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La edad física y la edad mental

Emile Ratelband es un hombre osado. En una era marcada por la creciente longevidad de las personas, este holandés de 69 años le ha lanzado un órdago (reto) a los tribunales de su país que ha abierto la puerta a un debate filosófico.

Resulta ser que Ratelband ha iniciado una batalla judicial para que le permitan quitarse al menos veinte años de su documento de identidad. Lo que plantea es que él se siente y luce como un hombre de unos cuarenta y no como un señor en el umbral de la vejez. En su caso su cruzada es más práctica que una lucha de principios, fundamentada, dice, en su propia experiencia.

Según el querellante, lo que pretende es acabar con la discriminación de la que dice ser objeto desde que ingresó en las filas de la edad madura. Y Ratelband cita ejemplos: a su edad (la que aparece en su carné) el banco ya no le facilita una hipoteca y las ofertas de trabajo son casi inexistentes. Pero su mayor queja es por lo difícil que le resulta conectar con mujeres en sitios online como Tinder.

Emile Ratelband se siente mucho más joven de lo que marca su certificado de nacimiento y lamenta que exista una disonancia entre su aspecto físico y ese número que tanto le amarga la existencia: un 69 que para él debería ser un 49. O mejor aún, un 45. En Tinder, donde la lozanía es la clave para garantizar una noche de placer, su edad casi provecta es un jarro de agua fría para muchas mujeres que acaban eligiendo varones más jóvenes.

Ratelband, que se gana la vida como coach motivacional, defiende una tesis provocadora que ha recibido críticas de la comunidad LGBT por “frivolizar” la causa de los transgéneros: si cada vez hay más libertad para cambiar de sexo por qué razón, esgrime, ha de aceptarse el encasillamiento de la edad que marca el calendario.

Supongamos que la justicia holandesa le diera la razón al admitir que la edad es más un estado mental que un convencionalismo. Si así fuera, también valdría el argumento contrario: aquellos que se sienten mayores podrían reclamar un cambio para aumentarse la edad. Sería el camino inverso al del presumido Ratelband: los que ya no están para las acrobacias de Tinder; los que sueñan con un retiro espiritual y físico, lejos del mundanal ruido de las oficinas. Los que ya tienen el alma jubilada a pesar de lo que diga la seguridad social y, sin sonrojo defienden que los sesenta son los nuevos setenta, dándole la espalda a los gurús del antiaging.

En este mundo cada vez más cambiante y desdibujado de normas podría haber cabida para una propuesta como la de Emile Ratelband. Hay quien se aferra a la tierna juventud y hay quien no ve el momento de abrazar el dulce retiro.

[©FIRMAS PRESS]

La autora es periodista.
*Twitter: @ginamontaner

Opinión Ancianos edad archivo
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