos los objetivos de la institución; y 5. Generosidad para reconocer los logros de sus colaboradores”.

Es interesante y actual, pese a los siglos transcurridos, el concepto de liderazgo de Lao Tzu en Tao Te Ching (500 años antes de Cristo): “Tu función es facilitar e iluminar lo que está sucediendo; interfiere tan poco como sea necesario; la interferencia, así sea brillante, crea dependencia en el líder; entre más coercitivo seas, más resistente se tornará el grupo; tus manipulaciones solamente servirán para engendrar la evasión; cada ley crea un ilegal; esta no es la manera de conducir un grupo; el líder sabio establece un clima claro e integrador en el lugar de trabajo del grupo; con la luz de la conciencia, el grupo actúa de manera integral. El buen liderazgo consiste en hacer menos y ser más”.

Aspecto clave de la transformación de la educación superior es la formación de competencias. En el debate contemporáneo de la educación superior ha adquirido especial relevancia el tema de las competencias y de la formación profesional basada en competencias. Lo primero que corresponde hacer, al abordar este tema, es un deslinde conceptual sobre el término competencia, que según el Diccionario de la Real Academia Española, en la acepción que nos concierne, significa aptitud, idoneidad.  “Es competente, agrega el Diccionario, el profesional que es buen conocedor de una técnica, de una disciplina o de un arte”.

La Declaración Mundial sobre la Educación Superior para el Siglo XXI (París, octubre de 1998), considera que la formación profesional de nivel superior debe comprender “una educación general amplia, y también una educación especializada y para determinadas carreras, a menudo interdisciplinaria, centrada en competencias y aptitudes, pues ambas preparan a los individuos para vivir en situaciones diversas y poder cambiar de actividad”. A su vez, el Informe Delors (La Educación encierra un tesoro) sostiene que en la educación contemporánea se ha dado una evolución desde la noción de calificación profesional a la noción de competencia. 

Cada vez con más frecuencia, los empleadores ya no exigen una calificación determinada, que consideran demasiado unida todavía a la idea de pericia material, y piden, en cambio, un conjunto de competencias específicas a cada persona, que combina la calificación propiamente dicha, adquirida mediante la formación técnica y profesional, el comportamiento social, la aptitud para trabajar en equipo, la capacidad de iniciativa y la de asumir riesgos.

 Las empresas suelen quejarse que, en nuestro país, los recién graduados de nuestras universidades conocen la teoría y dominan los conocimientos, pero carecen de las habilidades y destrezas para aplicarlas por la ausencia de experiencia laboral. En Nicaragua urge la aprobación de una Ley sobre el primer empleo de los recién graduados, que contribuiría a resolver este problema. Un proyecto sobre este tema permanece engavetado desde hace varios años en la Secretaría de la Asamblea Nacional.

 Para diseñar un modelo de formación de profesionales que se corresponda a los requerimientos actuales se necesita, además, una organización curricular flexible. Si se trata de dar respuesta a los desafíos de una economía globalizada y de un mercado profesional cambiante se necesita proporcionar al futuro graduado competencias genéricas, competencias cognoscitivas, competencias especializadas y las competencias técnicas propias de la profesión escogida que le proporcionen las habilidades y destrezas de su campo profesional específico.

Pero no bastan las competencias laborales, profesionales y técnicas. Se requieren también las competencias para una vida de calidad y el ejercicio de una ciudadanía responsable. Es lo que la Conferencia Mundial de Jomtien sobre “Educación para todos” designó como “las necesidades básicas de aprendizaje”. Si la aspiración es ofrecer una formación integral entonces deben proporcionarse las competencias para la productividad, pero también las competencias para la ciudadanía responsable; la formación de una conciencia crítica y las competencias para el autoaprendizaje, de conformidad con el paradigma de la educación permanente.

 Como advertencia final, cabe señalar que el diseño curricular basado en competencias presenta algunos riesgos, principalmente el riesgo de sobrevalorar las competencias laborales sobre las genéricas y personales y, especialmente, sobre aquellas que tienen que ver con la formación en valores, que hoy día no pueden estar ausentes de cualquier proceso formativo que pretenda ser integral.

El autor jurista, escritor y exrector universitario.

Opinión educación superior archivo
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