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Doña Milady Soza y su hijo Jeffrey Molina viajan tres veces por semana a Managua, lunes, miércoles y viernes, días cuando Jeffrey se somete a la diálisis, un proceso que suele durar cuatro horas o más. LA PRENSA/J.TORRES

“Era la vida de mi hijo por mi riñón”

La tarde del 26 de septiembre del 2006 doña Milady Soza se despertó en la cama de un hospital en Managua. La primera imagen, algo anestesiada aún, que vino a su cabeza fue la de su hijo Jeffrey quien horas antes había compartido quirófano con ella, durante una cirugía donde le donó uno de sus riñones.

Por Róger Almanza G.

La tarde del 26 de septiembre del 2006 doña Milady Soza se despertó en la cama de un hospital en Managua. La primera imagen, algo anestesiada aún, que vino a su cabeza fue la de su hijo Jeffrey quien horas antes había compartido quirófano con ella, durante una cirugía donde le donó uno de sus riñones.

Dos semanas después del trasplante doña Milady pudo ver a su hijo. Un nuevo aire de vida soplaba en el rostro de Jeffrey y la alegría de una familia que lo miraba recuperarse.

Jeffrey Molina es el penúltimo de cuatro hermanos, y el único con insuficiencia renal crónica en su familia, situación que hasta finales del 2003 no estaba enterado.

Para entonces, todo era normal. Un chavalo de 19 años, con novia, salidas de amigos y que terminaba el segundo año de administración de empresas en un campus universitario en Boaco, ciudad de donde es originario.

“Nunca me dolió nada, no sentía nada tan extraño como para alertarme de que estaba enfermo”, comenta Jeffrey.

Los “sencillos” síntomas que su cuerpo le enviaba desde hace meses, como la falta de apetito y la exagerada sed que mantenía eran normales para él y su madre. Tampoco fue una alerta la fatiga y la somnolencia que experimentaba. Hasta que un día ocurrió lo inevitable.

En un punto de preocupación por la excesiva sed y el hecho de que Jeffrey casi no comía, se realizó unas pruebas médicas. “Pensamos que era una simple anemia y que con tratamiento ya estaría bien”, comenta Jeffrey.

Los resultados indicaron niveles de creatinina en un rango que superaba lo normal. Jeffrey tenía un valor de 33 de este compuesto, un indicador grave que apuntaba que sus riñones no estaban haciendo su trabajo.

La creatinina es un compuesto orgánico que se genera a partir de la degradación de la creatina (que es un nutriente útil para regenerar y proveer de energía a las células musculares). Este compuesto es un desecho metabólico normal de los músculos que el cuerpo produce en tasas constantes y que son filtrados por los riñones y excretados a través de la orina.

De acuerdo a las valoraciones médicas los niveles normales de creatinina en el cuerpo de un hombre están en el rango de 0.7 a 1.3, el cuerpo de Jeffrey superaba por mucho esas valoraciones.

“Me repitieron los exámenes más de una vez, porque pensaban que era 3.3 y no 33… pero estaban así de altos y me enviaron de emergencia a Managua”, comenta Jeffrey.

CARRERA POR LA VIDA

Camino a Managua Jeffrey tuvo tres convulsiones. Era el 10 de diciembre del 2003 y el hospital Lenín Fonseca se convertiría en el hogar de Jeffrey por los siguientes meses.

Su cuerpo le alertaba cuando una convulsión se acercaba y Jeffrey avisaba a los médicos. “Se sorprendía porque yo me daba cuenta que tendría una convulsión y se asombraban porque no perdía el conocimiento”, recuerda Jeffrey.

Era evidente que los riñones de Jeffrey ya no funcionaban. Todo ese tiempo fue sometido a diálisis peritoneal aguda, una técnica de depuración extrarrenal, “literalmente hacía el trabajo que mis riñones ya no podían hacer”, exclama Jeffrey.

La solución o líquido de diálisis es introducida a través de un catéter en la cavidad peritoneal, y aprovechando la gran vascularización del peritoneo que lo recubre, las sustancias tóxicas se movilizan desde la sangre y los tejidos que las rodean a la solución de diálisis. La eliminación de los productos de desecho y el exceso de agua del organismo se produce cuando se drena líquido dializado. Un proceso traumático y doloroso el que tuvo que resistir Jeffrey.

EL MÁS GRANDE AMOR

Para mediados del 2004 Jeffrey pudo retomar su carrera universitaria, continuaba con la diálisis y empezaba a sufrir altibajos emocionales.

“Eran situaciones difíciles. Uno llega a pensar para qué seguir así. Extrañaba jugar fútbol, baloncesto y voleibol, eran los tres deportes que practicaba antes de enfermarme y es lo que sigo extrañando hasta el día de hoy”, comenta Jeffrey.

El tratamiento con diálisis le daba una vida “relativamente normal”, pero su estilo de vida había cambiado drásticamente. Más allá de haber dejado los deportes, Jeffrey debía someterse a una dieta en la que debía tomar pocos líquidos y comer alimentos totalmente simples.

“La comida era lo peor. Frijoles totalmente simples, arroz simple, todo era simple… pero me animaba haber regresado a la universidad”, comenta Jeffrey.

Para el 2006 dos acontecimientos importantes en la vida de Jeffrey indicaban que todo podría continuar normal en su vida. Ese año era su graduación universitaria y para septiembre del mismo año había sido programado el trasplante de riñón que tanto necesitaba. La donante era su madre.

“No la pensé dos veces. Estamos hablando de la vida de mi hijo y no hay más que discutir. Lo haría una y mil veces más”, dice doña Milady.

Ya para enero 2006 habían extraído los dos riñones de Jeffrey y para el 26 de septiembre de ese año, Jeffrey y su madre estaban listos en el quirófano para experimentar la sensación de amor más grande que puede existir, arriesgar su propia vida para salvar la vida de alguien.

“No pensé en los riesgos, todo estaba en las manos de Dios. Mi marido, mis hijos y toda la familia me apoyó en esto y yo solo quería ver a mi hijo libre de todos estos tratamientos”, recuerda doña Milady.

Un primo de Jeffrey podría ser compatible para donarle un riñón, pero los médicos no quieren arriesgar un trasplante más de un familiar.  LA PRENSA/J.TORRES

LA ESPERANZA

Después del trasplante la vida de Jeffrey continuaba como la había dejado antes de darse cuenta de su deficiencia renal. Pero la vida, en poco tiempo lo pondría de nuevo en una situación en la que su fortaleza estaría a prueba.

Para Semana Santa del 2007 en un chequeo de rutina, los niveles de creatinina de Jeffrey estaban subiendo. La alerta fue evidente y empezó un tratamiento. El riñón de su madre empezaba a dar señales de rechazo por el organismo de Jeffrey.

Un año después del trasplante el riñón donado por su madre tuvo que ser extraído. “No funcionó”, exclama Jeffrey.

“Fue triste pero no nos desesperamos. Nuestra fe en Dios creció y siempre pensamos que todo pasa por algo en la vida”, dice ahora doña Milady.

La diálisis fue retomada y hoy por hoy Jeffrey visita tres veces por semana el hospital La Mascota donde le realizan el tratamiento.

“No puedo desanimarme. Nada tengo que reclamarle a la vida, a Dios, y la verdad es que nunca pienso en la muerte, no por esta razón”, dice Jeffrey.

Su posición ante la vida la logró, según cuenta, gracias a un retiro espiritual que tomó en el 2011. “Después de este retiro me he integrado a un grupo juvenil, se llama Jóvenes para Cristo, y he encontrado mejores razón para estar bien y animado que de las que pueden haber para estar mal”, cuenta Jeffrey.

Y aunque puede ser que solo un milagro le dé el riñón que necesita, desde el 2010 está en espera de que aparezca esta oportunidad. Ese año viajó a Italia con la Asociación Bambino Nefropático para realizarse una serie de exámenes y valorar un segundo trasplante. Los resultados apuntan a que no puede ser de otro familiar y preferiblemente debería ser un donante fallecido.

“Aquí la situación sobre las donaciones está muy atrasada y hace falta mucha conciencia en la población, de que sepan la importancia de donar sus órganos, que pueden dar vida a alguien… Para tener esta oportunidad mi hijo tendría que irse a Italia, vivir allá, y esperar en la lista de trasplante de pacientes muertos”, comenta doña Milady.

Mientras esto pasa, Jeffrey siempre busca algo qué hacer. “Sé que no puedo hacer muchas cosas que antes hacía, pero no me quejo de la vida, quiero trabajar, casarme, tener hijos y nunca perder el ánimo”, dice Jeffrey mientras su mamá solo sueña con que un día pueda crecerle otro riñón y poder donárselo a su hijo.

La Prensa Domingo Hijo riñón archivo

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