Después de estar muy cerca de las Grandes Ligas, Julio Raudez pareció estar en realidad cerca, pero del abismo. Y todo, de un instante a otro.
Había concluido el 2004. Un año especialmente difícil para el angosto lanzador de Granada en las Menores con los Gigantes. Su registro de 4-9 y 4.70 no era alentador.
No obstante, había subido hasta AAA (tuvo 1-1 y 5.15 con el Fresno). Así que su mente se preparó para asistir en el 2005 a los entrenamientos primaverales. En lugar de eso, Raudez fue despedido.
Lo más dramático, incluso, fue que tampoco dominó en el torneo local. Inició con León y pronto estaba fuera. Se fue al Rivas y no pudo. Al final, terminó en Granada y con marca de 2-5 y 5.15.
Pero el lanzador, que viene de una estirpe de tiradores corajudos como su papá (Diego), extrajo juventud de su pasado y provocó un punto de inflexión en su carrera, que ahora es histórica.
Desde aquel momento, es decir desde 2006 hacia acá, Julio ha ganado cien partidos a nivel nacional, en un alarde de recuperación. Se ha metido en la élite del picheo y va encarrerado hacia la cima.
Su victoria del pasado sábado ante el San Fernando le permitió llegar a 159 en su carrera. Está a diez del récord de 169 triunfos de Asdrudes Flores y se colocó a cuatro ponches de los 1,000.
Si Julio poncha a cuatro bateadores en su próxima salida, última jornada de la liga, será el sexto lanzador de 100 victorias y 1,000 ponches, un club donde ya está su papá (con 120-1,121).
No obstante, su mira está puesta en la marca de Flores, otro ejemplo de perseverancia, que probablemente motiva a Julio a elevar el patrón por el que deberá medirse a los ganadores del futuro.
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