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El ángel de los niños con cáncer

Le dicen “El Flaco”. Lustró zapatos, vendió mangos y quiso ser sacerdote jesuita. Fulgencio Báez tiene contextura delgada, barba canosa y más de veinte años luchando por los niños con cáncer en Nicaragua.

Ahora duerme una hora más. Antes se despertaba a las 5:00 de la mañana y hoy lo hace a las 6:00. A pesar de que, en diciembre de 2015, Fulgencio Báez se retiró de su cargo como jefe del departamento de Hemato-Oncología del Hospital Infantil Manuel de Jesús Rivera “La Mascota”, una hora de sueño es lo único que ha variado en su rutina.

Mientras estuvo a cargo, durante 25 años, alrededor de 1,800 niños fueron curados. Es jefe de Pediatría del Hospital Metropolitano Vivian Pellas, vicepresidente de Conanca, pero siempre está buscando otra cosa qué hacer. Ya está pensionado, pero cada vez que puede voluntariamente va al hospital a discutir casos con sus colegas. Según él, es y seguirá siendo un “activista de los niños con cáncer”. Es normal verlo por ahí, en actividades, congresos, carreras y hospitales, con su bata blanca y su barba canosa.

Durante su año de prácticas universitarias literalmente vivía en el hospital. Atendió más de 500 partos en seis meses. Durante la guerra junto a sus colegas formó un hospital clandestino en Juigalpa para atender a los heridos. Desde que se graduó, en 1973, Fulgencio Báez le ha entregado la vida a la profesión que desde niño le pareció mágica.

Bata blanca, sotana negra

Recién bachillerado del Colegio Centro América, en Granada, y después de haber pertenecido a la Congregación Mariana y realizar todo tipo de obras sociales, como construir escuelas, Fulgencio Báez creyó que podría ser un buen sacerdote jesuita. Su entrevista con el Provincial de la Compañía de Jesús ya estaba programada.
Se lo comunicó a su guía espiritual. Sin embargo, al concluir las clases regresó a su pueblo, Juigalpa, Chontales, y se enamoró de una muchacha del pueblo. “No, yo no soy para cura, mi vocación no es tan verdadera”, se dijo. Regresó al colegio a decirle a su guía espiritual que ser sacerdote no era lo suyo, que estaba decidido y que no iría a la cita.

—Mire, padre, ya no, pues —le dijo.

—¿Y qué vas a estudiar?

—Medicina —respondió.

—¡Veterinaria deberías de estudiar vos, por animal! —lo regañó.

Salió “azareado” de la oficina de su guía, pero convencido de que estaba escogiendo el camino que en realidad siempre quiso seguir.

Fulgencio Báez, hemato-oncólogo. LA PRENSA/Maynor Valenzuela.
Fulgencio Báez, hemato-oncólogo. LA PRENSA/Maynor Valenzuela.

Cuando Fulgencio Báez era un niño jugaba muñecas junto con sus seis hermanas y él era siempre el doctor que las atendía y las curaba. Siempre le había encantado la imagen de un médico. “Me parecía mágico ver llegar al doctor a mi casa. Verlo, que nos atendiera y que nos curáramos era una magia. Me encantó la Medicina. A partir de ese momento quise ser médico”, confiesa. Y así descubrió la profesión a la que le dedicaría la vida, aunque asegura que su papá quería que fuera finquero, como él.

Durante su infancia en Juigalpa, Chontales, de donde es originario, era una ciudad de seis mil habitantes y con caminos de tierra.

Desde pequeño asegura que su mamá y su papá le enseñaron que debía trabajar duro para conseguir lo que quisiera. Luis Felipe Báez era finquero y Socorro Lacayo era dueña de una distribuidora.

Cogía una carreta, contrataba a alguien que cortara mangos, los mangos de la finca de su papá y salía en el carretón halado por bueyes a buscarle venta; iba a dejar los pedidos de la tienda de su mamá para ganarse los “chambulines”. También se ganaba sus centavos lustrando zapatos en la acera del local.

“Como en el pueblo no había cines, nosotros lo inventamos: agarrábamos los pasquines, poníamos una sábana, la iluminábamos con un foco y entonces se miraba la imagen del otro lado y cobrábamos cinco centavos por ver las películas”, cuenta el doctor.

En ese entonces Guillermo Rothschuh Villanueva conoció a Báez. Estudiaron juntos y jugaban en el mismo equipo de beisbol. “Fulgencio siempre fue un tipo calmo, risueño. Era como es ahorita: flaco”, dice.

“Que se haya retirado de ‘La Mascota’ es una pérdida para el país. A su esfuerzo se debe la creación de la sala de Oncología. Se metió de lleno y con mucha paciencia fue creciendo y eso se debe a un compromiso social fuerte de Fulgencio. Creo que eso le viene del hecho de pertenecer a una familia que se vio comprometida políticamente por ver a Nicaragua liberada de los Somoza”, Guillermo Rothschuh Villanueva, escritor y amigo de la infancia.

500 alumnos y 50 cupos

A pesar de la presión de su papá, después de bachillerarse se fue a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León) a estudiar Medicina. Era una lucha: más de 500 alumnos optaban por la misma carrera y solo 50 podrían obtener un cupo. Báez no era bueno en Matemáticas, pero sabía que debía estudiar mucho para clasificar. De hecho, tuvo que hacerlo el triple, pues se involucró como dirigente estudiantil del Centro Universitario de la Universidad Nacional (CUUN) y apenas tenía tiempo para sus estudios.

En 1954 dos de sus hermanos, Adolfo y Luis Felipe Báez Bone, fueron torturados y asesinados por Somoza García y la Guardia Nacional. También vio cómo se llevaban preso a su papá cada vez que Somoza visitaba Juigalpa, pues este pertenecía al Partido Conservador.

“Mis hermanas y yo íbamos a dejarle la comida a mi papá y recuerdo que los guardias nos apuntaban. Estaba cipote. Todas esas cosas fueron creando un nivel de conciencia social y cuando llegué a la universidad el movimiento estudiantil me apasionó”, cuenta Báez.

En palabras de Guillermo Rothschuh Villanueva “eso hizo que Fulgencio adquiriese desde niño ese compromiso en esa dimensión social y política”.

Para Báez, querer estudiar y pertenecer al movimiento estudiantil era una “cosa de locos”. Pero lo logró. Aunque pasó Matemáticas “con las completas”, clasificó en el número 21 de 50 y durante toda la carrera fue líder y representante estudiantil.

Fulgencio Báez el día que recibió su título de médico de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, en diciembre de 1972
Fulgencio Báez el día que recibió su título de médico de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, en diciembre de 1972. LA PRENSA/Cortesía.
La primera vez que se sintió médico

Un día antes del devastador terremoto de 1972 en Managua Fulgencio Báez se preparaba para el internado, su último año de Medicina. Todos los hospitales de Managua fueron destruidos durante el histórico movimiento telúrico y sus prácticas las realizó en el Hospital Materno Infantil Fernando Vélez Paiz, semidestruido, en ruinas y en carpas, porque era prácticamente el único que quedaba.

En ese entonces Báez empezó a sentirse médico. Atendía cirugías y partos. En ocasiones se sentaba con los guantes y mascarilla puestos, frente a cuatro mujeres en labor de parto, pujando, acostadas en diferentes camillas y solo con una enfermera asistiéndolo. “Y yo me sentaba ahí a esperar cuál salía primero”, relata.

“Yo atendí más de quinientos partos. Estuve más de seis meses en la sala de parto haciendo turnos o asignado. Y como era prácticamente el único hospital que había quedado, los partos eran de cuatro en cuatro”, cuenta el doctor.

Literalmente vivía en el hospital ahí dormía y guardaba todas sus cosas, porque no tenía casa en Managua. Y aunque no estuviera de turno llegaban a buscarlo los médicos cuando tenían cirugía. “Oe, Báez, ¿nos querés ayudar?”, le decían.

En 1973 se graduó de la universidad. Recibió su título con un bigote similar al de Pancho Villa y unas patillas cuadradas al mejor estilo de Elvis Presley.

Después se fue durante poco más de un año a San Juan de Río Coco a realizar sus servicios sociales. Durante tres años estuvo en el Hospital Vélez Paiz para obtener su especialidad en Pediatría y luego se fue a México a estudiar su especialidad en Hemato-Oncología.

Volvió en abril de 1979 y no le dieron trabajo, regresó a Chontales y se contactó con algunos colegas para trabajar voluntariamente en el hospital de Juigalpa para desarrollar un poco la Pediatría, ver qué más podían hacer, pero sobre todo, para preparar un “hospitalito” clandestino para los heridos durante la guerra.

Cuando aún era estudiante de medicina en la universidad, en marzo de 1970.
Cuando aún era estudiante de medicina en la universidad, en marzo de 1970. LA PRENSA/Cortesía.
La Pediatría y el cáncer

La cirugía, la Ginecobstetricia y la Pediatría eran las tres especialidades que le llamaban la atención al doctor Báez. Sin embargo la Pediatría le golpeaba. “Cada vez que se moría un niño no dejaba de golpearme emocionalmente. Y cuando me fui a San Juan de Río Coco lo que más miraba era niños y me di cuenta de que en los niños había más necesidad”, advierte el médico.

Después de realizar su especialidad y la subespecialidad se dio cuenta de que el tiempo le dio la razón: no iba a ser cura, sino médico y médico hemato-oncólogo pediatra.

En 1990 era director de Salud de Managua, lo que hoy es el Silais. Sin embargo a mediados de los años noventa le ofrecieron hacerse cargo del área de Oncología del Hospital “La Mascota” y aceptó. Aún recuerda cuando se puso la primera piedra del edificio del que se haría cargo durante 25 años.

“El proyecto creció. Trabajamos. Y alrededor de 1,800 niños han sido curados. Ese ha sido el legado de tantos años trabajando. Ya son 11 médicos. Partimos de cero y ahí se han ido formando”, expresa.

“El cáncer no es justo en los niños. Un adulto al que le da cáncer ya vivió, ni modo. Pero que a un niño de 3 años, de 4 años que ni siquiera ha vivido, que de pronto aparezca con un cáncer, que es una enfermedad tan dramática, tan difícil, creo que es un acto de injusticia de la naturaleza”, Fulgencio Báez, hemato-oncólogo pediatra.

La muerte de un “pacientito”

La muerte es parte de su trabajo. Y no deja de golpearlo. Recuerda el primer niño que murió. “Lo recuerdo perfectamente, fue un niño que iba bien. No estoy seguro de si es la primera vez, pero fue el caso que más me impacta. Era un niño que iba muy bien y se murió porque no había antibióticos que necesitábamos en el hospital. Fue a comienzos de los noventa, como en 1991. Porque cuando se muere un niño por cáncer terminal, pues ni modo. Pero un niño que se está recuperando y que va bien y por un antibiótico se muere, no es justo. Y que apelaste a todo, que trataste de todas las maneras y no pudiste salvarlo y conseguir el antibiótico para él. Eso me golpeó. Eso me ayudó a impulsar a doña Amalia Frech para formar Conanca. Ahí nació Conanca”.

Amalia Frech conoció al doctor Fulgencio por una recomendación. Su hija estaba enferma, los médicos no le dieron el diagnóstico correcto, ella sospechaba que podía tener leucemia linfoblástica y que había muy pocas posibilidades de que viviera.

El día que falleció la hija de Frech iba a dar la primera comunión y él junto con su mamá vistieron a la niña con su traje de comunión. Él la tomó entre sus brazos y la colocó en el ataúd. “Aún lo recuerdo a él diciendo que le pasaran una almohada para colocarla mejor. No éramos ni amigos. Nunca voy a olvidar ese gesto”, dice Frech.
El doctor Fulgencio asegura que más del 65 por ciento de los niños se pueden curar en Nicaragua y se pueden curar más, si se siguen haciendo las cosas como hasta ahora.

“Es difícil en esta profesión trabajando con pacientes con cáncer. Desde que vos sabés que tenés un cáncer estás ante un reto grande. He visto colegas llorar. Cuando perdemos un paciente porque no se hicieron las cosas como están indicadas. Por un error humano, por una complicación. Sentís un nivel de impotencia, porque cuando perdés a un niño o a una niña en esa situación y decís que esto pudo haberse evitado, son momentos que duelen”, dice Báez.

“Pacientitos”, les llama. Para él lo más bonito es el afecto que le dan ellos. Lo expresan con su sonrisa, con un abrazo, una palmadita, una visita.

Las 10 de…  Fulgencio Báez   

1.Apodo. Le dicen “El Flaco” o “Lufubala”, una firma con las iniciales de su nombre.

   2.Atleta. Practicó futbol y beisbol cuando era joven y va al gimnasio todos los días.

 3. Netflix. Una de sus series favoritas es House of Cards.

 4. Lector. Siempre lleva una novela con él, su libro favorito es Cien años de soledad.

 5. Barbudo. No se ha quitado la barba desde que entró a la universidad, en 1967.

 6. Matrimonios. Se ha casado dos veces.

 7. Trabajo. Durante su infancia fue lustrador de zapatos y vendedor.

 8. Personaje. En Juigalpa lo vestían de Niño Dios para las procesiones.

 9. Vocación. Quiso ser sacerdote jesuita. Hoy admite que habría sido un mal cura.

 10. Enfermedad. Padece de hipertensión.

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COMENTARIOS

  1. Ralph Smith
    Hace 8 años

    Interesante vida. Hubiera de escribir sus memoria. Estudio en la UNAN-Leon cuando esta era una universidad prestigiosa internacionalmente por la calidad de la educación.

    Se escogian 50 estudiantes para la escuela de medicina porque se prefería la calidad que la cantidad. ¿Se imaginan cuanto cuesta al pais formar un doctor en medicina? Recuerdo que cuando ingrese a la UNAN-Leon la colegiatura por el semestre era aproximadamente $30.00 Cordobas ($4.50 Dolares). Época del Somocismo, señoras y señores.

  2. Erling
    Hace 8 años

    Que buena historia de vida la del dr. X fin algo que no este relacionado con la politica. Es lamentable saber que hay muchos niños que mueren x estas enfermedades como el cáncer x falta de medicamentos y lo peor de todo es ver como en otros países dis que desarrollados gastan miles y miles de millones en armas y ejércitos.

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