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Cartas al director

Sandinismo y modelos de poder

En la construcción de ese nuevo modelo político de conducción social, debe utilizarse el diálogo sincero como su insumo natural sin trampas, ni dobleces

Los recientes acontecimientos en el país, vinculados a los desencuentros con la política exterior de Estados Unidos, y el debate sobre los temas vinculados a las libertades públicas, el Estado de Derecho y la corrupción judicial han renovado la polémica sobre el futuro de la sociedad nicaragüense.

En ese contexto y sin ubicarnos cómodamente entre los que aplauden o los que condenan al actual modelo de poder ejercido desde el Gobierno del presidente Daniel Ortega, se impone un esfuerzo para entender la nueva encrucijada que enfrenta el sandinismo.

Reconozcamos primero que la militancia sandinista fue educada originariamente en la premisa de que la democracia representativa y todas sus instituciones constituían un modelo de poder manejado al arbitrio de los sectores socialmente dominantes.

En el otro lado de la acera, los sectores políticamente vinculados a los partidos que en su época eran los partidos tradicionales o sus aliados cercanos, reivindicaron esas instituciones en su confrontación con la revolución sandinista y se constituyeron en aliados naturales del gobierno norteamericano en su lucha por evitar a toda costa su consolidación.

La revolución apostaba por la hegemonía política alrededor del FSLN y sus adversarios por las instituciones de la democracia representativa, hijas de la Revolución Francesa, con las mutuas acusaciones de la incidencia externa en ambos sectores.

Sin embargo, el sandinismo adoptó finalmente las reglas de funcionamiento de la democracia occidental para cerrar el capítulo de la confrontación armada, desatada en la década de los ochenta. Ese juego culminó con el inesperado desalojo del gobierno de la revolución sandinista por la vía electoral a principios de los noventa.

En el momento actual, el modelo de poder ejercido por el sector del sandinismo que ha retornado al gobierno, padece de una herencia histórica y conceptual en la que la hegemonía sigue siendo su imperativo estructural, pero enfrenta a la vez la demanda de una sociedad que exige alternabilidad legítima en el poder, inclusividad, diálogo real y sobre todo, control social sobre los estamentos gobernantes.

En esta difícil coyuntura, las patologías que están derivándose de un modelo de poder centralizado, con una fuerte connotación familiar y los compromisos asumidos por el mismo con sectores minoritarios pero económicamente dominantes en el país, complican aún más el contexto, porque le generan una legitimidad frágil en relación a la identidad de los intereses verdaderos que declara defender, confunde a los sectores de base que siguen viendo en el sandinismo su referente y le brinda excelentes oportunidades a algunos actores que jamás han dejado de ver en los sandinistas a sus adversarios históricos irreconciliables.

En ese difícil trance, muchos sandinistas siguen compartiendo con la dirigencia oficial del partido los objetivos estratégicos que se declaran, pero se descorazonan frente a los modos y formas de actuación política que se practican.

Por otro lado, y habiendo declarado el sandinismo su compromiso con las reglas del juego de la democracia representativa y del Estado de derecho no puede alterarlas a su favor sin provocar la reacción del resto de la sociedad nicaragüense y de la misma comunidad internacional.

Nadie acepta que el sandinismo en el gobierno vulnere, administre, o maneje a conveniencia, la libre opción política y la elegibilidad del poder que la Revolución entregó al pueblo después de años de lucha, porque esa contradicción es inadmisible.

En ese marco de complejidad se impone la necesidad de un nuevo modelo de gobernabilidad en el que el sandinismo tendrá que aprender a gobernar para todos y con todos, sin simulaciones ni discursos vacíos, con reglas de juego transparentes y creíbles.

En la construcción de ese nuevo modelo político de conducción social, debe utilizarse el diálogo sincero como su insumo natural sin trampas, ni dobleces y como un instrumento eficaz, creativo, audaz y pragmático con el cual consolidar el crecimiento económico, profundizar la redistribución social de la riqueza y afianzar los derechos de todos los ciudadanos en pie de igualdad, priorizando a los que continúan en situación de marginalidad y pobreza. En ese contexto, en el sandinismo no se puede seguir hablando de los pobres, mientras un sector del mismo se enriquece con métodos y procedimientos altamente cuestionables.

Por otro lado, desde la perspectiva de su evolución como fuerza política, el sandinismo no debe renegar de su historia, pero tampoco puede quedarse atrapado por ella, sin visión ni estrategia de futuro.

En las tareas que le esperan el sandinismo para el siglo XXI, no puede defraudar en términos históricos a una nación que continúa esperando la oportunidad definitiva para alcanzar la felicidad, la libertad y la prosperidad para todos sus ciudadanos sin ninguna exclusión.

Sin embargo, el sandinismo no tendrá la capacidad de enfrentar esta responsabilidad si primero no es capaz de reencontrarse a sí mismo.

El autor es profesor universitario.

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