Henry A. Petrie
La Jauría es poesía escrita en silencio y sigilo, denota fragua; poesía que navega entre grietas e incertidumbres, ha sufrido la mordedura de la angustia; encierra dolor, desgarre.
El fantasma asoma desde el inicio. Aunque refiera jaurías en realidad hay soledad, heridas que se hacen “multitud de almas perdidas”.
En este andar poético se reconocen fragilidades. A su soledad y silencio se adhieren semejantes, amontonándose cual pedazos de vida, de los tantos yo que viven y mueren en uno, acariciando noches y anhelando algún amor, aunque luego se revierta o desaparezca.
En la sociedad del temor y la indiferencia crece el suicida como el consumismo mismo. Y nos alejamos, el uno del otro, el yo del nosotros, lo humano del planeta, un yo con relación a otro yo.
Fórmulas macroeconómicas, fondomonetaristas, sociedad de la competencia y el libre mercado, consumismo, en fin El poeta forja un mundo interior, que apenas asoma lo habido afuera, cuestiona, reniega, conjuga certezas y yerros de una historia recurrente, se lame heridas propias y ajenas, aquellas que parieron sus yo y sus fantasmas, entidades que fraguaron en silencio y soledad, con desgarre incluido, esta obra de treinta y dos poemas agrupados en cuatro secciones.
Aquí pues, La Jauría , poemario del matagalpino Rafael Mitre (1981), seudónimo de Rafael Benavente Zeledón.
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Pero en La Jauría habita un poeta sobrepuesto a dobleces, que sale del encierro particular para visitar otros tantos que se pasean en avenidas, quizá preguntándose lo mismo que él, quizá respondiéndose el quién sabe o simplemente divagando como “pájaro desplumado en la noche”, “pájaro callado que mira con el ojo de la luna” (Ars poética).
Lenguaje consecuente con las imágenes, trabajado, mascado con paciencia. Lo profundo no implica oscuridad, encontramos poemas escritos con claridad intencional y arte en la palabra. Objetos de inspiración muy bien definidos y realizados. Esta obra, como el poeta mismo, son expresiones de su tiempo. Tiempo fragmentado.
Hay tristeza en el despojo inadvertido. La llenura aburre, harta. El vacío busca, insatisfecho, el contenido que avive razones. El ruido es sinónimo de caída, ¿de ángeles?
No hay paraíso, ni perdido ni recobrado. No hay mito, porque predomina el fantasma, el perro presto a morder. El dolor, la muerte, la guerra. En La Jauría , la poesía emplaza el rancio sabor de la vida, la historia canalla de insensibilidades humanas; la bestia humanizada ofrece espejismos, el pedazo de carne en disputa. “La muerte es mi canción de cuna”, dice el poeta en La voz de un perdido .
Destrucción en Europa. La Segunda Guerra Mundial y todas las habidas representadas en Varsovia 1941. El diálogo del anciano y la mujer, del anciano y la madre, es la otra razón, la probable explicación de las cosas que en algún momento se distorsionaron, ¡qué tan vigente es Joaquín Pasos! Mitre, el poeta matagalpino, pregunta: “¿Soñará el mar guerras y naufragios? / O ¿su sueño es el sueño de sus víctimas?” ( El mar ). Quien se extravió en guerras fue el hombre, no las cosas. El hedor de la muerte y de la destrucción se extiende al recuerdo doloroso, a las secuelas.
Sus marcas imborrables están en la historia a pesar de verdades mutiladas o bien ocultas. ¿Hasta cuándo la recurrencia estúpida y obcecada por afán de dominio? El veneno está en el gen.
Más la prédica del amor no es suficiente. “El mar es tan profundo / que los que se aman se olvidan” ( El mar ). Mientras impere la injusticia, la soberbia y la corrupción social todo estará dispuesto a la indiferencia, a la marginación y a la zozobra. ¿Odio? ¿Resentimiento? No. Para orquestar guerras, muerte y dolor basta con carreras insensibles y un apetito voraz.
Esta poesía tiene un antes y ahora contextual. Para referirlos no me apoyaré en infelices clasificaciones.
Mitre nació en el jolgorio de la revolución en Nicaragua, año posterior a la epopeya cultural de la alfabetización; nuevos paradigmas movían a una juventud ilusionada por la sociedad distinta, la justicia social y económica, el hombre nuevo. Apenas habían transcurrido dos años de aquel 19 de julio de 1979.
Cuando la otra guerra comenzó a encenderse de nuevo (1984), el poeta contaba con dos años y cinco meses de vida. Entonces se multiplicaron sentimientos contradictorios, la inconformidad hasta alcanzar cima crítica, mientras muerte y dolor regresaron. Y devino el proceso reconciliatorio a partir de 1990.
El poeta, entonces, vivió su infancia en una sociedad marcada por el conflicto bélico. No pudo escapar al efecto y a la afección.
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