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Daniel Ortega, reformas

Prohibido olvidar estos muertos

¡Ay! ¡Ay! La patria llorando está. Parecen gritos de parto, los que se oyen por allá. Ningún dialogo tiene sentido sin justicia para estos muertos.

Muertos

Voy a hablarles compañeros de los muchachos que fueron masacrados por orden del comandante. De Darwin Urbina, trabajador de un supermercado que mataron en la Upoli y de Marcos Samorio Anderson, que regresaba de su trabajo y ya no se supo más de él. Apareció días después en una morgue con tres balazos en el cuerpo. Voy a hablarles de Darwin Medrano, que murió después que un balazo le desbarató el cerebro y lo dejó en coma, y de Álvaro Conrado, un niño de 15 años que con el dinero de su merienda compró un par de botellas de agua que quiso llevar, escondido de su madre, a los muchachos que estaban en catedral. Lo mataron por Metrocentro. Un balazo en el cuello. ¡Ay! ¡Ay! La patria llorando está. Parecen gritos de parto, los que se oyen por allá.

Responsables

¿Quién es el responsable de este baño de sangre? En primer lugar, Daniel Ortega y Rosario Murillo tienen que responder por estos crímenes. Murillo avaló la masacre cuando llamó “legítima defensa” a las agresiones que las turbas armadas y protegidas por la policía realizaban contra los manifestantes que pacíficamente ejercían su derecho a la protesta. En segundo lugar, la jefatura de la Policía. Debe ser destituida y procesada por faltar a su deber y permitir estas muertes. Y en tercer lugar, se deben establecer las responsabilidades individuales de los ejecutores, tanto de quienes dieron las órdenes como de quienes dispararon, porque nadie puede alegar “obediencia debida” cuando se masacra a inocentes.

Upoli

Voy a hablarles compañeros de los muchachos de la Upoli. Llevan días resistiendo el asedio de matones y policías. En un momento se temió una masacre de proporciones gigantescas porque las fuerzas del mal querían entrar a sangre y plomo, donde ellos ponen el plomo y los estudiantes la sangre. Los muchachos pedían auxilio con mensajes desesperados que a todos nos estrujaban el corazón. Todo podía terminar si hubiesen querido. Bastaba que salieran de la universidad con las manos en alto o con banderas blancas a entregarse. No lo hicieron. Nunca se rindieron. Ni después de tres muertos y decenas de heridos. Siguen ahí resistiendo, bajo aquella consigna que de pronto retomó significado: ¡patria libre o morir!

Legitimidad

De una semana para acá Nicaragua vive una nueva realidad. El orteguismo se dio cuenta que es minoría. Hasta hace poco al orteguismo no le importaba mucho demostrar con votos bien contados su legitimidad porque podía demostrar su fuerza en la calle que es donde mejor sabía moverse y de la que se consideraban dueños absolutos. Ahora perdieron la calle y no tienen ni la legitimidad de los votos ni la legitimidad de las calles.

Pelones

Quiero hablar de los más de 200 muchachos detenidos. Se los llevaron por protestar o simplemente por estar en el lugar que ellos consideran equivocado. Los desnudaron, hicieron turnos para patearlos y los raparon como se hacía antes con los delincuentes. Para humillarlos. Para descalificarlos. Y luego, cuando tuvieron que soltarlos los tiraron al camino, descalzos, golpeados y rapados, en un escarnio que más bien engrandece a estos muchachos y envilece a sus verdugos.

Masacre

Podría seguir hablando, compañeros, de Ángel Eduardo Gahona, periodista de Bluefields asesinado de una balazo en la cabeza, o de Richard Pavón, estudiante de secundaria de Tipitapa o del cadete de mototaxi de Ticuantepe, Jason Chavarría, y así hasta 40 muertos en una semana. Una masacre. La Real Academia Española de la Lengua define masacre como la “matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida”. Eso fue lo que sucedió esta semana en Nicaragua. ¡Ay! ¡Ay! A nadie vimos pasar. La noche negra se traga, aquél llanto torrencial. Ningún dialogo tiene sentido sin justicia para estos muertos. Prohibido olvidar a estos muertos.

Cambio

Les debemos mucho a estos jóvenes. Pase lo que pase, Nicaragua no puede volver a ser la misma después del 19 de abril. Estos 40 muertos, y los miles y miles de jóvenes que salieron a la calle a poner el pecho nos demostraron que ellos no son solo una generación ensimismada en su celular y ajena a la crítica social, nos enseñaron que orteguismo no es igual a sandinismo, que Nicaragua no es finca de nadie y, sobre todo, les hicieron entender a aquellos que son capaces de cometer las peores atrocidades para defender este régimen que no siempre tendrán la impunidad que da el poder. Que de un día a otro pueden estar del otro lado, respondiendo por sus crímenes.

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