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Cartas al Director

La aventura de la lectura

Agustín Pérez Cerrada

Cuando el consumo televisivo nos invade, un libro es una excelente alternativa. Los doscientos largos minutos de la dedicación media diaria a la televisión dan espacio suficiente para la lectura de todo un libro. Cabe que los niños, encandilados por las imágenes vivas y el seguimiento de héroes violentos, embotada su sensibilidad, llegan a ver la lectura como una simple tarea escolar, cuando no como un castigo; casi nunca como un placer. Quizá todo comenzó cuando los padres dejamos de contar cuentos a los niños pequeños, cuando no les comunicamos amor a los libros.

Comenzar la lectura de un libro nuevo es iniciar una aventura hacia un mundo incógnito, que puede concluir tanto con el apresurado paso sobre sus páginas, como sumergidos en un viaje apasionado recorriendo paisajes deslumbrantes. Por encima de la rutina de una lectura para “estar el día”, ese albur, que puede minorarse con alguna selección crítica, es el que hace que se acometa con pasión cada lectura; de otra manera, posiblemente releeríamos una y otra vez los mismos libros.

El hombre es más rico y profundo que todos los libros. No obstante, el arte de la lectura, en compensación a nuestra dedicación, nos ayuda a redescubrir el sentido de la vida, a comprender, para ver mejor el mundo que nos rodea. Hay libros que permanecen silenciosos, y otros en los que cada palabra tiene su propio sonido; libros en los que sus personajes adquieren relieve casi físico, capaces de conversar entre ellos y con nosotros mismos. Libros vivos, a los que se vuelve con frecuencia, a veces para releer unas pocas páginas; y libros muertos cuyo contenido se agota quizás antes de única lectura apresurada.

Acabo de tener uno de esos encuentros afortunados. Por su presentación, pudiera parecer que estamos ante un libro para niños, un cuento: el subtítulo “carta a mi hijo sobre el amor a los libros”, y el conocer que ese hijo tiene dos años y medio, pudiera reforzar esa primera impresión; pero “si una mañana de verano un niño” (Ed. Taurus, 1995) no es un libro para niños; mejor dicho, no es solo para niños. La frescura de las 157 páginas de su texto vela un tanto una reflexión profunda sobre el amor a los libros, un ensayo sobre la crítica literaria, sobre el placer de la lectura. Es, por tanto, una invitación, y una ayuda a lectores y educadores, a profundizar en la gran riqueza que encierran las obras maestras de la literatura.

Roberto Cotroneo, su autor, un crítico literario responsable de las páginas literarias del diario italiano L’Espresso, partiendo de las páginas y los personajes de unos pocos libros: La isla del tesoro, El guardián entre el centeno, un ensayo de Borges, o unos poemas de T. S. Eliot, todos ellos conocidos por el lector medio, recorre sentimientos y pasiones, la ternura o el talento; y nos recuerda que hay personajes literarios, suspendidos entre la realidad y la ficción, que sin renunciar a ninguna de estas dos identidades, cuando te los encuentras —lo cual no es nada frecuente—, el juego de la literatura se hace tan fascinante que la novela en la que se mueven puede quedarse como de fondo. Cada libro es una aventura, cambiante en cada lectura, en la que merece la pena sumergirse.

 

El papa Francisco y Ricardo Hausmann

Ricardo Serrano

Ricardo Hausmann al papa Francisco: el sufrimiento de los pobres no es consecuencia del capitalismo, es un reciente artículo publicado en Actualidad Economía escrito por Hausmann, profesor de Economía de la Universidad de Harvard, donde demuestra el efecto positivo del capitalismo en la reducción de la pobreza, contradiciendo algunas afirmaciones hechas por el papa en materia económica durante su reciente viaje por Latinoamérica.

La realidad es que la pobreza persiste con una severidad incomparable a través de los tiempos y a pesar del progreso y desarrollo. Y esto, evidentemente, es muy preocupante para el papa Francisco y para cualquier persona con un “pelito” de conciencia y un dedo de frente.

En los países ricos la concentración de la riqueza está en pocas manos, pero las clases medias son grandes y beneficiarias de lo que el desarrollo capitalista les ha proporcionado.

En los países pobres, el fenómeno de dicha concentración es similar con el agravante de que las clases medias son incipientes o casi no existen, crecen muy lentamente y la pobreza es rampante y crimin al.

Aquello del “trickle-down effect” nunca se dio o sus efectos fueron muy escasos, la ilusión de que los beneficios del desarrollo económico “bajarían” a las clases más empobrecidas no cristalizó.

Se puede argumentar que en los países pobres el verdadero modelo capitalista no ha sido implementado como tal y el resultado ha sido la perpetuación de la pobreza que no necesariamente es inherente del sistema capitalista si no de su “defectuosa” aplicación.

Pero: ¿Cómo se soluciona el problema de la pobreza? ¿Qué modelo económico se aplica para salir de ella?

Creo en las fuerzas del mercado, dentro de un entorno de democracia occidental, que vayan acompañadas de su debida regulación gubernamental que asegure una justa distribución de la riqueza. Por otro lado, hemos venido constatando en el acontecer actual que las políticas del Socialismo del Siglo XXI han demostrado su incapacidad total para resolver los problemas más apremiantes de nuestras sociedades.

El tema de “share prosperity” o prosperidad compartida es vital para resolver el tema de la pobreza a nivel mundial independientemente del modelo aplicado.

No creo, en general, que a los pobres les interese el cómo y el qué, pero sí los temas de educación, salud, trabajo digno, etc., y que estos sean concedidos con verdadero sentido de urgencia.

Los niveles de pobreza actuales son asquerosos y odiosos y de ahí la gran preocupación de nuestro querido papa Francisco, atacado injustamente por algunos trogloditas por colocar sobre la mesa las grandes injusticias que aquejan al mundo entero.

Francisco con su gran liderazgo, valentía y fuerza moral está haciendo recapacitar al mundo entero, para bien; aplastando muchos callos en el proceso y exponiendo su integridad física sin temblarle el pulso. ¡Que Dios nos lo proteja!

 

La riqueza que todos deberían buscar

Eva N. Ferraz

La prudencia ha llevado a muchos a huir de la verdadera riqueza, aquella que no se ve ni se oye y que sin embargo tiene reverberaciones eternas en el reino de lo invisible, en el que mora Dios y aquellas criaturas que le han dado su sí a lo largo del tiempo. Es por eso que conviene aclarar la estulticia que invade el mundo moderno, estando como está, atado de pies y manos e incapacitado para absorber lo que su espíritu le aconseja en bien de su alma, un alma que se ha apartado de la verdad, aquella por la que el hombre encuentra su sentido último y es llamado a una comunión con la alta jerarquía del Cielo, esto es, con Dios como protector y amigo, además de Creador, ya que de Él procede todo lo que existe aunque se empeñen los ateos en decir, ilusamente, lo contrario.

Y es que de Dios procede no solo cada habitante de la Tierra sino todo lo que se halla en el universo, compactamente unido bajo unas leyes que rigen con autoridad todos sus movimientos, tanto cósmicos como atómicos y son nivelados bajo el dominio del que lo dirige todo y a Él los encauza para destinarlo a la gloria celeste. Ahora bien, el hombre como ser autónomo, dirige sus propios pasos hacia el abismo o hacia el Cielo según haga de sí mismo una marioneta del Maligno o un hijo digno de tan alta paternidad.

Por esto, el mundo de hoy, necesita una reconversión hacia su fin último si no quiere acabar en las manos de sus manipuladores, ávidos cada vez más de codicia y de enfrentamiento para sacar provecho de todo sufrimiento humano que hace milenios que hace llorar a la Tierra.

Las leyes de Dios deben ser respetadas también por el hombre: este es su sino dichoso desde Adán y Eva, que tantas veces ha evadido seguir, sembrando desgracias para sí mismo y para el resto de la humanidad, hoy yacente como nunca lo había estado, en un estado de urgencia clínica debido a todas las enfermedades morales que la corroen. Libre es pues aquel que lo creó, de enviar una nueva purificación que haga al ser humano tomar una drástica decisión en favor o en contra del que es su Dios y Salvador, Jesucristo.

Opinión
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