En diciembre de 1996, cuando Violeta Barrios de Chamorro se preparaba para entregar la banda presidencial que había ganado en 1990, hizo unas revelaciones sobre los duros momentos que vivió durante su primer y único mandato histórico. A 25 años de aquellas elecciones históricas, Domingo reproduce la entrevista en la que la exmandataria detalla cómo sobrevivió a la dura época de posguerra en Nicaragua.
El 2 de septiembre del 93 fue el día cuando Violeta lloró. “Yo soy una mujer fuerte, no acostumbro llorar, menos en público, pero ese día no aguantaba la indignación”, confesó por primera vez. Doña Violeta nos recibió en su casa solariega de Las Palmas, la misma que compartió con su esposo, el asesinado doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Toda la casa es un monumento a su memoria: la moto que manejó, el carro en que fue ultimado, su ropa ensangrentada guardada cuidadosamente en una urna, vestigios de sus andanzas guerrilleras, la biblioteca “tal como él la dejó” y centenares de fotos familiares que tapizan las paredes. Un gigantesco vaso de plástico con agarradera —“mi porrón”, le llama ella— lleno de gaseosa con hielo y su sillón preferido son suficientes para que se sienta cómoda. En ese sillón ha dado centenares de entrevistas. En realidad, doña Violeta no ha sido alérgica a la prensa. Ya doña Violeta sobrevivió a los avatares que representa gobernar un país como Nicaragua. A pocos días para entregar el Gobierno, está saliendo por la puerta grande. “Yo me siento tranquila. Me siento tranquila de dejar un país en unidad, reconciliado. Un país diferente al otro. Ya no quiero ni hablar, pero ustedes insisten”.
Usted dijo en cierta ocasión, medio en broma, que le gustaría después de su gobierno hacerse monja para estar al lado del papa (Juan Pablo II)…
Eso es un invento. No hay necesidad de ser monja para estar a la orilla del Santo Padre. No, yo nunca tuve deseos de hacerme monja. Mi religión es ser Violeta, como soy.
¿Cómo cambiaron su vida estos seis años?
La vida cambia. Ya no tengo tiempo ni de manejar la casa, yo la manejo, pero no como debería de ser. Me he entregado a mi patria. Siempre estoy despierta desde la 5:30 de la mañana y espero los periódicos. Todo lo que me aparece lo leo sentada en mi cama. No pongo televisión ni oigo radio. Radio no oigo desde el día de (las luchas de) Pedro, porque realmente me estaba sintiendo mal. Le pregunté a un amigo, un doctor: ¿qué hago? Eso de andar con un radiecito del tamaño de una nigua, que lo mataron, que no lo mataron, que va a la cárcel, que va a El Hormiguero, que va a la Casa de Piedra… “Ve Violeta, la mejor medicina es que no oigás radio”, me dijo y santo remedio.
Pero se despacha todos los periódicos…
Eso sí. Hay muchas veces que los periódicos no dan buena información. Estos días han estado aburridísimos.
¿Qué le gusta leer?
Me gusta la vida política. Hoy todo es negativo, solo muerte, asesinatos, esto, el otro, ¡qué horror!
Hay dos momentos en torno a su imagen, uno cuando comenzó, que se desconfiaba de usted y otro ahora, cuando la mayoría reconoce sus méritos. Al principio se decía…
…que era una dunda…
Que tras usted, quien realmente mandaba era Antonio Lacayo.
Exacto. Eso no hay que negarlo: eso era lo que decían.
¿Qué sucedía realmente?
No es verdad, no es verdad. No es verdad. Lo que pasa es que la gente le tiene tema a Antonio Lacayo Oyanguren, mi yerno. Le pusieron la mira hasta que lo terminaron.
¿Por qué cree usted que pasó eso?
Eso se llama celo. Antonio Lacayo, mi yerno, trabajó conmigo desde antes que me lanzaran a mí de candidata. Aquí venían muchas personas que hablan inglés, yo no hablo inglés. Yo lo buscaba para que me ayudara a traducir, y contestar las cartas, porque uno tiene que ser agradecido. Gracias a Dios entrego un país distinto al que recibí, aquel nacatamal, como digo yo, lleno de chile, odio y rencores. Habrá muchas cosas que a lo mejor no se han podido terminar. Ahí tengo dos bolsones de este tamaño llenos de pernos y de clavos, porque todo mundo anda buscando que le solucione su problema antes que me vaya.
¿Qué es lo que más le satisface de su gobierno?
¡Tantas cosas! Ya no hay guerra, aunque todavía hay cabecitas calientes y no me canso de decirlo. Yo he ordenado que se le resuelvan los problemas a los que andan armados y se ha hecho todo lo posible, pero se echan para atrás, porque hay que ver que el nicaragüense es muy aprovechado.
¿Pero en qué puso más énfasis?
En parar la guerra, porque si no, no podíamos trabajar. Había que platicar con los contras, recontras, sandinistas y todo el mundo. Hasta que recibí el Gobierno me di cuenta del deterioro de las cosas y sinceramente les digo, tenía ganas de regresarme a mi casa. Por eso es que muchas veces ustedes han criticado que mi gobierno no ha hecho nada, porque muchas veces está el ministro de Economía, o de lo que sea, dedicado a una cosa, pero se presentan problemas que debe atender como las huelgas que ha habido. Entonces yo les decía: “Pónganse a solucionar el problema de las huelgas”, y así hemos andado, como canguros, brincando de un lado a otro. ¡Qué horror, Dios mío!
¿En alguna ocasión pensó renunciar?
Sí pensé, les voy a contar. Fue en el año 93, yo ya había platicado con Humberto (Ortega) que se iba a ir y lo dije públicamente en el Centro de Convenciones Olof Palme el 2 de septiembre. Cuál es mi susto, cuando al salir me encuentro a Daniel por delante y a Humberto por detrás, y sentí que me iban a malmatar, pero me defendieron otras personas.
¿Qué hizo usted?
Me fui para mi oficina, llamé a todos mis ministros, les conté lo que había pasado y les puse mi renuncia explicándoles que yo no podía seguir aguantando más. A cada uno de ellos les pregunté qué pensaban y el que iba hablando me decía: “Doña Violeta, no renuncie, la necesitamos. Hágalo por la patria”. Todos me dijeron lo mismo y comencé a llorar y, ni modo, tenía que continuar.
Cuando les planteó a sus ministros que renunciaba, ¿qué es lo que temía pudiera pasar?
Cada cual entiende, no se los voy a decir, porque si hablo mucho es peligroso. Yo les dije a mis ministros: “Bueno mis muchachos, por mi patria y por ustedes me quedo y a trabajar unidos hasta terminar”. Y así fue.
¿Cree que ese fue el peor momento de su mandato?
Sí. Yo soy muy poca para llorar y ese día lloré mucho. Lloré en mi baño, en mi cuarto, sola, para no hacer sufrir al resto de mi gente. Eso fue horrible, pero ni cuando mataron a Pedro, Dios mío, dándole fuerza a mis hijos, a mi familia, a todos. Ese fue un día muy triste para mí, pero ya después lo acepté y seguí trabajando.
¿Qué cosa le incomodaba durante su gobierno?
Nada es sencillo, ahora que estamos en diciembre recuerdo que los periodistas y todos los que se me acercaban me preguntaban: “Doña Violeta, y a quién se va a volar ahora; doña Violeta, ¿a quién va a cambiar?” Ya no me toca, más bien la pregunta ahora es quiénes se quedan.
¿Cuál cree que fue su obra inconclusa, qué lamenta no haber terminado?
Que las personas que tienen una casa mal habida no la hayan entregado y se les hubiera solucionado de alguna manera. Es muy triste eso. Yo me siento tranquila de dejar mi país como está quedando, quisiera tener una varita de virtudes para no dejar ni un apéndice, ni una hilachita de problemas sin solucionar. Estoy dejando un país con una moneda fuerte, un país en paz, aunque digan que no hay paz, un país reconciliado, en unidad… Estoy entregando una Nicaragua cambiada, si no, no hubieran venido a invertir su dinero personas que se habían ido. Yo les pregunto cuántos bancos hay, yo no tengo ni chequera, no tengo dinero en ningún banco…
¿Dónde tiene su dinero doña Violeta?
No tengo. Bueno, tengo unos ahorritos en los Estados Unidos, son dosciento cincuenta mil dólares, y esos interesitos son los que me ayudan para pagar las operaciones que me he hecho, que me cuestan no menos de veinticinco mil dólares. Todo cuesta, pero no le pido a nadie.
¿Saboreó las mieles del poder?
Explíquenme, por qué hay diferentes clases de mieles. ¿Qué me quieren decir? ¡Se le subieron los humos a la señora! ¿Eso es lo que quieren decir?
No, la pregunta es si disfrutó del poder.
Lo que me gustó es ser lo que fui. Logré que capitales de todo el mundo se invirtieran en Nicaragua y creo que nadie hubiera podido hacer eso. No me quiero alabar, pero gracias a Dios nadie me hizo mala cara, ¿cuántas deudas no me condonaron, cuántas se dejaron para pago a largo plazo? Cuarenta años. Esa es una satisfacción, y si eso es miel, pues es miel. Este trabajo no es vida, yo en vez de miel le llamaría hiel.
En estos años, ¿qué fue lo que la hizo más feliz?
Muchas cosas, pero qué mayor felicidad es que haya venido el Santo Padre, después de haberlo visto en 1983 cuando vino; porque yo fui desde las cinco de la mañana. ¡Ay, Dios mío, no me quiero ni acordar! ¿Cómo no me va a hacer feliz que ya no se hagan colas? Imagínense que en la época anterior aquí, a mi casa, venían a hacerme el censo y me decían que solo tenía derecho a comprar medio taco de jabón. “¡Pero mi alma! —les decía yo— ¿qué puedo hacer con esto?” “Pero es que usted vive sola”, me decían. “Sí, pero vienen mis hijos y hay que lavarles lo que sea, tengo mis empleadas también…” ¡qué barbaridad!
Doña Violeta, si no se hubieran aprobado las reformas constitucionales (1995), ¿usted habría estado dispuesta a reelegirse?
Es que eso es el pueblo, la gente, quien lo debe decidir. Pero si Dios le da a uno fuerzas, porque yo tengo fuerzas todavía para seguir trabajando por mi país, pero esas reformas que hicieron fue algo inaudito, son unas reformas con las que se desprestigia la Asamblea Nacional, como se está desprestigiando ahora. Yo no soy política, pero cuando formé parte de la UNO, de los 14 partidos, sentí, desde el primer momento que asumí la Presidencia, que me estaba montando en la barca grave, que soportaría tormentas, cada cual buscaba el beneficio personal. Dijeron que como no soy política no servía para nada, que yo no estaba haciendo nada, todo el mundo lo ha comentado. No me gusta mencionar nombres.
El problema de la pobreza y el desempleo no lo pudo resolver su gobierno.
Claro, pero les voy a decir que pobreza y desempleo lo había en el tiempo de Somoza y en el tiempo del sandinismo, lo que pasa es que ahora se nota más. Yo lo único que les digo es que si se quiere, se encuentra la manera de trabajar. Recuerdo perfectamente bien a unos muchachitos que se mantienen ahí en el parque, y creo que fue Pedro Solórzano quien los organizó. A esos muchachitos les llaman niños de la calle, que por cierto no me gusta que les llamen así, porque hay personas adultas que los llevan a las esquinas a ver cuánto dinero recogen, y allá la mamá o el papá que son desamorados, porque siempre hay algún familiar que se puede quedar con ellos en la casa.
Doña Violeta, su opinión sobre algunos personajes que han estado ligados a su vida pública. Comencemos con el cardenal Miguel Obando y Bravo.
Todas las personas tienen derecho a hablar, sea cardenal o no lo sea, periodistas, o no; en lo personal cuando no he estado de acuerdo con algunas cosas lo voy a platicar con él y se lo digo.
El dr. Virgilio Godoy.
Pobrecito don Virgilio Godoy. Es una persona que no quiso trabajar conmigo desde el primer momento. Les cuento que un día antes de mi toma de posesión fuimos a un desayuno en la Embajada de Venezuela con el presidente Carlos Andrés Pérez, en donde también estuvo, además de don Virgilio, Antonio (Lacayo), y ahí dijo que él no iba a ser Vicepresidente porque yo no servía para nada, que yo estaba como amarrada a un bramadero. ¿Saben lo que es un bramadero? Sirve para amarrar a los toros. ¿Cómo van a creer que haya dicho eso? Terminamos de desayunar, fue un desayuno agrio, y adiós, adiós, me vengo a mi casa donde tenía que recibir al expresidente de España, Adolfo Suárez, y me preguntó si tenía algún problema con Virgilio, porque también a él le había dicho que no iba a asumir su cargo. Déjamelo a mí, me dijo. Al día siguiente, para la toma de posesión me recomendaron que no pasara por el lado donde estaban los sandinistas, pero yo decidí pasar. ¡Qué no me tiraron! Hasta bolsas de orines, de todo. ¡Qué lástima, qué pena! Subo al estrado con mi ropa manchada, y cuál es mi susto que al primero que veo fue a don Virgilio Godoy. Ve, dije yo, alguien convenció a este señor.
Y de don Daniel Ortega, ¿qué piensa?
Que es un señor que debería sentirse nicaragüense de verdad, debiera darse cuenta que las cosas cambian, que en este país no se quiere dictadores. Pasamos de los tres Somoza y después seguimos con el sandinismo. Daniel perdió la elección del noventa, insistió que quería ser presidente y también perdió en las últimas elecciones y ahí pasó una cosa triste para los que les llamaban los renovadores. Estos renovadores se salieron en chorro del sandinismo y le dieron el apoyo a Sergio Ramírez, pero a la hora que vieron que Daniel hizo su manifestación, todos se fueron de regreso a entregar sus cartas credenciales a Daniel. ¡Qué barbaridad! Y ¿qué pasó? Se quedaron sin Beatriz y sin retrato, dejaron al amigo Sergio Ramírez en bancarrota. ¡Qué horror! Les cuento que el veintinco de abril del 90, antes de que comenzara el acto, me encontré con Daniel y me reclamó que esa gente de la UNO le había tirado piedras, palos y le dije: “Mirame a mí cómo estoy, con mi ropa manchada, así es que estamos iguales”, le dije.
¿Cree que el doctor Alemán continuará consolidando la democratización de Nicaragua?
Exactamente no les puedo decir, yo conozco a Arnoldo desde antes que se casara con la Dolores y a su padre, que era abogado en tiempos de Somoza. Ahora ya ganó y lo que deseo es que funcione. Pero hay una cosa divertida, estaba leyendo cantidad de inhibiciones que van a haber ahí. Toda la familia. Si yo hubiera puesto en mi gobierno a toda mi familia, hombré, me botan al día siguiente. Si puse a Antonio (Lacayo) como Ministro de la Presidencia es porque siempre trabajó conmigo, no me imaginé que le iban a poner semejante odio, eso es inaudito. Pero algún día Dios lo va a premiar. Después yo no puse en mi gobierno a nadie. Pedro, mi hijo, me representó en Taiwán en los primeros días y trajo muchos inversionistas y así que dos o tres de mi familia.
¿Cómo debe comportarse un presidente de la República?
Normal, campechanamente; porque la gente lo que quiere es ser oída en sus tristezas, sus penas y eso lo he hecho, que no me digan que no. Tal vez ya por eso me está cambiando la voz, como cuando se llega a los 15 años que se están desarrollando los adolescentes. Yo me siento contenta con lo que soy y lo que ha sido mi Gabinete, porque no es fácil estar en la mira de toda la gente dentro de unos veinte años.
¿Cómo quisiera que la recordaran los libros escolares de texto?
Tengo 67 años, más veinte van a ser 87. No sé, porque eso está en el corazón de las personas que escriben la historia, que pongan lo que hice si quieren, si no, no.
Plano personal
Violeta Barrios de Chamorro entregó la Presidencia de Nicaragua a Arnoldo Alemán Lacayo el 10 de enero de 1997 y desde entonces se retiró de la vida política.
Fue presidenta de Nicaragua en el período 1990-1997.
Entrevista tomada del libro Secretos de Confesión, segunda edición, octubre del 2009.
La entrevista se realizó para El Semanario, los días 20 de diciembre de 1996 y 2 de enero de 1997. (Participó también Walter Lacayo, director de El Semanario).