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LA PRENSA/A. Agüero

El camaleón y su ilusión

El camaleón sube desde la parte baja del pecho, en el centro del todo. Inicia lentamente, invita otras variaciones y construye poco a poco una gama exquisita de intervenciones. Hay pausas y nuevos inicios, choques eléctricos. El camaleón avanza. Se dirige al cuello. Cuando se danza, en medio de la nada, es posible recordar ciertos lugares y rostros. Viene a la mente, en especial, un rostro de color peculiar, envuelto de miseria y nieve.

Carlos Alberto Cerda Gaitán

El camaleón sube desde la parte baja del pecho, en el centro del todo. Inicia lentamente, invita otras variaciones y construye poco a poco una gama exquisita de intervenciones. Hay pausas y nuevos inicios, choques eléctricos. El camaleón avanza. Se dirige al cuello. Cuando se danza, en medio de la nada, es posible recordar ciertos lugares y rostros. Viene a la mente, en especial, un rostro de color peculiar, envuelto de miseria y nieve.

En ese nivel, las convenciones no sirven para mucho. Hay que respirar con lo que se es en ese momento, se puede ser cualquier cosa, desde un río hasta un extraño e inofensivo ser. Alrededor, hay especies de todo tipo, pájaros, enanos, gigantes, palacios, techos, ilusiones y esperanzas. Si es posible convertirse en ilusiones, vale la pena hacerlo al menos un día de la vida, incierta y misteriosa.

Cuando se es ilusión, uno se puede meter en los oídos de los abandonados, de los miserables y los que se sienten nada. La prostituta de la esquina es el destino favorito de las ilusiones, ellas se reúnen cada noche con la ilusión, antes de iniciar la labor carnal. El camaleón avanza, ya se encuentra en el cuello. La percusión es exacta e irreverente, deconstruye la basura acumulada con el trato superficial. Muchas palabras rodean el primer encuentro, cuando solo son necesarias dos o tres, sin más. ¿Para qué tanta banalidad en las relaciones?

Decir un racimo de estupideces para agradar al interlocutor, en un signo de negación individual. Basta decir vamos o adiós. Está bien pensar que las miles de palabras se pueden decir con la mirada. Hay que ejercitar el lenguaje de la mirada, hay que descubrir el abecedario de las miradas. El camaleón cambia de color, rodea el rostro, su cabeza busca la nariz.

De vez en cuando es bueno morder suavemente la oreja del interlocutor, hay que asustarlo para destruir toda su banalidad. El paseo por el verde y grande jardín, es buen ejercicio para hacer desaparecer la autobanalidad, hay que empezar por lo que físicamente habla de sí mismo, hay que explorar otras apariencias, sin temor al juicio. Rápidamente, el camaleón se posa sobre la cabeza, para ver imponentemente al cielo, convierte su ubicación en una poza donde entra lo mejor del universo, con distorsión y claridad, con esa contradicción construye una imagen tan peculiar, como el sexo con prostituta, o el sexo con la decente indisciplinada.

El camaleón se vuelve irreverente y comienza a danzar de forma extraña, al son de la batería que fondea la melodía de Herbie Hancock. El camaleón regresa al pecho, se ubica sobre el corazón, abre su boca y comienza a dar sonidos extraños e irrepetibles, logró la liberación, entró sobre él la ilusión.

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