Daniel Ortega dialoga, oficialmente o debajo de la mesa, cuando estima que puede fortalecerse y empantanar a sus adversarios. No tiene reparos en hacerlo, sea que se sepa débil o se crea fuerte, en tanto considere que obtendrá mayor provecho sin dificultad.
Tras el éxito en Managua el día 27 de la marcha campesina contra las pretensiones del canal chino y a un año de elecciones, no se debe descartar que su estrategia de control de daños a corto y mediano plazo incluya, mediante conversaciones con sus oponentes, proyectar al exterior una imagen de democracia y pluralismo político.
Como usted sabrá, ha logrado lo que quiere con la deliciosa ventaja de enfrentar interlocutores invariablemente incautos y algún bandido. Haga memoria o lea sobre los Acuerdos de Sapoá y Esquipulas, el llamado Protocolo de Transición, la Concertación Económica y Social, los pactos con Arnoldo Alemán, el grupo de la Convergencia Nacional y las redes que tendió a Enrique Bolaños.
Lo cierto es que en nuestra historia reciente, en al menos sesenta años no se pueden citar diálogos políticos de los que podamos sentirnos orgullosos. Han sido negociaciones bajo el ropaje de “gobernabilidad” entre caudillejos para obtención de beneficios.
Sin duda que el entendimiento es la mejor herramienta para enrumbar una nación, pero a falta de motivaciones honestas y el bienestar del país como objetivo, hemos padecido la voracidad de quienes, disfrazados de partidos políticos, se entienden para repartirse el Estado. O las consecuencias de los cándidos que creyeron conversar de buena fe con quien no la tenía.
Un amigo mencionaba un supuesto proverbio oriental explicado de esta manera: cuando se tiene al adversario en desventaja, pero no se es capaz de derrotarlo, se le debe ofrecer una salida honorable. Tiene sentido, pues nadie aspira a ser humillado. Sirve a cualquier bando, antes que los conflictos se prolonguen o profundicen y causen desgaste indefinido.
Si bien se encuentra en el párrafo anterior sentido común y sabiduría, aplicarlo en el contexto político actual es muy arriesgado. El FSLN lleva más de cincuenta años conspirando. Hoy, controlando del Estado, partidos zancudos merodeando, aliados al gran capital y repartidores de dádivas, se han sentido seguros y mostrado soberbia… hasta que la avalancha campesina crispó sus nervios.
No me resultaría extraño que el agua helada que prepara Ortega para enfriar la que está a punto de hervir incluya propuestas para dialogar, aunque no necesita hacerlo con quienes domina. A esos les envía señales de humo que son acatadas con obediencia inmediata. Convenir con ellos sería más del mismo circo.
No milito en partidos ni tengo compromisos con nadie, pero está a la vista —no sé si cambiaré de opinión en el futuro— que la Coalición Nacional por la Democracia es la oposición más coherente, integrada por el PLI, disidentes del PLC, la Resistencia, el MRS, la UDC… y que ha firmado un compromiso con el Consejo Nacional para la Defensa de la Tierra, Lago y Soberanía Nacional, los que deberían ser parte. Si Ortega quiere sembrar paz y estabilidad, y asegurar algunos intereses, es a ellos a quienes debe convocar.
¿Cuál debería ser el resultado? El compromiso, con testigos de honor y hechos concretos, del cese inmediato de violaciones a los Derechos Humanos de parte de fuerzas de choque y policías, y cambios necesarios para elecciones honestas y transparentes con observación nacional e internacional. Es lo esencial.
El comandante reposa sobre un barril repleto de pólvora y mecha encendida. ¿Buscará dialogar? Es probable. Quien asome agendas personales, intente mediatizar demandas populares o se coluda para fraudes electorales, asentará sus posaderas sobre el mismo explosivo barril.
El autor es periodista.