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El arte con que manejaba la guitarra lo llevaron a pisar el Teatro Nacional Rubén Darío, donde recibió honores y elogios como artista de la polka nica.

El maestro de las Polkas

Al músico Ulises González, Carlos Mejía Godoy lo bautizó como maestro güirisero, porque había encontrado oro hecho música en las fiestas campesinas de las comunidades más recónditas del norte nicaragüense. Las mandolinas, los acordeones y las guitarras amenizaban las fiestas en las que los campesinos celebraban matrimonios e incluso, aunque parezca tétrico, la muerte de los niños de las comunidades, con la creencia de que así llegarían derechito al cielo. Eran madrugadas enteras de pláticas, cuchicheos, chismes y amores en los que las madres que acababan de perder a sus hijos saboreaban la música alegre, acompañadas de campesinos de sombrero y machete al cinto que bailaban con los sobacos bien apretados al ritmo de los acordes.

Al músico Ulises González, Carlos Mejía Godoy lo bautizó como maestro güirisero, porque había encontrado oro hecho música en las fiestas campesinas de las comunidades más recónditas del norte nicaragüense. Las mandolinas, los acordeones y las guitarras amenizaban las fiestas en las que los campesinos celebraban matrimonios e incluso, aunque parezca tétrico, la muerte de los niños de las comunidades, con la creencia de que así llegarían derechito al cielo. Eran madrugadas enteras de pláticas, cuchicheos, chismes y amores en los que las madres que acababan de perder a sus hijos saboreaban la música alegre, acompañadas de campesinos de sombrero y machete al cinto que bailaban con los sobacos bien apretados al ritmo de los acordes.

A González, quien llegaría años después a ser alcalde de su ciudad, le sugirieron que buscara a un hombre que era el santo y seña de la música campesina. Su nombre era Felipe Urrutia, un viejo de ojos brillantes, grande, cara flaca y platicón como ningún otro.

Al viejo de sombrero grande, camisa a cuadros y pantalón de dril, lo encontró en la comunidad La Tunosa. No tenía ni siquiera una guitarra. Es más, 12 años antes se había impuesto no tocarla tras la muerte de su madre. Y cuando aquel le ofreció volver a las andadas, los dedos estaban tiesos. No recordaba —confesó muerto de pena— cómo enredar las cuerdas. Así que el visitante le dejó una guitarra para que practicara. Un año después le dijo que ya medio le hacía, que podían verse. El más grande recopilador de la música norteña estaba de vuelta.

El sino musical de Felipe Urrutia vino con un trago de guaro. Cuando cumplió 13 años su padre Daniel Urrutia Ferrufino supo que no tenía remedio. El mocoso se paseaba por las fiestas tocando violín y guitarra, y alegrándole la vida a los bolos que le daban a cambio sus primeros tragos para que siguiera. Fueron aquellas fiestas inolvidables las que fueron forjando la leyenda del viejo cara de palo, que a lo largo de su vida recopiló más de cien canciones en el norte del país, a pesar de que no llegó al segundo grado de primaria.

“Yo me inicié de puro gusto”, dice en su vivienda, un caserón de pueblo, con corredores, con el techo poblado de tejas, junto a un grandísimo laurel que refresca todo. Se ríe a gusto y una tos seca, acentuada por los cinco cigarrillos que consume, interrumpe ese ronco je-je-je que le sale natural, sobre todo cuando cuenta cuál era el truco para aprenderse las canciones.

 En este humilde rancho donde vivió muchos años, Felipe Urrutia compiló y tocó  lo mejor de la música campesina del Norte.
En este humilde rancho donde vivió muchos años, Felipe Urrutia compiló y tocó lo mejor de la música campesina del Norte.

“Yo me las aprendí a punto de chiflidos”, cuenta Urrutia en su casa, todo lo contrario del pobre “Clodomiro El Ñajo”, que lo sacaron de la ferretería porque no se acordaba de la “libra de clavos y un formón” que le habían encargado. Despistado como era, Clodomiro se había aprendido la canción con un chiflido del que le quedó nada más la musiquita.

Urrutia entra al cuarto, muestra un baúl de 180 años que fue del abuelo de Francisco Rivera “El Zorro”, el comandante que liberó a Estelí de la guardia pretoriana de Somoza. Otra vez muestra los dientes. “Maura, Maura, quitame ese brassier de aquí, que van a creer estos jodidos que es mío”, dice y se vuelve a carcajear. La hija entra obediente, con la misma actitud de una japonesa al servir el sake y explica en voz queda que el sostén era de su mamá, muerta ocho meses antes, y cuenta que don Felipe no quiso hacer ningún cambio en la sencilla habitación. El cuarto está como si ella viviera.

Hay una puerta, dos ventanas desde donde don Felipe se asoma para ver quién llega, está la foto en que sale relajado con doña Juana Arauz, y su pelo de algodón, mientras él sujeta a la amante más peligrosa que pudo conocer doña Juana en sus 70 años de convivencia: la guitarra.

El señor flaco, uñas de diablo, amante de la guitarra, tiene la espina de un amor perdido desde hace ocho meses. Hasta la comunidad de Los Limones llegó la propia directora del Teatro Nacional Rubén Darío, Susan Aguerri, al darse cuenta de que estaba deprimido, según Carlos Mejía Godoy.

Hay muchas cosas que le recuerdan la pérdida. Hasta las cruces dedicadas al 3 de mayo las hacía la señora. “Murió por algo que dice que se llama colon. Es ilógico pensar que un viejo se va a recuperar con una operación, ¿verdad?”. También tenía 12 días de haber muerto un hijo que tuvo con otra mujer, pues convivía con cuatro damas al mismo tiempo, y otro más murió hace poco. “Yo no sé por qué he vivido tanto”, se queja mientras se soba la barriga que dice le causa malestares.

A raíz del éxito El Grito del Bolo, la música de Felipe Urrutia alzó vuelo a nivel nacional. “Un hombre de pueblo en pecho”, le dijo alguna vez Carlos Mejía Godoy.
A raíz del éxito El Grito del Bolo, la música de Felipe Urrutia alzó vuelo a nivel nacional. “Un hombre de pueblo en pecho”, le dijo alguna vez Carlos Mejía Godoy.
BROMAS DE DON FELIPE

La cara triste la cambia cuando se sienta en la banqueta curtida, donde todos los días recibe el trinar de los pájaros. El único que logra el milagro es su bisnieto Aarón, un chigüín que agarra una guitarra pequeña y dice que va a acompañarlo. “Necesito que me jinquen, adelante pues”, le dice esperando que el pequeño tome la delantera.

A sus espaldas, Felipe Urrutia tiene un museo guindado de la pared. Ahí hay jicareros, comaleros, la faja de uno de sus hijos al que asesinó un “oreja” de la Guardia Nacional en vísperas de la revolución de 1979, los caites de un amigo que acostumbraba hacer las suelas con el hule de llantas; hay también cabezas de venados disecados, cascabeles con sus chischiles y dos enormes sombreros, un bien curtido, negro del hollín de la cocina.

[doap_box title=”Carlos Mejía Godoy: Urrutia es hombre “de pueblo en pecho”.” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Un hombre cruzó el umbral de la casa de mi amigo el doctor Ulises González. Lo estaba esperando, con mi grabadora de recopilador y un casete nuevo de noventa minutos. Él es Felipe —dijo Ulises, con los ojos brillantes— mientras se levantaba para recibirlo. Un campesino alto, espigado, con una sonrisa pícara y un aura de honradez sin mácula, llenó el corredor con su presencia. Él me estiró la mano rústica. Yo lo abracé, como si me encontraba a un viejo amigo, a quien había dejado de ver varios años. Semanas antes había conocido otra leyenda: Leonardito Sánchez, un santacruceño “áspero a la guitarra”, como me lo describió el propio Ulises.

Aquí estaba la otra cara de esta moneda, acuñada en las montañas de Estelí, con cobre de Tisey, oro líquido de Estanzuela y bronce de Tomabú: Felipe Urrutia.

Ulises puso en los brazos del músico campesino una guitarra. Felipe no la chineó, la chinchineó, como si se tratara de una de sus nietas. Cuando dio el primer acorde en son mayor, presentó sus credenciales: “Soy originario de La Tunosa, pero vivo en Los Limones con todos mis chavalos”.

“Tenía como diez años de no pulsar una ‘pochota’, pero este doctorcito me viene entotorotando para que la vuelva a rascar bonito”.

A partir de aquel momento, Felipe Urrutia, que frisaba el medio siglo, inició una labor de recopilación, apadrinado por el doctor González. En menos de diez años dio a conocer decenas de valses, polkas y mazurcas. En medio de ellas, como la perla de una diadema, El Grito del Bolo , una joya que llevamos a Austria, en busca de sus raíces. Fue aclamada, aplaudida y bailada en Salzburgo. Este es el abuelo de la música campesina segoviana. Felipe Urrutia, un hombre de “pueblo en pecho”.

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—Qué sombrero más negro, le digo.

—Es de viejo. Es que es muy viejo. Venga le muestro algo que tiene escandalizada a las mujeres.

El escándalo es por un bejuco grande en posición vertical.

—Esto parece, me dijo una mujer, ya sabés qué parece. ¡Sos un vulgar!

—Y que acaso yo las hago, le dijo y me hace cómplice de sus ocurrencias, que son muchas, como la vez que una mujer llegó a interrogarlo sobre la cantidad de hijos que tenía.

—Don Felipe, ¿cuántos hijos tiene?

—Yo 19… 20 tal vez.

—¿Y fue con una?

—Pues sí, con una.

—¿Y por fuera no?

—No. ¡Todos fueron por dentro!

Risotadas de nuevo. Felipe Urrutia, a sus 88 años, tan triste como se le ve, fue tan fecundo en su descendencia como en la música que recopiló. ¿Cómo hacía para que sus mujeres no se dieran cuenta? “Antes no había tantas leyes como ahora. Y nada decían las mamás. El hombre que siguen las mujeres tiene tuerce. Buscaba amigas de fiesta para alegrarme y ¿qué voy a hacer? A mí me hacían ojitos… El truco con las mujeres eran las serenatas. Fijate que la novia a la que llevaba la serenata de pronto resultaba que andaba con los músicos. Je-je-je”.

Encontró, como suele pasar, a la horma de su zapato. Juana Arauz era una mujer encantadora, cantante del coro de la iglesia, según su hija Maura. Y al encontrarse con el viejo enamorándola preguntó a una amiga quién era ese espantajo.

Carlos Mejía Godoy se sabe infinitas anécdotas de la pareja, la que más se acuerda es la vez que don Felipe acordó con su mujer dejar de picarse. Puso condiciones. Cuando dijera café, la deliciosa bebida debería estar servida en sus manos y así fue algunas veces, pero otras la señora no tenía. “Cuando doña Juana se iba a conseguir el café, él comenzaba a sacar colochos, haciendo uso de las uñas, del árbol de laurel que estaba frente a su casa”.

Perseverante. Se llevó bien con su mujer hasta el día de su muerte y hoy lo enamoradizo es lo único que le queda de esa relación. Maura cuenta que las más jóvenes de Los Limones salen a hacer ejercicios y él, orondo, como buen poeta, las saluda a gritos: “¡Qué bella esta tarde, ahora sé por qué!”, dice como si fuese a componer una canción.

BAILONGOS Y CAITES

Había que ver la casa de los Urrutia los 16 de julio, cuando se celebraba un año más de la insurrección de Estelí. O los 5 de febrero cuando cumple años don Felipe. La gente platicaba y bailaba como en el tiempo en que se les bailaba a los niños muertos y eran fiestas imparables, pues hasta el anfitrión se dormía mientras el festejo continuaba.

En esas fiestas se encontraría a Camilo Zapata, Otto de la Rocha, Carlos Mejía Godoy, Los de Palacagüina y tantos otros, “pero nunca tocábamos revueltos. Armábamos unas zarabandas”, dice. Y esos jolgorios fueron fecundos hasta en el amor. Camilo Zapata, a sus 80 años acababa de enviudar y ahí conoció a una bella muchacha de 15 años, hija de un acordeonista de Condega. Se enamoraron al ritmo de canciones, como la Pedro Amador, El Zapateado Norteño, Tío Lupe, Pedro Beto , el famoso Grito del Bolo , La Revienta Caites …

“El Revienta Caites era un viejo jodido rezador. Íbamos unos muchachales por el lado de El Sauce y dice a rezar la novena de San José, desde que jaló con la Virgen, desde que la conoció, que para acá, que se casaron y no sé qué. ¡Jodido! Llegan las 12:00 de la noche y él rezando desde las 6:00 de la noche y nosotros con ganas de bailar con las muchachas. Se terminó todo y la dueña de casa dice que el rezador inaugura el baile y sale aquel viejo endemoniado y se le revienta el caite y allí nos las desquitamos. Por eso le puse el revienta caites”.

Mejía Godoy cree que hay que destacar su humildad. Nunca quiso quedarse con canciones ajenas.

—¿Usted nunca compuso?

—He enredado unas dos o tres, pero no que me he dedicado a eso. Me gustaba recopilarla. Así no imito a nadie. Son recopilados. Yo no digo que son mías. Tengo tres canciones mías. Las he enredado yo. Una mazurca y una polka.

—Hay gente que dice que no se puede entender al norte sin conocerlo a usted.

—Je-je-je. Han apreciado mis tonteritas. Le agradezco a todo el mundo. Me alegro por un lado con eso de los reconocimientos, pero me amaino porque me parece que no soy merecedor de tanta bulla. No soy Carlos Mejía, Camilo Zapata, Otto de la Rocha. Ellos se lo merecen.

—¿Qué le parecen estos grupos que cantan música nica?

—Está bueno siempre que sea nacional. A mí lo que no me gusta son esos reguetones, que salen ahí. Es música mariguanera.

—¿No le ha salido ningún nieto que le guste el reguetón?

—Ji-ji-ji (tose). Por dicha no. He sido suertero… (vuelve a toser).

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COMENTARIOS

  1. roberto barbosa
    Hace 9 años

    Señores de la Prensa: Gracias por este homenaje al gran folklorísta nicaraguense, D. Felipe Urrutia, soldado de Sandino y Sandinísta hasta su muerte. Ven que cuando quieren pueden. Hagan lo mejor por nuestra Patria, que es de todos, con la construcción del Gran Canal y la represa de Tumarín, el éxodo de nuestros hermanos nicaraguense, será al revés, para volver a nuestra querida Patria Nicaragua.

  2. J. El Fakir Alérgico.
    Hace 9 años

    Precioso documento del patrimonio nicaragüense. ¡¡Felicitaciones a LA PRENSA!!.

  3. Luis Muñoz
    Hace 9 años

    Gracias Don Felipe por su legado musical a nuestra Nicaragüita !!!

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