Amalia Morales – II parte
Los nervios del sexagenario brigadier Gabino Gaínza, la mayor autoridad de la Capitanía General de Guatemala, estaban disparados. Las noticias que venían del norte no eran halagüeñas para el capitán general. El jueves 13, se había enterado de la rebeldía de Chiapas, Tuxtla y Comitan. Chiapas que conformaba una de las cuatro intendencias del reino que él administraba, había declarado su independencia . El plan de Iguala propagado por Agustín Iturbide en febrero, en México, estaba provocando un sismo en los dominios del capitán Gaínza, que estaba a punto de perder el equilibrio. Algunos lo consideraban un hombre de carácter “débil”, fácil de poner a favor de la Independencia en el reino de Guatemala, Centroamérica.
“Vacilaba entre la fidelidad a la monarquía y aprovechar la coyuntura independentista”, dice Rodolfo Cardenal, en su libro Manual de historia de Centroamérica.
Gaínza era muy distinto al implacable José Bustamante que había encarcelado y perseguido a muerte a los independentistas en años anteriores. A Gaínza, sus cercanos le habían aconsejado actuar pronto, antes que la ebullición que venía del norte desbordara el resto. Había cierta agitación en Nueva Guatemala, la capital del reino.
Al amanecer del sábado 15 llegaban a sus oídos los retumbos del grito callejero: “¡Independencia o muerte!”
Ese día, Gaínza convocó a los notables, funcionarios y jefes militares y religiosos al Palacio Nacional.
Allí se congregaron personajes como Pedro Molina, promotor de la emancipación y director de El Editor Constitucional, el periódico que exigía la separación de España, y José Cecilio del Valle, el abogado hondureño que había dirigido el Amigo de la Patria, el periódico rival, que abogaba por mantener la monarquía. “Si los demás americanos de distinción e instrucción le hubieran imitado, la América hubiera sido feliz y los pueblos no hubieran sido seducidos”, dijo de él alguna vez el arzobispo Ramón Casaus y Torres, según citó su biógrafo Ramón Rosa.
El arzobispo Casaus ocupó uno de los lugares principales en aquel salón del Palacio, donde también estuvo el nicaragüense Miguel Larreynaga, quien recién había regresado a Nueva Guatemala procedente de España, y ejercía como ministro de la Audiencia, como se le llamaba al gobierno en esa época. Larreynaga venía de cumplir misión como funcionario del reino. Y tampoco firmó el acta de independencia como enseñan en la escuela, según confirma el libro Galería de Próceres de Carlos Tünnermann. “Pero sí firmó el acta de instalación de la Junta Provisional Consultiva”, dice Tünnermann que tuvo acceso a documentos históricos.
Otro de los asistentes notables fue José Valdés, marqués de Aycinena. En los años siguientes la casa Aycinena se convirtió en la más poderosa de Guatemala.
DEBATEN LA SEPARACIÓN
José Cecilio del Valle abrió la disertación, y en su arenga pidió que se reconociera, por justicia, el derecho del pueblo a ser independiente. Sin embargo, recomendó que antes de cualquier decisión se oyera a las provincias.
Los debates fueron encendidos. Larreynaga, quien tenía gran prestigio como abogado y maestro, fue contundente en pedir la independencia, según sus biógrafos.
Afuera, en la plaza se estallaban cohetes, músicas, marimba. Algunos textos que dan cuenta de la reunión, refieren que en realidad era la esposa de Pedro Molina, María Dolores Bedoya, la que agitaba los ánimos, que incluso habría pagado a los pobladores por estar ahí.
Por unanimidad de votos la junta acordó proclamar el Acta de Independencia. Del Valle redactó el histórico documento, pero tampoco lo firmó.
La separación de España se produjo “297 años 3 meses y 19 días después del 2 de junio de 1524 cuando llegó a Guatemala, con 300 españoles, el conquistador Pedro de Alvarado”, escribió Alejandro Marure en el Bosquejo histórico de las revoluciones de Centroamérica, desde 1811-1833.
En el acta quedó consignado que Gaínza seguiría a cargo del gobierno.
Apenas se supo la noticia la multitud comenzó a gritar “¡Viva la independencia”. A pesar de la algarabía, diferentes textos insisten en que la emancipación fue una victoria criolla y que la población indígena, que era mayoría, se mantuvo al margen de ese proceso. También se insiste en que fue pacífica, en que no corrió sangre ni lágrimas. Todo eso ocurrió antes, en las revueltas de los primeros años del siglo XIX.
INDEPENDENCIA PARCIAL
Tras la firma del acta, el pueblo se habría volcado a celebrar mientras la noticia corría como pólvora por el resto de las provincias. Se avecinaban nuevos problemas. Vendrían otros años de sangre.
La intendencia de León fue la primera en desconocer la independencia, en lo que se conoce como el Acta de los Nublados, de fines de septiembre de 1821.
En los primeros días de octubre, los leoneses, dominados por españoles y criollos conservadores, se declararon dependientes de México. Se adhirieron al plan de Iguala de Iturbide. Estaban a favor de formar un imperio mexicano. San Salvador y Granada fueron las ciudades que más resistieron esa anexión que se concretó en los primeros días de enero de 1822, la Capitanía de Guatemala que se había librado de España, se adhirió a México, y ese lazó duró hasta 1823 cuando se declaró por fin la independencia absoluta de Centroamérica de cualquier otra potencia. Pero esa es otra historia.
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