Quizás la primera gran lección de las recién pasadas elecciones presidenciales en Venezuela es que nadie discute el triunfo de Chávez, porque a pesar de todo el inmenso poder que ha tenido durante tres mandatos consecutivos, ha respetado la independencia del poder electoral.
Este hecho ha corrido en su favor, porque es el que le da la legitimidad que necesita ya que sino todos, la inmensa mayoría de los venezolanos, creen que su voto es contado y no anda nadie jugando con el “ratón loco”. Por eso tenemos a un candidato perdedor como Henrique Capriles Radonski reconociendo como buen demócrata, muy temprano el resultado del veredicto popular.
¿Cómo hacer para devolver ese mismo nivel de respeto y credibilidad al poder electoral nicaragüense, perdido tras haberse parcializado abiertamente en dos procesos electorales seguidos? Quizás en esto Chávez le podría dar un buen consejo a Ortega.
Otra lección es la velocidad con que se conocieron los resultados, tres horas después de cerradas las urnas ya se estaban dando los resultados con el 90 por ciento de los votos escrutados con una tendencia irreversible que favorecía a Chávez con 54 por ciento a 45 por ciento.
En contraste, recordemos que en Nicaragua un buen porcentaje de las actas de las elecciones municipales del 2008 nunca fueron dadas a conocer, porque lógicamente era donde el FSLN perdía, así que esculcaron las actas que no les eran favorables para manipular fraudulentamente los resultados electorales.
Podrán aducir, los que defienden lo indefendible, que en Venezuela cuentan con tecnología de punta, computarizada, que favorece el conteo de los votos y garantiza la transparencia del proceso. Parcialmente verdad, porque en la misma Nicaragua en otros procesos electorales los resultados fueron dados con mayor celeridad y nadie los discutió porque cada partido tenía las actas de escrutinio y sus fiscales.
Otra lección fue el grado de participación de la población en los comicios, cerca del 80 por ciento del padrón, lo cual es indicativo de dos cosas: una gran cultura cívica y a la vez la certeza de que el voto ciudadano cuenta y que al final será la mayoría la que se impondrá como en toda democracia, decisión que se debe respetar.
También tenemos, quizás a consecuencia de todo lo anterior, el hecho de que no se registraron incidentes de violencia y que una vez conocido el resultado, el candidato ganador ha llamado a la oposición a gobernar en unidad nacional, un claro reconocimiento de que un 45 por ciento de la población que votó en contra no es nada despreciable es casi la mitad de toda Venezuela.
La lectura de las primeras declaraciones de Hugo Chávez una vez que se conocieron los resultados es que en este período va a tratar de gobernar sin avasallar a la oposición, buscando lo mejor para Venezuela, por su parte también las declaraciones de Capriles fueron muy comedidas y respetuosas, más que a Chávez, a la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano.
Si el poder electoral de Venezuela no hubiese tenido la credibilidad que en efecto tiene ante la población venezolana, es seguro que los peores temores que tenía Chávez y que declaró durante su discurso de la victoria en el “Balcón del Pueblo” del Palacio de Miraflores, se hubieran consumado.
Así que un poder electoral independiente resulta en proceso electoral masivo, resultados rápidos y aceptados por todos los contendientes, cero violencia y da legitimidad al ganador, el que a su vez, reconoce también los méritos y la dada despreciable montaña de votos del perdedor, quien a su vez, con la aceptación de la derrota, otorga mayor legitimidad al ganador.
Lecciones de las elecciones venezolanas: ojalá que sean aprendidas y encuentren un terreno fértil en nuestra querida Nicaragua. El autor es diputado por la Bancada Democrática Nicaragüense.
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