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Marina Argüello, directora del Zoológico Nacional, con la tigresa Nieve. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Marina Argüello, una madre “salvaje”

Por sus manos han pasado leones, tigres, pumas, ocelotes y jaguares. También monitos, zarigüeyas y osos perezosos. Doña Marina Argüello es la mamá sustituta de los cachorros del Zoológico Nacional que han sido abandonados por sus propias madres. Actualmente cría a una tigresa blanca llamada Nieve.

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Los cachorros de león son los más tranquilos: serenas bolas de pelo que se toman la leche sin armar alboroto. Las crías de jaguar pueden ser un poco agresivas y a veces lanzan pequeños zarpazos cuando se les arrima la pacha. Los ocelotes son inquietos y se retuercen todo el rato; pero los tigres son mansos, como Nieve, la tigresa bebé que en los últimos días ha conquistado las redes sociales.

Doña Marina Argüello, de 66 años, sabe todo esto porque ha criado en su propia casa a leones, pumas, jaguares, tigres y ocelotes. Desde 1997, año en que ella y su esposo asumieron la administración del Zoológico Nacional, es la mamá sustituta de todos los cachorros que son rechazados por sus madres.

Nieve nació blanca debido a un gen recesivo. Su abuelo materno es de ese color, como muy pocos tigres en el mundo, asegura el doctor Eduardo Sacasa, médico veterinario y esposo de doña Marina desde hace 48 años.

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No es común que los tigres de Bengala salgan blancos y “menos cuando sus padres son amarillos”. Se estima que hay unos 300 ejemplares blancos en todo el mundo, porque no son “una especie natural, sino una creada por el ser humano”, expone el médico, mientras doña Marina alimenta a su nueva hija adoptiva.

Marina Argüello, directora del Zoológico Nacional, con su nueva hija de crianza. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

La tigrita emite ruidos parecidos a los de un bebé humano. Nació el 29 de diciembre y todavía no abre los ojos. Se queda dormida pegada a la pacha y le toma casi una hora terminar de beberse dos onzas de leche extraídas de la Galonera, una cabra que ha alimentado a decenas de crías nacidas en el Zoológico. Da más leche que una vaca y la suya no produce muchos cólicos.

Nieve debe “comer” cada tres o cuatro horas. La mayor parte del tiempo pasa dormida en una jaulita, envuelta en una toalla grande, junto a un diminuto peluche de tigre; pero de pronto se despierta dando alaridos, como cualquier bebé, y doña Marina corre a calentar la leche para darle la pacha.

No importa la hora. Es lo mismo si son las 10:00 de la mañana, las 3:00 de la tarde o la 1:00 de la madrugada. Los desvelos son iguales que los que se sufren cuando se está criando a un niño. De hecho, dice doña Marina, “es más difícil criar a un animalito”. Y ella se ha hecho cargo de más de veinte.

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Nieve, la tigresa de Bengala blanca que nació en el Zoológico Nacional el 29 de diciembre de 2020. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Tigres y pumas

Tina fue la primera cría que Marina Argüello “adoptó”, cuando ella y su esposo solicitaron la administración del Zoológico Nacional, luego de atender a numerosos animales que habían sido atacados por un enjambre de abejas africanizadas.

Era una tigresa de Bengala con estrabismo y problemas en los riñones que no fue aceptada por su madre. Pasó sus primeros seis meses en casa de los directores del Zoológico, jugando con los dos hijos de la pareja.

“Era como un perrito”, recuerda doña Marina. Ya de adulta e instalada en una jaula del Zoológico, “podía estarse comiendo su pedazo de carne y se me acercaba y me ‘lambeteaba’ la cara, toda llena de sangre”, cuenta con ternura. “Vivió diez años”.

Otra de sus cachorras criadas fue China, una puma que vivió con ella hasta el año de edad, cuando fue trasladada al Zoológico. Hasta entonces andaba suelta dentro de la casa y tomaba duchas en el baño; reconocía el sonido del vehículo de su madre adoptiva y se ponía en dos patas junto a la ventana para recibirla.

Ocurrió, sin embargo, que la señora tuvo que ser operada por un problema en el cuello y China fue llevada a la jaula de los pumas. Nunca la perdonó. Todavía, cuando ella se le acerca para hablarle como si fuera un bebé, China corre a la puerta y emite un sonido parecido al maullido de los gatos. Entonces doña Marina siente que le está diciendo: “Abrime la puerta, entonces”.

Los padres de Nieve son tigres de Bengala amarillos. Esta es su mamá, Dalila. Su padre se llama Sansón. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Jaguares y monos

La última jaguar que crió fue Bulni, que tenía una hermana pequeñita: Lima. Llegaron juntas a casa de los Sacasa Argüello y dormían en una misma cama con la perrita de la familia, “hechas un nudo”. Lima era la más brava de las dos y se había auto adjudicado la tarea de criar a su amiga canina, dándole manotazos cada vez que estaba por caerse. Pero la jaguar tenía los órganos invertidos y solo vivió tres meses.

Bulni todavía reside en el Zoológico. Es gorda y avispada y reconoce a la mujer que le enseñó a comer y a nadar. Doña Marina tuvo que meterse con ella a una pila para que le cogiera gusto al agua.

Sus favoritos son los felinos y los del doctor Sacasa los dantos, que de bebés son una especie de mezcla de cerdito con elefante y guardatinaja. Pero igual han tenido que criar monos, zarigüeyas y osos perezosos.

La jaguar Bulni fue criada por Marina Argüello. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

La parte más difícil es cuando deben dejarlos para que lleven una vida independiente, muchas veces ahí en el Zoológico, porque no cuentan con los medios y los recursos necesarios para trasladarlos a sus entornos naturales. Sin embargo, la más dolorosa es cuando fallecen.

Cada vez que uno de sus hijos adoptivos muere, doña Marina se promete que no va a volver a criar a ningún cachorro, porque luego les toma demasiado cariño y sufre. Pero aquí está de nuevo, desvelándose para darle la pacha a una cría de tigres.

Se la pone sobre una pierna y le da golpecitos en la barriga para sacarle los gases. Le administra unas gotas que sirven para reducir los cólicos, la arrulla y finalmente la envuelve en una toalla para depositarla en su jaulita.

Hace poco estuvo gravemente enferma, puesta al borde de la muerte por una bacteria que se le alojó en el vientre. Todavía no puede caminar mucho y se supone que debería descansar todo el tiempo. Su médico se molestaría si se entera de que se está haciendo cargo de la cachorra; pero doña Marina no puede evitarlo. Esto es lo que la mantiene viva.

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Argüello con su esposo, el veterinario Eduardo Sacasa. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

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