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El Gran Gatsby

Recluido en un sanatorio, Nick Carraway (Toby Maguire) recuerda el trauma que lo empujó al abismo del alcoholismo: durante un verano en que trata de convertirse en tiburón de Wall Street, se convierte en el intermediario de un romance entre su prima Daysi y Jay Gatsby, un misterioso nuevo rico. Tom, el esposo de Daysi, es un patán con “dinero viejo” que vive entre el ocio y la infidelidad. Su última amante es Myrtle (Isla Fisher), mujer de un humilde mecánico que habita una casucha a medio camino entre las imponentes mansiones de Long Island y Manhattan. Toda la película se desarrolla como un extenso flashback que Tom narra. El recurso viene de la novela original de F. Scott Fitzgerald, que es una pieza fundamental de la literatura norteamericana.

Por Juan Carlos Ampié


Recluido en un sanatorio, Nick Carraway (Toby Maguire) recuerda el trauma que lo empujó al abismo del alcoholismo: durante un verano en que trata de convertirse en tiburón de Wall Street, se convierte en el intermediario de un romance entre su prima Daysi y Jay Gatsby, un misterioso nuevo rico. Tom, el esposo de Daysi, es un patán con “dinero viejo” que vive entre el ocio y la infidelidad. Su última amante es Myrtle (Isla Fisher), mujer de un humilde mecánico que habita una casucha a medio camino entre las imponentes mansiones de Long Island y Manhattan. Toda la película se desarrolla como un extenso flashback que Tom narra. El recurso viene de la novela original de F. Scott Fitzgerald, que es una pieza fundamental de la literatura norteamericana.

La trama es fiel a la fuente, pero el estilo audiovisual hace la diferencia. El director Baz Lurham aplica la plantilla de su “¡Moulin Rouge!” (2000). La misma receta para hacer un musical con déficit atencional produce ahora un melodrama con anfetaminas. Lurham mueve su cámara y edita frenéticamente. Los movimientos se aceleran, se congelan en el espacio o se filtran en cámara lenta. La anacrónica banda sonora compuesta y curada por Jay Z es la menor de las distracciones. Personajes secundarios y figurantes gesticulan agresivamente. Animaciones y trucos visuales lanzan textos flotantes sobre los intrincados sets de colores sobresaturados.

En la película previa, el tratamiento era conceptualmente adecuado. El frenético potpourri de canciones, su equivalente expresión visual, era sobreacogedor y abrumante, como los primeros embates del amor. Los temas de El Gran Gatsby son sociológicamente mas complejos. Tienen que ver con la lucha de clases, la futilidad del materialismo, la factura existencial que el consumo conspicuo y la ambición extienden a los que caen en sus garras. Las brillantes superficies de Lurham son como un comercial sobre el exceso. En lugar de criticarlo, lo celebra. Es un lujoso trasfondo para una historia de amor perdido.

Amé a aquel musical demente. Sin embargo, aquí añoraba que la película se calmara un poco para concentrarse en la actuación de Dicaprio. Es conmovedora. Gatsby es un hombre que se inventa a sí mismo. El personaje se construye como si fuera un actor inseguro de su papel. Note el lenguaje físico tentativo, el nerviosismo en su voz, el pánico en los ojos, y cómo se refiere a todo el mundo como “old sport”, buscando una familiaridad imposible. Gatsby está desesperado por pertenecer a la “gente de bien”, porque cree que es lo necesario para ganarse a Daysi. No se da cuenta que son terribles e infelices. Si existe una razón para someterse al abuso sensorial, es Dicaprio. El 3D aplicado al montaje relámpago puede ser un eficiente detonante de migrañas. Busque las salas que la proyectan en 2D.

Fallida como es, la película puede servir como provocación. A pesar de esta enraizada en los “rugientes” años veinte y en la cuna del capitalismo, la historia cautelar de Gatsby tiene resonancia en cualquier país que, como Nicaragua, tenga pésima distribución de riquezas, grupos minoritarios de “nuevos” y “viejos” ricos, y una crisis de valores en la cual la acumulación de riqueza sin importar el origen es tolerada y celebrada. Cualquier parecido entre el palacete de Gatsby y las casas de algunos funcionarios públicos es mera coincidencia. No es coincidencia que en ese —y este ambiente—, Nick quiera ser artista y visto como una excentricidad vagamente vergonzosa. El dinero manda. La novela nació en EE. UU., pero como toda pieza de arte trascendental, refleja a la humanidad entera.

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